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La noticia que dio la vuelta al mundo en los últimos días se refería sintéticamente a la construcción de un muro en el linde de dos localidades del Gran Buenos Aires (Argentina) como barrera entre un barrio de clase obrera (Villa Jardín) y uno de clase acomodada (La Horqueta) para frenar la delincuencia. La Justicia suspendió su construcción. Además, pidió más policías en la zona. Pese al fallo que adoptó la Justicia de suspender la construcción del muro entre San Isidro y San Fernando para bloquear el supuesto ingreso de delincuentes, la polémica se agravó con nuevos cuestionamientos a la medida de seguridad y con la destrucción del paredón por parte de vecinos y del gremio de Camioneros.

Como era de esperar la respuesta de toda la clase política autóctona y el gobierno central fue el rechazo de la medida (era lo políticamente correcto) del original Intendente de San Isidro (alcalde) por extrema y retrógrada pero por supuesto sin entrar en su génesis, diagnóstico y posibles soluciones. Hasta aquí la noticia (para quién quiera profundizar sobre el tema, AQUÍ dejo un enlace)

Y ahora el comentario:

El fenómeno de las migraciones internas en Argentina se inició masivamente durante el gobierno del General Perón en la década del 40, con un éxodo hacia los grandes conglomerados industriales en busca de nuevas oportunidades que no se acompañaron con políticas de inclusión social y que con el tiempo se transformaron en bolsones de pobreza y exclusión denominadas villas miseria. Desde principio de los 80 se empezó a instalar en la sociedad latinoamericana el concepto de pobreza estructural, queriendo significar con ello que existían en la sociedad grupos de adolescentes con educación formal mínima o nula que no trabajaban y cuyos referentes, padres, tíos, abuelos hacía años que estaban fuera de lo que se denomina población económica activa/economía formal.

Hace casi 20 años, circunstancias laborales me hicieron viajar con frecuencia a Venezuela, Brasil, Colombia y México. A mi regreso, y sujeto al interrogatorio familiar, más allá de los elogios sobre las bellezas de las respectivas ciudades, las costumbres y sus comidas; narraba que existía un denominador común en todas ellas: Diferenciación extrema en la sociedad (inexistencia de clase media), grandes conglomerados humanos en condiciones de vida paupérrima rodeando las grandes ciudades, marginalidad en ascenso, violencia en ascenso…

Surgía entonces en el seno familiar la pregunta acerca de cuanto tardaría Argentina en copiar el modelo.

La denominada pobreza estructural no es un fenómeno espontáneo sino un proceso de degradación social que cuanto menos se incuba en una generación (20 años). Para entender un poco el fenómeno del muro de Argentina transcribo parte del análisis de la situación hecho por Roberto Lavagna, ministro de economía que sacó del desastre a Argentina en el 2002

-La pobreza alcanza al 30%, unos 11 millones de argentinos. Tres millones se encuentran en situación de indigencia. El impacto es mucho mayor en los menores de 18 años.
– En materia de educación, 14 provincias (sobre 25) no cumplieron siquiera con los 180 dias de clases en 2007 y 2008 siendo el panorama de 2009 peor, motivado por conflictos con el gremio docente.
– En salud, la mortalidad infantil está en alza y se agravará con la epidemia de dengue (negada como tal por el gobierno) por falta de políticas de prevención. La sanidad pública está destruida
-El trabajo en negro (economía informal) y la tasa real de desempleo y subempleo esta aumentando, afectando especialmente a jóvenes y mujeres

A este cuadro se debe añadir que el narcotráfico ha fijado su base de operaciones en los conglomerados urbanos más pobres (villas, favelas, cantegriles, chabolas, tienen un nombre distinto en cada país) pues no entra la policía, no hay escuelas ni atención sanitaria. En síntesis: No hay Estado. Los pobladores de estos asentamientos, son rehenes de este nuevo fenómeno, familias compuestas por humildes obreros o mujeres que trabajan como asistentes por hora o, simplemente, se dedican a cuidar su numerosa prole, como pueden, integrando la lista de cautivos que conviven con marginales pues la «sociedad» no les ofrece oportunidad de vivir decentemente.

Como apunta un periodista: ¿Qué otro remedio les queda? ¿Llamar a la policía? Es como pedir auxilio a los Reyes Magos.

En el año 2006, el diario brasileño «O Globo» publicó un extenso reportaje a un presidiario en Brasil. Este hombre se había convertido en el verdadero jefe de la cárcel donde cumplía condena y decía lo siguiente: «Las personas que han ido a la escuela o la universidad, que viven en casa con su familia, que cobran un sueldo a fin de mes, creen que la pobreza es un problema y quieren solucionar ese problema. Quiero decirles que ya es tarde. Nosotros hemos sido siempre pobres, hijos de pobres, nietos de pobres. No sabemos leer ni escribir. Hemos pasado hambre y privaciones. Y a nadie le importó. Algunos políticos prometieron ocuparse, pero hoy somos millones los que vivimos en favelas y asentamientos. Bien, el problema ya se solucionó. Ahora estamos en el negocio mundial de la droga. Algunos, los más capaces, los más inteligentes, los más corajudos, somos ricos. Además tenemos armas modernas y alta tecnología, mejor que los policías. No tememos a la muerte porque nuestra vida ha sido muy dura. En cambio ustedes, con sus libros y sus autitos, están muertos de miedo. Yo no tengo miedo de que me maten aquí en la cárcel. Es un sitio legal. Es seguro. De hecho, yo soy el jefe. En cambio, yo puedo mandar que maten a cualquiera de ustedes. Me costaría poco dinero. Todos nosotros somos hombres-bomba. Podemos morir y matar en un segundo. En cambio no podremos tener jamás un empleo normal porque no hemos ido a la escuela, y tampoco nuestros hijos y nietos. De manera que olvídense de solucionar nuestro problema. Ahora, el problema lo tienen ustedes».

El relato no sólo impacta por lo duro sino que resume claramente lo que ocurre cuando una sociedad entra en la disgregación .

La pregunta a formular es cómo se llega a este estado de cosas y la respuesta es simple: A nuestra clase política (sin distinción de países, si gobierna o está en la oposición) no les interesa cambiar las cosas pues no suma votantes; los mensajes y las ideas van dirigidas a los que están dentro del “sistema”. El problema entonces, no es tanto si se construye o no un muro sino cómo se elimina la existencia de fronteras invisibles pero muy profundas mientras se encara la tarea de terminar con la polarización social que las provoca.

El muro que quería construir el municipio no es sino un paso más en el aumento de la escala del amurallamiento que empezó en los años 90 con el de la casa individual y siguió con los barrios privados. A nivel individual: rejas en las ventanas, puertas blindadas, alarmas con monitoreo policial. A nivel colectivo: barrios con acceso restringido, guardias de seguridad armados. Ni más ni menos que lo que refleja el artículo de O´GLOBO.

San Isidro, que en el imaginario colectivo representa la tierra de los que ganaron, en realidad es un símbolo de la polarización social que existe.
Pero lo importante es que cuando la segregación se realiza a una escala lo suficientemente grande sin la amortiguación que provee la presencia de la clase media como expectativa de movilidad social el pensamiento de consolidar la distancia entre ricos y pobres con algo parecido a un muro empieza a ser “razonable” en términos político electorales. Del análisis de las posiciones de quienes defienden o atacan la medida se desprende que ambos ven las consecuencias y no la raíz del problema central al analizar que la inseguridad es consecuencia de la pobreza. Por un lado una posición sensible, progresista y garantista y por otro aquellos que creyendo en la libertad de mercado profesan el culto de la responsabilidad individual y la igualdad de oportunidades (sólo para los iguales) y por consiguiente predican con el castigo ejemplificador de aislarlos por no ser triunfadores. La raíz del posible aumento de la delincuencia está en la exhibición grosera de riqueza directamente basada en la explotación y la miseria, y el aniquilamiento de la posibilidad de movilidad social.

Este deterioro del entramado social ¿Se puede evitar? La respuesta es sí, con voluntad política no electoralista, haciendo políticas de inclusión, apostando por la educación, generando condiciones sanitarias adecuadas, acabando con el clientelismo político (ayudas económicas coyunturales que se perpetúan) y con una justicia que actúe sin tener en cuenta la condición social del imputado.

Por último un aviso para navegantes: Como asiduo consumidor del programa televisivo Callejeros no dejo de sorprenderme de los bolsones de pobreza y marginalidad en España, que sumado a la degradación del sistema educativo (léase deserción escolar) me dicen ¡WARNING ! a mediano plazo, si nuestros políticos no empiezan a trabajar rápidamente.

Perdón por la lata y buen fin de semana

THENIGER