Grunewald la Crucifixion

* Óleo sobre tabla
* 269 x 307 Cms
* Realizado entre 1512 y 1516
* Ubicado en el Museo de Unterlinden, Colmar, Alsacia; Francia

 Tanto en sus orígenes como en su trayectoria, la pintura de Grünewald permanece dentro del último estilo gótico, cuyos ecos recoge una y otra vez en sus arquitecturas flamígeras, en las tracerías curvilíneas de los ventanales y en todo tipo de adornos de la concepción arquitectónica flamígera. Pero Grünewald, aclamado por los expresionistas germánicos como su más glorioso antecesor, es la figura más representativa del Renacimiento alemán, junto a Durero, Holbein y Cranach, y su obra es la protesta más encendida y solitaria del siglo de la Reforma. Por ello, la mayor dificultad que encontramos en Grünewald consiste en enmarcarle dentro de los parámetros de un estilo determinado, ya que su tremenda personalidad desborda las fórmulas fijadas por sus antecesores y tampoco resulta del todo acertado situarle en paralelo con su coetáneo Alberto Durero.

 Con su exaltado naturalismo, Grünewald traspasaba los límites del sustrato gótico en que surge su arte — tributario de Schongauer, de Memling, de Witz y de Holbein — y arma un mensaje que, pese a su incontestable arcaísmo, sonaba a asombrosa novedad y que llevaba además implícito una declaración de protesta, de ruptura con los viejos moldes y de apertura a los nuevos horizontes sociales y religiosos del programa de la Reforma luterana. Su arte refleja un clima de eclosión mística, una vertiente de heterodoxia que le hace sentirse como profeta en un mundo moderno, máxime cuando el artista sufrió en sus propias carnes las acusaciones de pertenencia al luteranismo que a la postre conllevaron su fulminante cese como pintor de cámara mediante sentencia del cardenal Albrecht von Brandeburg. De ahí también el silencio que demasiado pronto veló su pintura y anegó un magisterio sin discípulos, hasta que los ya citados expresionistas lo redescubrieron en los albores del siglo XX. (Aunque, con posterioridad, fuese de nuevo denigrado por el nazismo)

 Grünewald fue un pintor naturalista eminentemente religioso: En toda su producción no consta tema alguno dedicado a la fábula pagana o a los mitos del mundo clásico. Su obsesión por el motivo de la Crucifixión, tantas veces tratado por el artista, supone una magnífica ocasión brindada por la clientela para dar rienda suelta a su temperamento inestablemente dramático. Sus personajes adquieren tal monumentalidad y presencia que más de una vez evocan la impronta de la gran escultura borgoñona (Claus Sluter) mediante un prodigioso y atrevido colorido que une a seres animados y paisaje como si ambos procedieran de una misma sustancia común. Es por ello que Grünewald no sólo supo sobreponerse a las ataduras flamígeras, sino que, saltando por encima del Renacimiento, proporcionó argumentos y estímulos como antecedentes del Barroco y del Expresionismo. Para algunos especialistas, los extraños monstruos que aparecen en algunas tablas de Grünewald sólo tienen parangón con las agónicas criaturas de todo un Francisco de Goya o incluso de la onírica imaginación de los posteriores surrealistas.

 En 1512, Grünewald se encontraba en la alsaciana Isenheim para acometer la ejecución de su más importante obra, el altar para la iglesia de la abadía de los antonianos, orden que había sido fundada en Francia en 1495 y que en poco tiempo había extendido su influencia por toda Europa. Para la decoración del altar primeramente contrataron a Schongauer, quien realizó un retablo que no acabó de satisfacer a los rectores de la iglesia, con lo que no quedó más remedio que llamar a Grünewald para que se encargara de la ejecución definitiva de la obra. Sin embargo, en lugar de realizar un simple tríptico, Grünewald levantó un complejo conjunto con dobles pares de paneles. El retablo, actualmente en el Museo de Unterlinden de Colmar, presenta tres aspectos distintos: Cerrado, ofrece el tema de la Crucifixión flanqueado por dos estrechas tablas que representan a San Sebastian — al parecer un retrato del artista — y a San Antonio Abad — un retrato del abad de Isenheim. En la predela, una representación del Llanto por el Cristo muerto. Al separar la tabla de la Crucifixión, aparecen en escena la Alegoría de la Natividad, en el centro, y la Anunciación y Resurrección a los lados. Finalmente, una tercera representación surge al abrirse las segundas portezuelas, apareciendo un grupo escultórico central obra de Nikolaus Hagenauer y flanqueado por dos pinturas de Grünewald que muestran sendos episodios de la vida de San Antonio. En la Crucifixión, la tabla central del retablo, se abandona tanto el irracionalismo perspectivo y espacial del Gótico como la idea de espacio del Renacimiento italiano, importada en Alemania por Durero. La construcción es totalmente original, en la que las alusiones al paisaje son las imprescindibles para situar la escena en un entorno real, aunque deformado al máximo debido al uso dramático de luces y colores y, también, a la exageración de expresiones y actitudes. El modo de representar el cuerpo de Cristo suspendido en la cruz llega a tal realismo y brutalidad que no tendrá similar reflejo posterior ni en los lúgubres lienzos de Valdés Leal o en las más escalofriantes versiones de la estatuaria policromada castellana. Grünewald parece obsesionado con exaltar lo más despiadadamente sádico y voluptuoso del sufrimiento humano: Desmenuza la piel sanguinolenta de Cristo, sus carnes laceradas, deformación de pies y manos horadados por la horrible incisión de los clavos, heridas en la cabeza con una corona de tallos espinosos y penetrantes… Todo ello con una insistencia que linda con la paranoia y la blasfemia, aunque con el indudable propósito de provocar el escándalo. La figura de Cristo muerto — o a punto de fallecer — aparece rodeada por San Juan Bautista (Quien señala al crucificado Maestro con un dedo), María Magdalena (En desesperada oración) y por la Virgen María (En brazos de San Juan Evangelista)

 Con La Crucifixión — y todo el retablo del Altar de Isenheim — Grünewald nos ha legado una de las mayores obras de la pintura religiosa de todos los tiempos. Poderoso e impactante, el retablo combina la imaginería religiosa gótica con los avances técnicos renacentistas, aunque deja trazos de un ardoroso barroquismo que serán ampliamente admirados por los expresionistas alemanes cuatro siglos más tarde.