No hay dos directores de orquesta que sean exactamente iguales; todos son distintos y peculiares; no existen los estereotipos y las excepciones son más frecuentes que la regla general. Culto, sofisticado, indomable, cínico, sarcástico, ingenioso, satírico… Sir Thomas Beecham fue un director poco convencional y un auténtico fenómeno de excepción entre los maestros de su tiempo. No tenía reglas establecidas pero nadie lo hacía como él. Dotado de una técnica más bien heterodoxa, sus manos se movían en todas las direcciones sobre un podio y su cuerpo componía los más extravagantes giros. Aún así, poseía un técnica sobrada para realizar lo que le venía en gana, el misterioso secreto de la gran dirección orquestal. Sus intervenciones eran de todo menos rutinarias: En cada concierto aparecía un Beecham distinto y variado. Quizás por eso la gente lo adoraba; y también los profesores de las orquestas: –«Es, simplemente, Beecham…»– Comentaban en la Royal Philharmonic.

 A muchos directores les suele ocurrir que, desde unos orígenes humildes y a base de tesón, estudios y energía, logran encumbrarse en el privilegiado podio de la batuta. Este no fue, ni mucho menos, el caso de Beecham, quien provenía de una familia más que acomodada. Su padre, fabricante de unas conocidas pastillas para el hígado — las famosas píldoras Beecham — le proporcionó una estupenda base financiera (Hoy en día, los laboratorios Beecham son una de las más conocidas marcas de la industria farmaceútica). De esta forma, Thomas Beecham, nacido el 29 de abril de 1879 en Liverpool, accedió a la música de manera autodidacta pese a haber completado su formación humanística en la Universidad de Oxford. Tras colaborar con la prestigiosa Orquesta Hallé en Manchester, Beecham decidió presentarse en 1905 en Londres reuniendo su propia formación orquestal (La Beecham Symphony Orchestra) e iniciando una carrera de activo fundador de orquestas (London Philharmonic, 1932; Royal Philharmonic, 1946). Sin embargo, con ese incipiente empeño creativo llegó a sostener una compañía de ópera permanente en Londres, en 1919, que a poco le deja en la más absoluta ruina económica. A él le daba igual. Se sabía un genio y un privilegiado.

 En 1916, y una vez ennoblecido por la Corona Inglesa, Beecham ya se encontró entre las figuras más relevantes y populares del panorama musical inglés durante las siguientes décadas. Era un gentleman divertido, caprichoso aunque también autoritario, al que le encantaba disfrutar de su pública reputación de enfant terrible. Los chismes de prensa divulgaron con placer sus ingeniosos, maliciosos o incorrectos comentarios sobre todo y todos: «En la vida hay que probar de todo excepto dos cosas: El incesto y la música folclórica»; «A mí no me importa que usted fume si a usted no le importa que yo le vomite encima» (Y eso que Beecham fumaba puros incluso dentro de los autobuses londinenses); «El clavicordio suena como si dos esqueletos estuviesen copulando en un tejado de hojalata»; «Nunca he escuchado nada de Stockhausen, pero creo que he pisado algo»; «A los ingleses no les gusta mucho la música; sin embargo, adoran el ruido que hace»; «Ninguna estrella de la ópera ha muerto lo suficientemente temprano»; «No quiero a mujeres en mis orquestas. Sin son bellas acabarían por distraer al resto de los músicos. Si son feas, me distraerían a mí». Pero, sin lugar a dudas, la anécdota más original y famosa se produjo durante un concierto ofrecido en Alemania ante el mismísimo Hitler. Beecham declaró al primer violín tras el concierto: –«Parece que a ese chiflado (Hitler) le ha gustado»– Las palabras fueron recogidas por un micrófono que transmitía por radio dicho concierto y pudieron ser escuchadas por millones de personas. Ciertamente, la observación que tenía Beecham sobre Hitler y Mussolini era que ambos se comportaban como grandes comediantes sin los cuales la vida resultaría tremendamente aburrida.

  El talento musical parecía haberle caído del cielo a Beecham, siendo esa circunstancia también la que marcó su trayectoria artística. Beecham no fue ningún ostinado e infatigable trabajador, sino que continuó siendo el niño mimado de padres ricos que hacía música en tanto parecía un juego y que perdía la inclinación cuando le atenazaban grandes dificultades. En más de una ocasión — sobre todo en sus giras norteamericanas — a Beecham se le reprochó una cierta falta de perfección penetrante, acostumbrados como estaban los americanos con la solidez germana. Y es que Beecham no se interesaba únicamente por la música, sino que, como un auténtico gentleman, también por el deporte, el vino, la buena comida, la política, la literatura y las mujeres (Estuvo casado en tres ocasiones). Y a pesar de que sus inquietudes intelectuales fueron considerables, ello no le impidió dirigir todo su repertorio musical de memoria (A los siete años de edad era capaz de recitar de memoria el Macbeth de Shakespeare…). Sin embargo, esa confianza en su memoria a veces le jugó malas pasadas, siendo la más famosa una que el propio director comentaba y que le aconteció durante la ejecución de un concierto de piano de Beethoven con Alfred Cortot como instrumentista: –«Comenzamos por Beethoven y luego seguí el paso de Cortot por Grieg, Schumann y Chaikovski. Entonces comenzó algo que yo ya no conocía e interrumpí el concierto…»— 

 No se debe tan sólo al extraordinario desorden de la vida musical inglesa de aquellos años el hecho de que Beecham llegara a ser tan célebre. Este original y civilizado director era capaz de lograr resultados asombrosos en las orquestas, incluso sin la apariencia de la obsesión y con moderada disciplina. Beecham adoptaba una ingeniosa fórmula que no era sino convertir los ensayos en chispeantes y divertidos episodios que hacían las delicias de los profesores de las orquestas y que a la postre servían para extraer de ellos el máximo rendimiento. Con elegantes y ricos matices en la técnica de la batuta y controlando el temperamento, Beecham entusiasmaba en las interpretaciones sobre el atril. Su repertorio era inmenso, desde Haydn hasta Delius y con inestimables guiños hacia compositores todavía no establecidos del todo. Quizás el epicentro de todo fuese Mozart, en donde destacó como uno de sus más brillantes intérpretes. También brilló como director de Sibelius y de Richard Strauss, así como de Bizet y de Richard Wagner (Fue el responsable del estreno inglés de Los maestros cantores). Pese a todo, sus últimas grabaciones, en especial las registradas en Francia con la Orquesta de la Radiodifusión Francesa — Beecham se estableció en Francia durante sus últimos años por motivos fiscales — son manifiestamente decadentes y no permiten apreciar ya nada su temprana fama de diletante. Con menos prejuicios que otros colegas de su generación, Beecham se dio a conocer por el aprecio que tuvo hacia los valores musicales del Romanticismo tardío, ya finalizado, y llegó a calificar a Delius como el último de los grandes compositores. Decía de él que era el único compositor que desde 1925 había escrito más de cien compases de música que realmente valían la pena… Famoso fue su juicio sobre Wozzeck de Alban Berg: –«Carece por completo de encanto y no tiene la más mínima cultura»

 Desde aquellos días de Beecham, la actividad musical inglesa ha cambiado considerablemente y la interpretación altamente cualificada y rica en facetas estilísticas es tan viva en Inglaterra como en casi ningún otro lugar. Pero nadie puede negar que la labor de Beecham tuvo una enorme parte en este desarrollo. Beecham, como director y fundador de orquestas, en parte tenaz y en parte versátil, preparó el terreno para la posterior desarrollo de una cultura interpretativa sólida en base a una política de novedosas y numerosas iniciativas. Su actitud ecléctica asoció los elementos alemanes y franceses y los enriqueció a través de la urbanidad del gusto musical anglosajón. Lo que en Beecham parecía una originalidad un tanto excéntrica, una marcada actitud de self-made-man al que le gusta experimentar, pasó a convertirse en una praxis que ha asimilado todos los refinamientos de la fiabilidad técnica, una práctica que, sin embargo, siempre ha conservado algo de la universalidad de Beecham. Pese a que su figura es del todo idolatrada en Inglaterra, de un tiempo a esta parte ha existido un cierto revisionismo sobre su figura que ha dado mayor hincapié a sus defectos que a sus cualidades. Por ello, muchos críticos y especialistas británicos actualmente coinciden en que no fue Beecham el más grande de los directores nacidos en tierras inglesas, honor que hacen corresponder a un mucho más serio y nada extravagante Sir John Barbirolli. Beecham murió el 8 de marzo de 1961 en Londres a consecuencia de una trombosis coronaria y poco después de haber realizado su última gira por tierras americanas. Tras su muerte, la dirección orquestal tomó unos nuevos rumbos bastante apartados que los de este genial e inefable maestro inglés hubo de poner en práctica.

 Como legado discográfico, podemos destacar: Carmen de Bizet, con Hamel, Depraz, De los Ángeles y Gedda, y dirigiendo a la Orquesta Nacional de la Radio Francesa (EMI);las Danzas Polovtsianas de Borodin, dirigiendo a la Royal Philharmonic (EMI); la Sinfonía nº5 de Chaikovski, dirigiendo a la Filarmónica de Londres (BEULAH); el Vals de Eugenia Oneguin de Chaikovski dirigiendo a la Royal Philharmonic (EMI); distintas Piezas orquestales de Delius, dirigiendo a la Royal Philharmonic (EMI);  la Sinfonía nº8 de Dvorak, dirigiendo a la Royal Philharmonic (BBC LEGENDS); Fausto de Gounod, acompañado de Boué, Dawson, Dawkes y Frank, y dirigiendo a la Royal Philharmonic (PREISER RECORDS); la Suite de Peer Gynt de Edvard Grieg, dirigiendo a la Royal Philharmonic (EMI); El Mesías de Haendel, acompañado de Vickers, Tozzi, Vyvyan y Sinclair, y dirigiendo a la Royal Philharmonic (RCA VICTOR); la Obertura Ruy Blas de Mendelssohn, dirigiendo a la Filarmónica de Londres (PEARL); la Sinfonía 38 de Mozart, dirigiendo a la Sinfónica de Montreal (VIDEO ARTISTS); la Sinfonía 40 de Mozart dirigiendo a la Filarmónica de Londres (ANDANTE); La flauta mágica de Mozart, acompañado por Scheppan, Lemnitz, Berger y Strienz, y dirigiendo a la Filarmónica de Berlín (ÓPERA D´ORO); la Obertura de Las Bodas de Fígaro de Mozart, dirigiendo a la Filarmónica de Londres (PEARL); La bohème de Puccini, acompañado por Reardon, Amara, Merrill, De los Ángeles, y dirigiendo a la Orquesta Sinfónica RCA VICTOR (EMI); la Sinfonía nº5 de Schubert, dirigiendo a la Royal Philharmonic (EMI); y la Obertura de Los maestros cantores de Wagner, dirigiendo a la Filarmónica de Londres (PEARL). Nuestro humilde homenaje a tan excelente director.