Prisioneros de un frenesí acrisolado de leyendas,
polvo de caminos atrapados
en la lóbrega estancia;
me someto encadenado a tus desdichas
cuando ruge el destino con voraz insistencia
y vemos el futuro reflejado en pavor de multitud.

Te delata el cómplice sentimiento
y me abres la espita del deseo fugaz,
un deseo embardurnado en néctar de adormideras.

Te derrites bajo fiebre de lamentos,
buscando una respuesta en mis consuelos,
intentando asimilar la metamorfosis del alma,
y me susurras con miedo atávico;
donde antes me arañaban tus suspiros
ahora tus versos me acarician.

Nos transforma el entreacto en juglares del desdén
y catamos la vorágine en ocaso de atardeceres;
añoras el prisma psicodélico,
la luz multicolor en destellos infinitos.
Desesperada
te arrinconas junto a mi soledad
ignorando la dosis de felicidad encubierta
que oculta su desvarío bajo trémolos enervados.

Te preguntas quién ocupa el trono de voluntades,
quién paladea la exquisitez prohibida;
una duda misteriosa
en los recovecos de la existencia.

No se avergüenza tu expresión en la derrota
porque, a modo de sortilegio,
te sigues considerando culpable de todos los desmanes,
de todos los excesos
y, quizás, también de las carencias.