Fotografía de Francisco J. Díez Martín

 La cultura ibérica nació como fruto del conjunto de tradiciones propias de los habitantes de la costa mediterránea de la Península Ibérica y de la influencia ejercida sobre ellos por una serie de pueblos del Mediterráneo Oriental. Dentro del mosaico de pueblos independientes anteriores a las colonizaciones fenicia, cartaginesa y griega, se puede definir lo ibérico como un fenómeno cultural desarrollado entre los pueblos descendientes de los pobladores neolíticos de la costa mediterránea. Lo ibérico convivía física y culturalmente con la cultura celta establecida en los valles del Duero, Jalón y Ebro, gentes también de habla indoeuropea e introductores del hierro y del sistema funerario de incineración. Con estas circunstancias, no es de extrañar que la escultura ibérica se caracterice por la influencia recibida del entorno fenicio aunque adaptada a las necesidades propias de los indígenas de la Península. La gran estatuaria ibérica produjo una serie de damas que, por su belleza y significado, se han convertido en las piezas protagonistas de todas las colecciones. De entre ellas, por su indiscutible elegancia, ocupa un lugar primordial la conocida como Dama de Elche.

 Descubierta el 4 de agosto de 1897 en La Alcudia de Elche y conocida en un principio como reina mora, podría afirmarse que gracias a la misma el arte ibérico es conocido mundialmente. La estatua simboliza toda la escultura ibérica, como si ella sola fuese capaz de caracterizar las esencias de su mundo. Exiliada en París durante más de cuarenta años, pasó luego una temporada por el Museo del Prado hasta ser ubicada definitivamente en el Museo Arqueológico de Madrid. La estatua es un busto femenino de caliza porosa, de 56 centímetros de altura, que actualmente está cubierto por una pátina dorada, restos de pintura de su acabado y de la cual quedan vestigios en los labios. El busto, que al parecer debió ser una figura sedente, presenta en su parte posterior un hueco para guardar las cenizas del difunto, de igual manera que sucede con otras damas ibéricas. Su complejo y lujoso tocado está compuesto de joyas y atavíos puramente ibéricos que han sido objeto de numerosos estudios. Fechada en el siglo VI a. C., al parecer la estatua es una representación de la diosa Tanit — la Astarté fenicia — protectora de la fecundidad, del hombre y de los animales. Con todo, la escultura acusa una influencia griega en ciertos elementos, como la distribución del ropaje sobre el cuerpo y la ejecución del rostro, de gran realismo y encanto hierático. Sin embargo, lo que más sorprende de la Dama de Elche es su enigmático rostro, de bellas y delicadas facciones. Los últimos estudios apuntan a que la estatua pudo ser obra de los llamados escultores nesióticos, es decir, de aquellos que iban de isla en isla y de país en país trabajando de modo itinerante en función de la demanda de sus servicios. Las opiniones vertidas en 1995 por el profesor John Moffitt, de la Universidad de Florida, en las que más o menos se venía a decir que la estatua era un fraude de creación mucho más reciente, han sido completamente descartadas en virtud al análisis de la policromía realizado por María del Pilar Luxán y que ha evidenciado la antigüedad de la obra. Además, existe un extraordinario trabajo de don José María Blázquez Martínez, miembro de la Real Academia de la Historia de Madrid, en donde se exponen las razones que hacen imposible la tesis del fraude mantenida por el profesor Moffitt.