El reparte las cartas mientras medita

Y aquellos jugadores nunca sospechan

Que él no juega para ganar dinero

Que él no juega para obtener prestigio

Él reparte las cartas para encontrar la respuesta

La sagrada geometría de la fortuna

La ley oculta de las probabilidades

Los números conducen una danza

 El luminoso sol de la mañana preludiaba un día de ardientes sensaciones. La música de Sting, procedente de un viejo aparato de radio, adornaba con notas de melancolía la soledad de la estancia. Gotzone apuraba el segundo café con la mirada perdida en un infinito vacío, intentando hallar una respuesta a los inexplicables juegos que la vida le estaba otorgando. Las cadencias de su corazón se aceleraban al ritmo de sus propios sueños, de sus más íntimas fantasías. Quizás por primera vez en muchos años, Gotzone estaba pensando en ella misma: «Dame una prueba, Señor, dame una prueba.»

Sé que la espada es el arma de un guerrero

Sé que el trébol es de buena suerte

Sé que el diamante significa dinero en este juego

Pero ésa no es la forma de mi corazón

 Gotzone meditaba acerca de las innumerables variables que condicionan nuestras vidas. Es posible que la felicidad no se encuentre en el valor de nuestras ideas, en el poder de nuestras convicciones, en la riqueza material que pone vendas a nuestros más espontáneos sentimientos… No, la felicidad es algo más espiritual, un ente volátil que se difumina si pretendemos apoderarnos de él. La felicidad es libertad. Gotzone quería ser feliz… «Oh, Señor, hazme una señal, envíame una prueba»

Él puede jugar el caballero de diamantes

Él puede poner la reina de espadas

Él puede ocultar un rey en su mano

Mientras el recuerdo se desvanece

 ¿Cómo puedo atormentarme ahora con escenas que hasta ayer me hacían sonreír? Esto pensaba Gotzone. No sabía exactamente qué extraña sensación afloraba emergente en la frontera de sus deseos. El recuerdo de verdosas siluetas giraba como una nebulosa descarriada alrededor de su mente. Por un instante pensó en el amor, en la incomparable y mágica experiencia de amar y poder ser a su vez amada… «Por favor, Señor, quiero una prueba, una señal»

Sé que la espada es el arma de un guerrero

Sé que el trébol es de buena suerte

Sé que el diamante significa dinero en este juego

Pero ésa no es la forma de mi corazón

Esa no es la forma, la forma de mi corazón

 ¿Dónde se encuentran los límites de una pasión desbordada, de un instinto que acaricia mi corazón cuando trato de ocultar mi verdadera soledad?  Gotzone se mesaba los cabellos de color caoba, brillantes al recibir con mimo la matinal luz solar. Nunca quiso creer en los espejismos que las cotidianas vivencias iban acumulando en lo más profundo de su alma. Su tierna expresión de nostalgia reflejaba el anhelo de protagonizar sus propios sueños, sus propias leyendas de bellos romances bajo los halos selenitas… «No puede ser, pero… Señor, haz que vea una señal, dame una prueba»

Si yo te dijera que te amaba

Quizá pensarías que fue un error

No soy un hombre de muchas caras

La máscara que uso es solo una

Esos que hablan no saben nada

Y se darán cuenta de su daño

Como ésos que maldicen su suerte en todas partes

Y esos que sonríen al perder

 Sin embargo, Gotzone pensaba en la fragilidad de los afectos que traspasan el umbral de una amistad engalanada con trazos de amor. Quizás subestimara las propias esencias de su ser, todo un completo jardín repleto de rosas blancas que trataban de imitar los aires encantados con su sonrisa más sincera. Gotzone no lloraba, nunca lloraba, pero en esta ocasión las lágrimas se contenían a duras penas en sus ojos. Nada tenía que perder, aunque ya no soportaba sonreír por obligación si su apreciación pintaba el amargor de la derrota. «Por favor, Señor, necesito una prueba, una señal»

Sé que la espada es el arma de un guerrero

Sé que el trébol es de buena suerte

Sé que el diamante significa dinero en este juego

Pero ésa no es la forma de mi corazón

Esa no es la forma de mi corazón

 Gotzone sintió como un repentino calor recorría sus venas, una punzante quemazón que suplicaba ser sofocada por el riego del amor más cristalino y refrescante. Gotzone abrió los ojos y miró hacia un hipotético cielo… «Señor, por favor, concédeme una prueba, una señal… Lo necesito saber».  La ascética expresión de Gotzone se tornó, de pronto, en otra de sorpresiva naturalidad. Comenzó a percibir un extraño olor a cable quemado. Alarmada, Gotzone se dio la media vuelta y observó como el adaptador que recibía varias tomas eléctricas estaba desprendiendo chispas y alguna pequeña llama. Rápidamente, cortó la luz general de su vivienda y cuidadosamente separó el accidentado adaptador del reto de la instalación. Acto seguido, Gotzone exhibió su más abierta sonrisa; miró de nuevo a ese cielo imaginario de ilusiones y balbuceó: «Gracias, Señor»