Ya sea por el frescor del alba estival tras la tormenta
o bien, inspirando las fragancias de un parque universal,
con tu fiel y silenciosa compañía
observas los reflejos dorados sobre las piedras del camino,
conviviendo entre amargura y desazón,
humillada por la estirpe indecorosa.

Me sonríes, pese a todo,
con la plenitud del hábito adquirido,
vigorosa inocencia,
ariete en la adversidad.

Resucita mi flor en tus ojos de lujuria
y abandonas el exilio de las pasiones,
como rosa del desierto
¡ Qué trascendencia se derrama de nuevo en tu expresión !

Me envuelves con instintos maternales,
jugando a pervertir mis sentidos;
con fuego en tu mirada de opulencia
empequeñeces todo cuanto me rodea,
girando por mi cuerpo al infinito,
girando y girando sin cesar.

Con nobleza me extiendes una alfombra amorosa
donde compartimos arrebatos convergentes,
estampa engalanada con ribetes de madurez.

Despides la insaciable competencia
con promesas en prosas de paroxismo,
disfrutando, egoísta, de los ardores ajenos.
Me proteges con tu caftán de luna menguante,
me arrinconas en la esquina de tus deseos,
me intimidas con caprichos enervantes,
me apuras con sorbos prolongados…
Hasta el vacío más profundo.

Revives con tus pliegues de mística elocuencia
al exhausto cirio de las vanidades,
como una encantadora susurrante,
con tactos que respiran paraíso,
con trazos de divina inspiración.