ouija 

 ¡La de cosas que le han ocurrido a mi hermano, Ludovico el Magnífico!  Ya por entonces mi padre juraba, por activa, pasiva e incluso circunstancial, que en el momento de ver la luz por primera vez mi hermano Ludovico, éste, lejos de dar la bienvenida al mundo por medio de un reparador llanto, se hubo de desternillar de risa, a plena carcajada, dejando a la sorprendida comadrona con un palmo de narices ante tan insólita y lúdica visión. Lo cierto es que  nunca nadie de mi familia se creyó esta estrafalaria anécdota y mucho menos mi madre, quien acusaba a mi padre de fantoche y otras lindezas por el estilo. Pero verdaderamente mi hermano Ludovico siempre pareció tener un extraño don especial para las situaciones más enrevesadas que pudieran surgirle a lo largo de su andadura existencial. Mi hermano siempre fue un hombre emprendedor, un verdadero self made bussines-man, aunque para ello tuvo que renunciar a una más que prometedora carrera como concertista de guitarra española — jamás he podido escuchar mejores versiones de Fernando Sor o Heitor Villa-Lobos que las interpretadas por mi hermano — un instrumento del que siempre ha sido todo un virtuoso. Pero lo que más ha caracterizado a mi hermano, como antes comentaba, ha sido una peculiar afinidad para verse envuelto en las situaciones más excéntricas y rimbombantes que uno sea capaz de imaginar. En ocasiones, cuando no existen testigos directos de las mismas, el desenfadado relato que de ellas compone mi hermano obliga a pensar a más de uno que dichas aventuras son más propias de los cuentos del barón Münchhausen por adolecer de tal incongruente dosis de fantasía… Sin embargo, algunas de esas inverosímiles situaciones sí que pudieron ser contempladas por un elevado número de circunstanciales espectadores, como aquella situación acontecida en el serrano pueblo madrileño de Guadarrama y de la que no dejó de hablarse durante meses por todo el vecindario. Ocurrió que a mi hermano se le había antojado comprarse una moto de trial, una Montesa Cota 49 c.c. de segunda mano, para ejercitarse en tan noble deporte por aquellos parajes de la sierra madrileña. Una vez adquirida, ni corto ni perezoso se plantó con ella — careciendo de permiso alguno de conducción — en Guadarrama, conduciéndola él mismo desde Madrid a lo largo de la Autopista de La Coruña, toda una odisea que, afortunadamente, llegó a buen término. Una vez allí, sucedió que por aquellos andurriales de la sierra donde mi hermano estaba practicando con la moto, un toro, rompiendo la verja que lo mantenía a resguardo de los caminantes, se escapó. Aquella fechoría taurina provocó el terror colectivo en todo el pueblo, circunstancia que era del todo desconocida por mi hermano. El drama vino a desencadenarse cuando un imprudente niño vino a interponerse en la trayectoria del furibundo astado, siendo enganchado por los pitones de la bestia y arrojado con inusitada violencia contra un barrizal. El pobre chico, inconsciente por el batacazo y a merced del morlaco, no parecía tener salvación cuando el toro se volvió a arrancar para cornearle de nuevo. Pero entonces, por allí apareció mi hermano Ludovico a lomos de su Montesa y, en un improvisado arranque de ingenio, se puso a ejecutar caballitos con la moto en un desesperado intento de desviar la atención del toro sobre el infortunado niño.  –«¡Venga, bicho! ¡Hala, para atrás! ¡Venga, que te atizo con la moto, mamón! ¡Vamos, vamos!»– El tiempo que permaneció mi hermano practicando tal heterodoxa versión del rejoneo a bordo de su moto resultó providencial para que unos lugareños se acercasen hasta la charca y lograsen rescatar al malherido chico. Mientras, mi hermano seguía porfiando con el toro hasta que por fin llegó una patrulla de la Benemérita que, una vez despejada la zona, no tuvo más remedio que abatir al infeliz bicho por medio de ráfagas de ametralladora. Todo el mundo coincidió en que de no haber sido por la valerosa actitud de mi hermano aquel chico hubiese fallecido irremediablemente ante las acometidas del astado. Mi hermano fue incluso felicitado por el alcalde de la localidad en persona y hasta le concedieron una medalla de oro que no tardó en vender posteriormente en un mercadillo de Cercedilla…

 Mi hermano Ludovico siempre fue muy aficionado a todo aquello relacionado con el mundo paranormal y esotérico, siendo verdaderamente jugoso su catálogo de anécdotas referidas a estos misteriosos ámbitos. Alguna buena predisposición ha de atesorar en lo relativo a las llamadas ciencias ocultas y a su capacidad de asimilación de las mismas ya que, puestos a recordar, fue el único miembro de toda mi familia al que se le dobló un tenedor de cocina siguiendo las televisivas instrucciones de un conocido mentalista israelí, Uri Geller, durante la retransmisión en directo de un famoso programa que trajo cola y que provocó que en España no se hablase de otra cosa durante días y semanas enteros. Aquella inolvidable noche de sábado, mi hermano aseguró que también había conseguido que un viejo reloj de muñeca que llevaba años parado volviese a funcionar como si tal cosa, simplemente debido a la presión calorífica y mental a la que había sido sometido en el interior de su puño izquierdo, atendiendo a las mismas indicaciones otorgadas por el mencionado Uri Geller. Pero posteriormente descubrimos el fraude al comprobar que dicho reloj se alimentaba por el simple mecanismo de girar de arriba abajo la ruedecilla que sobresalía de su esfera, esto es, que se trataba de un reloj de los llamados de «a cuerda». Tras el mencionado programa, durante algunos días pudimos observar como mi hermano siempre parecía portar algún objeto aprisionándolo en el interior de su puño izquierdo (Transistores inservibles, mecheros sin gas, pilas agotadas, etc…). Sin embargo, famosa fue la predicción de mi hermano Ludovico regresando de madrugada desde el pueblo de Guadarrama hasta la urbanización donde mi padre había adquirido recientemente un modesto apartamento para las familiares escapadas de fin de semana y verano. En medio de una completa y nada agradable oscuridad, sólo parcialmente suavizada por los focos de luz de los escasos coches que pasaban junto a nosotros al borde de la carretera, pudimos de pronto escuchar los estremecedores maullidos procedentes de lo que debía de ser un refugio de gatos. Mi hermano, ante el temor que nos producía caminar entre tinieblas a esas horas y que se hubo de acrecentar por los inesperados y angustiosos alaridos felinos, trató de tranquilizarnos:–«Yo sé lo que ocurre. ¡Se ha muerto el Papa! ¡Seguro! Los maullidos de esos gatos nos lo están anunciando»–   Cuando por fin llegamos a casa comprobamos como, efectivamente, el Papa Pablo VI había fallecido — aunque, la verdad sea dicha, era una noticia más que esperada, ya que el pontífice llevaba varios días en estado crítico. Pero aún más perplejo me dejó una tarde mientras estábamos charlando acerca de la hipotética existencia de seres extraterrestres.  –«¿Cómo que no existen?»– Me replicó exaltado para, a continuación, añadir:–«Bueno, bueno lo que me ocurrió hace poco en Guadarrama. ¡Escucha! Eso sí que fue… Venía de regreso ya muy tarde desde Madrid en el 4×4 como consecuencia de una reunión que se demoró más de lo inicialmente previsto. Esa noche, aprovechando el lugar donde tuvo lugar la cita, opté por volver a Guadarrama por la carretera de Colmenar y por allí que me metí hasta el desvío que conduce hasta Collado Mediano. Enfilando la larga recta hasta Guadarrama — donde siempre se me va un poco el pie, por cierto — observo a través de los retrovisores como me persigue una especie de luz roja. Al principio no le di mayor importancia y pensé que se trataba de algún perturbado que conducía marcha atrás pero, je, je, ¡Nada de eso!  Empecé a pisar el acelerador y la puñetera luz continuaba siguiéndome… ¿Un reflejo dices? ¡Venga ya! Aquello que me perseguía era totalmente consistente. Por medio de los dos espejos delanteros podía contemplarlo con total nitidez. Pero, calla, calla, que la puta luz, como por arte de magia, pega un respingo y se me coloca en paralelo al coche por el carril de la izquierda. Era un globo luminoso de color rojo del tamaño de un balón de fútbol aunque no emitía sonido alguno… ¿Asustarme yo?… ¡Sí, hombre! ¡Vamos anda!  No veas, a la altura del cementerio giré un poco el volante y la luz se acojonó tanto que se elevó al aire a una velocidad de vértigo… Ja, ja. Tenías que haberla visto. Menudo susto se tuvieron que llevar quienes estuvieran dirigiendo aquel artefacto. Eso era una nave o una sonda de esas que utilizan los marcianos… ¡Qué bueno! Seguro que en algún planeta por ahí perdido deben tener una foto de mi coche, ja, ja»–  Lo más curioso fue que en una ocasión, estando yo hojeando un libro que trataba sobre ese tipo de misteriosos encuentros, me encontré con un testimonio calcado al narrado por mi hermano y que había tenido lugar años atrás en Navarra…

 Pero el acontecimiento más extraordinario que hubo de sucederle a mi hermano Ludovico, dentro de esta clase de misteriosos episodios, fue uno acaecido en su adolescencia y que, como no podía haber sido de otra manera, también ocurrió en Guadarrama. Una tarde, mi hermano y su pandilla de amigotes de la Sierra decidieron realizar una sesión espiritista. Algunos chicos adujeron sobre los potenciales peligros que podría conllevar esta inquietante empresa y, acorde a ello, se borraron de tal pretensión. Además, los ánimos en la serrana urbanización donde mi padre había comprado el apartamento estaban un tanto alterados ya que en primavera, el padre de uno de los integrantes de la pandilla había sido hallado muerto, tumbado en solitario sobre su propia cama y junto a un libro titulado El arte de morir. Aquel suceso conmovió a los veraneantes de esa zona residencial y fueron muchas las especulaciones que rodearon a aquel enigmático y misterioso suceso. Pero mi hermano, lejos de asustarse ante los mortuorios comentarios, se propuso averiguar por su cuenta cuáles habían sido los motivos que habían inducido a aquel hombre para tomar tal decisión — se comprobó que el óbito había sido producto de una autolisis — y para ello decidió que lo mejor sería tratar de contactar con el espíritu de aquel infortunado mediante un artilugio llamado ouija que por entonces no se vendía en España (Creo recordar que incluso estaba prohibida su comercialización) y que tuvieron que construir entre todos los pandilleros a base de pegar letras y números sobre una tabla que había servido de moldura en un ya jubilado armario ropero. Como los padres de uno de los integrantes de la pandilla se habían tenido que marchar de boda a Madrid esa tarde y no habrían de regresar hasta el día siguiente, decidieron instalarse todos en su casa y poner en práctica los conocimientos que sobre el tema había ido adquiriendo mi hermano mediante la lectura de unas extrañas revistas que puntualmente recibía por correo bajo pedido. Hasta allí que se fueron todos, con su improvisada ouija envuelta en unas toallas de baño, y no poco contentos se pusieron al descubrir una botella de whisky escocés apenas empezada que el padre del anfitrión mantenía oculta tras la puerta del mueble donde se sustentaba el televisor. Al parecer, y para entrar en calor, todos dieron buena cuenta del espirituoso elixir. Ya instalada toda la esotérica parafernalia, mi hermano tomó la voz cantante:–«Venga, apagad todas las luces y concentraos mentalmente en el espíritu del padre de Jaime (Nombre figurado). Apoyad ligeramente vuestros dedos en el culo del vaso y no lo mováis bajo ningún concepto… ¡Ya se pondrá en movimiento él solito, je, je!»–  Según cuentan, alguno de los allí presentes, aterrorizado ante la fantasmagórica escena de verse todos a oscuras y únicamente iluminados por el leve resplandor de una vela, quiso desistir y marcharse, mas mi hermano se lo impidió:–«¡De aquí no sale nadie!  Nos hemos comprometido todos para vivir esta experiencia irrepetible y todos, ¿Escucháis bien? TODOS vamos a ser testigos de un encuentro espiritual… Ahora ¡Silencio!… Dejad que me concentre. No quiero ni oíros respirar…. ¡Espíritu del padre de Jaime! ¡Danos una prueba de que nos estás escuchando!…. ¡Shsss!… ¡Joder, mirad cómo se mueve el vaso! ¡Se dirige hacia el «Sí»!… ¡Perfecto!…¿Lo estáis comprobando, ignorantes?… ¡Silencio!… Voy a preguntar: ¿Eres tú acaso el espíritu del padre de Jaime?… ¡Joder, mirad!… ¡El vaso se va otra vez hacia el «Sí»! ¡Esto se pone interesante!»– Según pude saber con posterioridad, uno de los allí reunidos empezó a temblar y a llorar del miedo (o del Whisky, quizás…)  –«Esto… «– prosiguió mi hermano –«…Quisiéramos saber, espíritu, qué motivos tuviste para tomar la decisión de suicidarte… ¡Silencio, joder!… ¡Mirad, ya se empieza a desplazar otra vez el vaso!… ¡Qué extraño!… «X», «Y», «Z»… Las letras no sugieren ninguna palabra conocida. A lo mejor está hablando en algún idioma raro… «Q», otra vez «Y», «R»… ¡Oye, espíritu, que no nos estamos enterando de nada!»– El chico más pusilánime de todos, el mismo que anteriormente había expresado su deseo de abandonar la sesión espiritista, no pudo contenerse más y salió disparado hacia el cuarto de aseo, encerrándose bajo pestillo en el interior del recinto  –«¡Joder, qué tío más cagueta!… ¡Que le den! Sigamos a lo nuestro… ¡Espíritu, que no nos enteramos de lo que nos quieres decir! ¿No podrías ser un poco más explícito?»–  En ese instante, los allí reunidos sintieron un extraño temblor bajo sus pies, acompañado por el súbito y agudo alarido del chaval que se encontraba encerrado dentro del cuarto de baño. De pronto, un extraordinario ruido, parecido al desencadenado cuando alguna edificación se desmorona, sorprendió a la pandilla, cuyos miembros se pusieron a chillar presa del pánico.  –«¡El cuarto de baño, el cuarto de baño!»– Gritó mi hermano Ludovico. En efecto, de manera absolutamente inexplicable, el cuarto de aseo se vino por completo abajo, despegándose todas las plaquetas y azulejos e hiriendo al asustadizo que allí se refugiaba hasta el punto de fracturarse un brazo. No es posible imaginar las caras de los padres cuando al día siguiente descubrieron con horror como el cuarto de baño de su coqueto apartamento había sido literalmente arrasado. Se investigó con minuciosidad aquel increíble suceso por parte del presidente de la comunidad de vecinos y del representante vecinal de toda la urbanización, más no se sacó nada en claro. Por su parte, mi hermano logró escabullirse de aquel incidente aunque con una preocupación que le mantuvo varios días reflexionando en la estricta soledad:–«¿Qué cojones significarían aquellas sucesivas conexiones de letras sin aparente sentido? ¿»Y», «Q», «Z»…?»–  Se descartó un eventual movimiento sísmico en la zona — ningún otro vecino afirmó sentir el temblor previo al derrumbe — y finalmente se llegó a la conclusión de que la causa de aquel inesperado y estrepitoso derrumbamiento fue debida a la mala calidad de los materiales empleados para alicatar el cuarto de baño en cuestión. De cualquier manera, mi hermano siempre tuvo la certeza de que tras aquella demolición se escondía un mensaje oculto:–¿»X», «Q», «Z»…? —