No añoras un pasado de frágiles estampas
cuando convives con tu anhelo de obligadas circunstancias;
sonriendo al doble juego de la fortuna,
con la experimentada rutina de los idénticos quehaceres
y en la misma postura de compromisos derivados.

Aceptas, en silente ensoñación, los protocolos revestidos de poesía
como llave de apertura a paraísos de atardecer.
Acudes, con instinto enervado, a la antesala de las retóricas
portando la ardiente llama protectora de penumbras.
Me deseas en tu sueño de primavera
con la determinante incógnita de ser mujer.

En la sorpresa de un galante imperativo
escuchas la justa enmienda de una realidad sin complejos.

Te expones desnuda al capricho de los indecorosos destinos
doblegando tu rebeldía con axiomas de consciente libertad;
buscas respuestas en el cielo estrellado,
cabalgando inerte sobre la pasajera emoción,
sintiéndote maná de pretéritos instintos,
presa de un voraz desenfreno
que halla en tu cuello el antídoto de la virtud.
Abres tus ojos al son de humildes procedimientos
y, sin embargo, experimentas como va fluyendo un placer incomprensible.

Te cobijas bajo un manto de cumplida solemnidad
al vaivén de tus besos más sensuales,
percibiendo los crecientes rumores de la felicidad
como preámbulo de un súbito relámpago en la tormenta.
Te sorprenden las caricias de suave terciopelo
en la distancia de tus más nobles atributos.
Intentas adornar la sagrada ceremonia con lágrimas de necesidad
mas, por tu rostro sólo discurren perlas enamoradas.
Hierve tu espíritu en la contradicción de las ansiedades
cuando inspiras el perfume de una pasión ya soñada.

Planteas la disyuntiva sobre muros infranqueables
que retienen tu cuerpo junto a la estela de una infinita vereda;
pierdes la libertad de tu deseo
cuando intentas de abarcar en vano una realidad inasumible.
Ahora, sí lloras de cruel impotencia…

… Y un doliente suspiro
como aguijón entre tus pliegues.