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Retrato de Beethoven realizado por Willibrord Joseph Mähler en 1815

 

 Parece ser que ya en 1799 Ludwig Van Beethoven  había notado unos ciertos problemas auditivos, un drama la sordera,  aunque consideró que se trataba exclusivamente de un mal pasajero y ocultó los síntomas a sus conocidos. Pero, paulatinamente, su sentido de la audición fue disminuyendo, motivo por el que se vio obligado a acudir a los médicos. En 1801 la situación comenzó a ser verdaderamente alarmante — máxime teniendo en cuenta que Beethoven poseía la virtud del llamado oído absoluto, esto es, la facultad por la que era capaz de reconocer cualquier nota musical aislada sin referente previo de escala — y dirigió algunas cartas a sus íntimos explicándoles la situación y rogándoles silencio. Según sus propios testimonios, la sordera venía acompañada de unos fuertes dolores, especialmente cuando alguien cercano gritaba, por lo que el músico buscaba refugio dando largos paseos por los bosques de Viena en lugar de frecuentar sus lujosos salones ya que, de ninguna manera, podía confesar que se estaba quedando irremediablemente sordo.  –«Si tuviera otra profesión todo sería más fácil; pero en mi trabajo… Es terrible. Y en cuanto a mis enemigos ¿Qué dirían de mí si supieran de esta infeliz circunstancia?»– Comentaba Beethoven en una carta dirigida a Franz Wegeler. Sobre los orígenes de esa desgraciada sordera, durante un tiempo se especuló con una posible disentería en base a una enfermedad intestinal mencionada por el propio compositor, aunque hoy en día cobra mayor fuerza la hipótesis de uns sífilis contraída de joven.

 En 1802 Beethoven se instala en Heiligenstadt, una localidad cercana a Viena, dentro de una atmósfera de paz sustentada por intensos períodos de meditación que acabaron transformando el ánimo del músico. Fruto de aquello redactó un escrito a sus hermanos, el conocidísimo Testamento de Heiligenstadt, una especie de confesión espiritual cuya existencia sólo fue conocida 25 años después de la muerte del compositor. En algunas frases del mismo se describe con claridad el nuevo período espiritual que se abría en la vida de Beethoven y que se tradujo en una nueva técnica a la hora de abordar sus partituras, convirtiéndose en un compositor idealista y ambicioso cuya capacidad creativa se ensancha hasta extremos inimaginables en un principio. La forma musical empezó a ser dejada de lado en aras de un compromiso superior: La expresión de unas ideas a través de cualquier medio musical posible, una pauta creativa que sería heredada por la mayor parte de los compositores de la segunda mitad del siglo XIX y principios del XX. Es significativo que, tras la redacción del Testamento de Heiligenstadt, la primera composición del músico, ya en 1803, fuese la Sinfonía nº3 «Heroica».

 Ese mismo año, el empresario y libretista Emmanuel Schikaneder — con quien antaño colaboró Mozart — contrata a Beethoven como compositor fijo de su nuevo teatro, An der Wien y, aunque aquella lírica colaboración duró más bien poco, dio como resultado una verdadera obra maestra, Fidelio, única incursión operística de Beethoven. Aún así, Beethoven volvió a instalarse de nuevo en Viena — alojado en casa de los Breuning, para ahorrarse unos dinerillos — tras una breve estancia en la residencia de los príncipes de Esterházy. Durante el verano, el músico abandonaba la capital y se instalaba en alguna de las villas aledañas, dando fe de su amor por la naturaleza. En aquellas estancias campestres comenzó a esbozar las Sinfonías 5ª y , esta última de claras referencias campestres. Coincidiendo con el proceso creativo de dichas sinfonías, Beethoven recibió el encargo del conde Rasumovski, en 1805, de escribir tres cuartetos de cuerda, cada uno de los cuales debía contener la cita de un tema ruso. Aquel encargo se tradujo en la serie de los espléndidos Cuartetos Rasumovski, Op. 59. Al año siguiente, en 1806, Beethoven intenta reanudar su carrera como autor teatral. Intentó en vano comprometerse a la composición de una ópera anual por la extraordinaria cantidad de 2.400 florines más los beneficios íntegros de la tercera representación. Aquello no cristalizó debido a que el cargo implicaba una serie de relaciones sociales que Beethoven era incapaz de asumir por su sordera y por su carácter, cada vez más colérico y misántropo. En 1808, el nuevo monarca de Westfalia propone a Beethoven ser su nuevo kapellmeister a cambio de una cantidad nada desdeñable de florines. Esto atrajo al compositor, decidido a abandonar definitivamente Viena. Sin embargo, cuando en la misma Viena comenzó a extenderse el rumor de que Beethoven iba a aceptar esa proposición, un tanto «provinciana», varios amigos del músico emprendieron una campaña destinada a retenerle en Viena. Aquella movilización dio sus buenos frutos en tanto que Beethoven fue contratado en virtud de un acuerdo firmado en febrero de 1809 por el cual los principales aristócratas de Viena le pagarían al músico una cantidad no inferior a 4.000 florines, obligándole a permanecer en Viena, rechazando la oferta del rey de Westfalia, y garantizándole total libertad para realizar giras fuera de la capital, así como la posibilidad de dar todos los años un concierto en su beneficio en el teatro An der Wien. Desgraciadamente, y por diversas circunstancias, aquel pacto, en lo relativo a los estipendios, sólo se cumplió a medias y Beethoven tan sólo llegó a recibir un tercio de las cantidades previamente pactadas.

 Por estas mismas fechas se sitúa la celebérrima y extensa carta escrita por Beethoven a «La amada inmortal». Este capítulo de su vida ha dado lugar a verdaderos folletines por parte de algunos biógrafos poco escrupulosos. Se sabe a ciencia cierta que la relación de Beethoven con las mujeres nunca fue sencilla, ni mucho menos pacífica. El compositor sentía una gran atracción con el sexo femenino aunque también adolecía de ciertas características de recalcitrante misógino. La vida matrimonial — bien reflejada en algunas escenas de su ópera Fidelio — era para Beethoven el estado ideal y durante toda su existencia anheló esa supuesta armonía de la convivencia marital. Fueron muchas las candidatas a convertirse en «señora Beethoven»: Giulietta Guicciardi, discípula y primer amor de Beethoven en Viena; Josephine von Brunswick (Y de paso también su hermana Teresa); Bettina Brentano, quién preparó el encuentro entre Goethe y Beethoven; Therèse Malfatti, con la que a punto estuvo de casarse en 1810; Amalie Sebald, una joven cantante a la que conoció en 1812… La célebre carta, iniciada el 6 de julio por la mañana y continuada en el día siguiente, es todo un poema de amor idealista y platónico. Durante años se atribuyó el papel de «amada inmortal» a Teresa von Brunswick, pero recientes investigaciones han otorgado ese honor a su hermana Josephine (Todo queda en familia).

 La guerra de 1809 sorprendió a un asustado Beethoven escondido en los sótanos de su casa, incapaz de aguantar el ensordecedor ruido de la artillería. Dicha guerra provocó que la familia imperial abandonase Viena, materializando Beethoven su despedida en la famosa sonata Les Adiéux, Op. 81a. Entre 1808 y 1811 el músico concluyó una serie de composiciones que por su calidad e interés hubieran bastado para otorgarle un puesto de privilegio en la historia de la música: Terminó de redactar las Sinfonías 5ª y, los Conciertos para piano nºs 4 y 5, el Concierto para violín, la ópera Fidelio, los Cuartetos Rasumovski, y las Sonatas para piano Walsdtein, Appasionata y Kreutzer… Fue también en esta época cuando se produce el interesante encuentro entre Goethe y el compositor. El incomparable escritor germano nos ha dejado una carta memorable acerca de sus impresiones sobre Beethoven: –«Su talento me ha impresionado; por desgracia, se trata de una personalidad arisca y hostil que, aunque no se equivoca al decir que el mundo es detestable, no se esfuerza tampoco por hacerlo más habitable, ya sea para sí mismo o para los demás. Su actitud es comprensible y digna de compasión, ya que ha perdido casi por entero el sentido del oído y esto le hiere aún más en su naturaleza musical que en la social. Su carácter es lacónico y presumo que con el tiempo se hará aún más escéptico a causa de sus problemas físicos»–  Es también harto jugosa la anécdota descrita por Bettina Brentano, una de las muchas mujeres de las que Beethoven se enamoró y que hizo posible la presentación del mismo a Goethe. Al parecer, estaban dando un paseo Goethe y Beethoven cuando se cruzaron con el archiduque Rodolfo y la emperatriz. Goethe, respetuosamente, se hizo a un lado y se quitó el sombrero. En cambio, Beethoven continuó su marcha impertérrito, sin contestar al saludo de la familia imperial… ¡Antológica escena!

 Siguiendo con los testimonios, existe otro del músico Ludwig Spohr, escrito en 1813, y que trata de la forma en que tenía Beethoven de tocar el piano: –«… Últimamente, Beethoven ha dejado de tocar el piano tanto en público como en reuniones privadas. La última oportunidad que he tenido de escucharle se produjo recientemente, al ocurrírseme llamar a la puerta de su casa en el momento en que ensayaba el Trio en Re mayor. La experiencia no fue del todo agradable: En primer lugar, el piano estaba completamente desafinado, algo que no perturbaba en absoluto a Beethoven porque era incapaz de oírlo; en segundo lugar, su sordera le ha dejado en la actualidad completamente privado de su célebre virtuosismo en el teclado. En los pasajes en forte, el pobre, ya tan sordo, golpea las teclas tan estrepitosamente que las cuerdas trepidan de forma lacónica; por el contrario, en los pasajes en piano, toca tan silenciosamente que grupos enteros de notas quedan totalmente inaudibles, por lo que los allí presentes nos perdíamos a menos que pudiéramos seguir al mismo tiempo la música en el pentagrama. Tras este encuentro, me asaltaron turbios pensamientos acerca de su desgraciado destino, los cuales me han provocado una fuerte depresión. Si es una enorme desgracia para cualquier persona estar sordo ¡Cuánto más ha de serlo para un músico! ¿Hasta qué punto es posible resistir eso sin caer en la desesperación? Es por ello que hoy ya no me asombra en absoluto la perpetua melancolía de Beethoven…»–

 Sin embargo, y a pesar de todos estos tristes condicionantes que rodeaban la vida del compositor, aún quedaba una llama espiritual en su interior capaz de dar luz a algunas de sus mejores composiciones y, por extensión, de toda la historia de la música.

FIN DE LA SEGUNDA PARTE