Nunca fui proclive a celebrar con excesos y de una manera especialmente rimbombante la fecha de mi aniversario, siendo también habitual esta característica en mi entorno familiar. En aquellas adolescentes fechas me limitaba a reunir a mis mejores amigos y les invitaba a cañas y refrescos en cualquier bar que no fuese el de mi padre, ya que bastante cansado estaba yo de verlo todos los días. (Me refiero al bar… Bueno, y casi también a mi padre). De esta manera, no tenía nada previsto para la celebración de mi decimoctavo cumpleaños. Llamé a Elena el viernes para que me diese su opinión acerca de lo que pretendía que hiciéramos el domingo, fecha de mi aniversario. A través del auricular telefónico la noté tremendamente desganada conmigo, con muy poca voluntad para querer prolongar la conversación.  — «Ah sí, el domingo… Tu cumple, claro. Pero te advierto, Leiter, que no voy a poder quedarme mucho tiempo. Tengo que recogerme pronto en casa esa noche. » –. Desmotivado por la falta de interés de Elena, propuse quedar un rato con ella y  con mi amigo Alfonso para luego, si hubiese lugar y ganas, irnos los dos por ahí a cenar solos. Elena aceptó sin muestras de entusiasmo. El domingo amaneció como un bello día soleado y muy luminoso, con una claridad estival de la que se contagió mi maltrecho estado de ánimo ante la distante actitud que Elena venía últimamente mostrando conmigo. De manera inocente y para tratar de que se sintiera del todo contenta decidí vestirme con lo más selecto que encontré en el ropero, cuidando hasta el último detalle mi apariencia. Por la tarde, habíamos quedado a las siete en la Puerta del Sol aunque antes pasé a recoger a Alfonso en su domicilio de la calle Castelló. Durante el trayecto en el Metro le fui contando a Alfonso los pormenores de mi última conversación telefónica con Elena. No quiso otorgarle importancia y me dijo que todo se arreglaría esta noche cuando pudiese hablar a solas con Elena durante el transcurso de una romántica cena. Llegamos por fin a Sol y allí estaba Elena esperándonos con una bolsa que debía contener el regalo pactado, un LP de la Fantástica de Berlioz. Su semblante era polar, gélido, pese a la bochornosa temperatura de aquella tarde de julio. Al ir a besar a Elena noté como sus labios parecían querer retirarse de los míos, protegiéndose con un suave giro facial. Alfonso, una persona cuya madurez estaba muy por encima de su edad, se dio cuenta enseguida e hizo un amago de retirarse prematuramente de la escena, pero tanto Elena como yo se lo impedimos. Acordamos en ir a tomar una refrescante sangría a unos mesones tradicionales que estaban situados muy cerca de la Plaza Mayor. Creo que esta fue la peor velada que he pasado en toda mi vida, sintiendo un desprecio mayúsculo y nada enmascarado por parte de Elena, quién se puso a hablar con Alfonso ignorándome del todo. Alfonso supo conducir muy bien la situación y pese a que intentaba incorporarme a la tertulia no tardó en sentirse muy molesto con aquella estúpida pantomima en que se estaba convirtiendo mi celebración de cumpleaños. En ocasiones noté que su dialéctica era muy dura, haciendo incurrir a Elena en muchas contradicciones. Yo, mientras tanto sonreía (Por no llorar) miraba y fumaba con una completa sensación interior de estar haciendo el gilipollas con Elena. Durante una ausencia de ésta con motivo de una visita al excusado, Alfonso me declaró:  — «Leiter, esta tía parece como si quisiera ligar conmigo delante de ti… Yo me largo en cuanto vuelva. No me gusta nada la actitud que está teniendo contigo. ¡Joder, qué es tu cumpleaños! A ver si demuestra tener un poco de educación… » –. Regresó Elena de los lavabos e intenté reconducir la situación:  — «Bueno, Alfonso ya se tiene que ir… ¿Dónde quieres que vayamos a cenar, Elena?» –. Ante mi sorpresa y la de Alfonso, Elena contestó:  — «No, no… Yo también me tengo que ir ya. Ya te advertí que hoy no me podía quedar mucho tiempo» –. Me quedé estupefacto y, sintiéndome completamente humillado ante tal afrenta, me expresé de la forma más seria y severa que pude:  — «Bueno, como tú quieras, Elena. Tú sabrás… Salgo un momento contigo que quiero decirte unas cosas… Alfonso, por favor, espérame un minuto. » –. Alfonso asintió mientras Elena y yo abandonábamos aquel mesón. Ya en la calle, me dispuse a hablar muy decididamente con Elena pero, de manera imprevista, fue ella quién inició la charla. En ningún momento me miró a los ojos.

   — «Leiter… mm… Lo dejamos. No quiero salir más contigo y no quiero que me vuelvas a llamar. Tú y yo somos muy distintos… » –. Me quedé como paralizado; intenté componer un gesto firme y serio pero terminé por derribarme anímicamente, perdiendo los papeles en aquella batalla dialéctica.  — «Pero, Elena, no puedes hacerme esto… ¡Y en el día de mi cumpleaños!… Vamos por ahí a algún sitio, nos sentamos y hablamos. No quiero dejarte. Me gustas y quiero seguir siendo tu novio.» — Elena bajó aún más su mirada, negando con la cabeza. No veía una sola mota de luz en su expresión; parecía estar llena de un inexplicable y contenido odio hacia mí. Con la cabeza aún agachada me respondió:  — «No, Leiter, te he dicho que no… Ya está. Lo dejamos… Bueno, me voy, que tengo mucha prisa.» –. Percibí unas extrañas sensaciones en Elena, como si repentinamente quisiera separarse no ya sólo sentimentalmente de mí, sino también físicamente. No entendía aquel ataque de desprecio hacia mi persona, aquel decidido impulso por querer huir de mí. Elena, la misma chica que apenas quince días atrás parecía enloquecer de risa ante mis ocurrencias, ahora mismo me trataba con el mayor de los desdenes. ¿Qué habría hecho yo? ¿Qué motivos le habría dado para que transformase sus sentimientos hacia mí de manera tan drástica? ¿Por qué tenía que ocurrirme esto a mí? ¿Por qué se tenía que romper esa ilusión que tanto tiempo me había costado encontrar?. Al borde del llanto, supliqué por última vez a Elena:  — «Por favor, Elena, démonos una tregua. Por favor te lo pido. Sabes que te quiero con todo mi corazón.» –. Elena negó en silencio, esquivando en todo momento mi mirada.  — «Me voy, Leiter. Adiós…» –. Puse mis manos sobre sus hombros y acerté a decir:  — «Por lo menos, concédeme un último beso.» –. Inesperadamente, Elena me besó en los labios, como quién besa a una fría reliquia… Elena se dio media vuelta y se marchó con el paso muy acelerado. Yo me encaminé hacia el mesón para encontrarme de nuevo con Alfonso, quién estaba junto a la puerta de entrada del local.  — » Me ha dejado, tío. ¡En el puto día de mi cumpleaños me ha dejado!» –. Comenzaron a brotar lágrimas de mis ojos y Alfonso me abrazó.  — «Vamos a dar una vuelta, Leiter.» –. Fuimos paseando por la Plaza Mayor donde, en un improvisado escenario, estaban representando unos números de zarzuela. Alfonso no pudo contener la risa cuando los intérpretes se arrancaron con el intermedio de La leyenda del Beso, de Soutullo, compositor quién curiosamente había nacido en la víspera de la fecha de mi cumpleaños y cuya muerte coincidía casi en fecha con el aniversario de Elena.  — «Joder, Leiter, parece como si te estuvieran dedicando el intermedio… » –. Esbocé una amarga sonrisa. Llegamos luego hasta la Plaza de la Ópera, el lugar donde nos habíamos conocido Elena y yo. Alfonso me estaba sometiendo a una sentimental terapia de choque. — «Venga, Leiter; tienes que ser fuerte y superarlo. Esta — señalando el edificio del Teatro Real — va a seguir siendo nuestra casa, nuestro teatro, nuestra sala de conciertos, nuestra música… ¡Aquí está nuestra vida! Elena simplemente pasó de visita por aquí… Pero este siempre será nuestro escenario de ilusiones. ¡Nunca lo olvides¡ Anda, vamos a tomar algo a la terraza de El Café de Oriente.» –. Nos sentamos y al momento vino un camarero para tomarnos nota:  — «Dos cervezas» — Acerté a balbucear.  — «No» — Dijo Alfonso.  — «A mi amigo sírvale un buen whisky. Es su cumpleaños y lo necesita en estos momentos.» –. Alfonso y yo estuvimos allí sentados conversando hasta que el encargado nos avisó de que iban a cerrar. Dentro de la hiriente punzada que sentía en mis entrañas, me reconfortaba la sincera compañía de Alfonso.

 Afortunadamente, conseguí recuperarme pronto de aquel golpe que supuso mi ruptura con Elena. En el otoño siguiente, durante el intermedio de un recital de Barenboim en el Teatro Real, me encontré en el vestíbulo con el hermano de Elena. De reojo, observé que ella también estaba por allí, manteniéndose a una prudencial distancia de nosotros. Tuve la sensación de que su hermano sabía lo que nos había ocurrido y quizás eso condicionó a que nuestra charla fuese tan anecdótica como pasajera. Esa fue la última vez que vi a Elena y su recuerdo se me ha ido diluyendo con el paso de los años, resultándome hoy en día especialmente difícil dibujarla en mi mente. Sólo me queda una vaga idea de su nariz poblada de pequitas, de su negro y brillante cabello, de sus ojos color miel y de su menuda figura, algo regordeta. Nunca le guardé rencor por lo sucedido y pienso que todo fue producto de una precipitada ilusión inicial que derivó en la mayor de las decepciones, a juzgar por su extraño y cambiante comportamiento conmigo. Con el transcurso del tiempo, el entorno geográfico delimitado por Sol, Callao, la Plaza de la Ópera, la Plaza de Oriente, la calle Atocha… se convirtió en el epicentro de muchas de mis actividades, incluidas las estrictamente profesionales, siendo el marco de innumerables episodios que condicionaron mi trayectoria personal. Creo que hoy sería incapaz de reconocer a Elena en caso de toparme con ella y pienso que esta hipotética situación también sería recíproca. Aunque tal vez nuestras miradas se hayan vuelto inconscientemente a cruzar en algún momento, quién sabe. De lo que sí estoy seguro es que me encantararía compartir un café con ella algún día y rememorar aquellos tiempos ya tan lejanos, los tiempos de mi legendario e inolvidable primer beso.

THE END