Ya no sé si fue tu sonrisa de primavera la que encendió mi ánimo
o bien tus labios de silenciosa leyenda;
mi corazón se alborota por las rampas de tu recuerdo
cuando intento asimilar los perfumes de tu belleza,
tan exquisita,
tan arrebatadoramente imposible.
La ansiedad de las soledades me abruma en tu ausencia
y sólo vivo para componerte nocturnos poemas de amor.

Cierras tus ojos ante el rumor de mis deseos
cuando reflejas tu propio vacío en la gélida madrugada,
revestida de apariencias, desnuda de inquietudes,
con la ardiente pasión excitando tus afanes;
agradeces mi inspirado obsequio
con tu eterno beso a bordo de un caballo plateado…
Y descubro que tus labios
son la antesala del Edén.

Solicito la ruptura de tus barreras mitológicas
y vuelves a abrazarme con justificado suspiro.

Imaginas la constante lucha entre deseo y honra
entre la deliciosa perversión
o los caducos altares de promesas superadas;
te seduce el perfume de la novedad
cuando se aviva, colérico, el fuego de tu entraña.

Tu barroca expresión engalana las alcobas de la intimidad
mientras exploro con mi aliento
los recovecos de tu esencia.
¡Que infinita bondad me otorgas!
¡Qué amplitud esconden los símbolos de la pureza!
Sólo unas palabras ceremoniosas
confirman la sinceridad de mis anhelos.

Y sigo descubriendo que tus labios
son la antesala del Edén…
De mi Edén.