* Óleo sobre lienzo
* 92 x 68 Cms
* Realizado en 1876
* Ubicado en el Museo de Orsay, París

 Degas fue el pintor que, independientemente a su indudable adscripción la grupo de los llamados impresionistas, más difería de ellos en ciertos aspectos. Ya no sólo por sus orígenes — hijo de un banquero — carácter e ideas; Degas también se diferenció por su gusto por lo urbano frente a la atracción que por el campo sentían Monet, Renoir o Pissarro, entre otros. Su realidad pictórica va a traducirse en las escenas de los espectáculos que tanto le gustaban, como la ópera, los cafés de cantantes y las carreras de caballos. También por el mundo femenino, con numerosos episodios de lavanderas, planchadoras, costureras, etc. Sin embargo, y al igual que los impresionistas, contempla y desarrolla los temas de la realidad sin acomodarlos ni a tesis ni a programas. Sus figuras serán del todo reales y llenas de vida. Al igual que Ingres — del que fue un reconocido admirador — se sintió más dibujante que colorista, pero dentro de una particular concepción en la que el dibujo no es la forma, sino la manera de ver la forma. Esto obedece, en mayor medida, por su declarada aversión a la línea concisa y académica que define la realidad aparente de un objeto o de un ser. Por ello, su dibujo se caracteriza por contener algún rasgo destacado que, de forma rápida, le permite tomar cualquier cosa de la realidad y apropiársela.

 Degas dio un tanto de lado a la luz del día y se sintió mucho más interesado por la de los proyectores. Por este camino consigue llegar a la disolución de la forma y así sus figuras, generalmente iluminadas por potente alumbrado artificial, presentan un acentuado esfumado. Otorgó — de igual forma que el resto de los impresionistas — un nuevo sentido al valor de la luz como medio para aumentar el volumen y sugerir una dimensión más profunda que aquella que ofrecía la perspectiva tradicional. Pero esa relación forma-luz no fue su única preocupación; también se interesó por la relación forma-espacio, como atestiguan esas series de obras sobre las carreras hípicas que le plantean problemas de gran complejidad. Degas se sirvió del ingenioso recurso de llevar grandes secciones de la composición hasta los bordes de la tela para después cortarlos — como en una fotografía — y crear con ello un imaginario ambiente espacial. El artista se enfrenta así a cualquier forma de academicismo, resultando también frecuente el desplazar la figura principal a un segundo plano. Para Degas, el espacio real no es estático, sino dinámico y representado por los cuerpos de sus figuras. Será, por lo tanto, en sus figuras escultóricas en donde el pintor logrará la síntesis más justa entre movimiento y espacio.

 En algunas ocasiones se ha llegado a criticar en Degas un excesivo uso de colores áridos, sin cuerpo ni esplendor. Pero ello se explica porque en el movimiento de la imagen nada debe fijarse ni hacerse duradero; de esta forma, a menudo se sirvió del pastel, ya que con el mismo podía traducir inmediatamente en color el gesto rápido del trazo. Es posible que Degas sea también el mejor retratista del impresionismo, con ese peculiar toque instantáneo a la manera de la ya mencionada cámara fotográfica que consigue registrar a sus personajes ya sea con despreocupación, con ternura o con un profundo sentido de la psicología. Sus composiciones presentan un ritmo fragmentario y desarticulado: Las escenas no se desarrollan en un espacio cerrado y las acciones no parecen ligadas entre sí de pura métrica formal ni mantienen una unidad narrativa, sino que se yuxtaponen como momentos aislados en la sucesión de unos hechos que parecen comenzar y continuar más allá de los límites temporales y espaciales de la escena pintada.

 Por todo lo anteriormente comentado, no podemos afirmar con exactitud si la obra que hoy comentamos, La absenta, es un retrato, o bien, una representación de la vida cotidiana, del ambiente de un café parisino. Sabemos que los dos personajes representados son la actriz Ellen Andrée y el pintor Marcellin Desboutin, amigo de Degas. La pareja aparece sentada en el café Nouvelle Athènes, tradicional lugar de reunión de los impresionistas. Inicialmente titulado como En un café, el óleo fue exhibido en la exposición impresionista de 1876 y posteriormente en 1893 en la galería Grafton de Londres, en donde provocó un monumental escándalo al ser considerado como una ofensa para la moral. Fue allí donde adquirió su actual denominación, La absenta. Nadie entendió entonces cuál había sido la motivación de Degas para plasmar en un lienzo lo que parecía una prostituta alcoholizada por la absenta, bebiendo en un bar de una callejuela de París junto con un compañero tanto o más depravado que ella. Probablemente Degas nunca fue consciente de los estragos que provoca el alcoholismo, pero en cambio sí creyó que estaba captando una genuina instantánea de la vida moderna. Por eso, aquellos que se escandalizaron de que el cuadro era una vulgar escena callejera, no lograron comprender que el lienzo era una obra realizada con mano experta y situada a medio camino entre el retrato y el reportaje. Junto al realismo externo, Degas ha captado el contraste psicológico entre las dos figuras, inerte y absorta ella, indiferente él. El artista crea una poderosa composición descentrando las figuras y colocando un amplio espacio en primer término, recurso del que se valió con mucha frecuencia. Dicho espacio nos conduce por medio de las líneas diagonales de las mesas hacia unas descentradas figuras que se ven del todo compensadas gracias a ese juego de líneas y a la bandeja con una jarra que destaca sobre una mesa. El color es denso, oscuro, con apagados tonos grises y terrosos, pero se equilibra de forma magistral con el dramático empleo que hace de las sombras. Esas mismas sombras, los reflejos y las transparencias, que se advierten sobre todo en el vidrio de la botella, de los vasos y del espejo, contribuyen a crear el ambiente. Por último, señalar que este primoroso cuadro es un claro ejemplo de cómo Degas sesgaba la perspectiva a la manera de una cámara fotográfica. Siempre se ha dicho que Degas fue un clásico por la forma, un impresionista por la luz y los reflejos, y un innovador por la modernidad de sus composiciones. Esta obra es todo un compendio de esas características. Pero además, Degas supo hacer poesía con sus propias obras; y para quien esto escribe, La absenta, con todo lo mundano que pueda parecer, es ante todo una obra poética.