Como huella indeleble en mi espíritu
permanece la súbita impresión de tus encantos de sobremesa,
quizás por tu negligencia despreocupada,
quizás por los intuitivos rumores…
¡Suculenta tentación!
Convite con derecho a réplica.

Se agitanan tus aires morenos en la serranía,
las curvas maduras de tu flamenca silueta;
esperas mi regreso
macerada en pasiones rojas que alivian los anhelos,
con pintada bravura en tu superficie,
carnoso colorido en fruta de jugos imposibles;
admirada expresión de rebeldía en tus dogmas
cuando, al fin, me tienes
como presa en los tentáculos de tu perdición.

Y las horas se dilatan al vaivén de la ortodoxia,
pureza de amor desnudo, ausencia de tibiezas,
al desenfreno propio de rebosantes expectativas,
con un lenguaje de jadeos y suspiros
que sólo tú y yo entendemos.

Tu rostro se contrae entre esbozos de tormento,
incapaz de asimilar un torrente de sensaciones;
me esmero al banquete de tus pliegues
y te concedo un baile hacia espirituales dimensiones.
Confundida, bajo una tempestad de percepciones,
te aferras a mi cuerpo entre océanos de solemnidad.

Mas, en una distancia que se antoja irremediable,
se oye, en la lejanía, el rugir de tu destino.