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 Observad este curiosísimo vídeo: Se trata de una insólita interpretación de la famosísima Badineri de la Suite Orquestal Nº2 de Johann Sebastian Bach. En el mismo, podemos completar como Ariel Zuckermann, famoso flautista y director israelí, realiza la difícil digitación de esta complicada partitura en una flauta que a su vez es soplada por Eyal Ein-Habar, flautista titular de la Orquesta Filarmónica de Israel, formación que acompaña a estos dos intrépidos solistas durante una sesión de concierto celebrada en el auditorio Mann de Tel-Aviv en 2005 en el llamado Día Nacional de la Flauta. Las expresiones de Zuckermann no tienen desperdicio, demostrando tener tan excelente sentido del humor como extraordinaria técnica para atacar con total naturalidad una pieza nada fácil de ejecutar. Aunque parezca una broma musical sin más pretensiones, no deja de ser un trabajo difícil que ha de ser muy ensayado para llegar a buen término. Cualquier desfase entre quién sopla y quién digita, y mucho más debido a la vertiginosa velocidad de ejecución de la pieza, puede dar al traste con toda la «circense» interpretación.

 Aunque el mundo de la mal llamada «Música Clásica» pueda parecer muy serio para los profanos, en determinadas ocasiones afloran bromas un tanto desenfadadas en determinados conciertos. Todos recordamos los episodios humorísticos que acompañan a la interpretación de ciertas polkas en el tradicional Concierto de Año Nuevo en Viena, como que el director de turno saque un silbato y acompañe con el mismo los rápidos ritmos de la Polka del Correo, o que simule disparar con una escopeta a unos molestos bicharracos que los instrumentistas de la sección de percusión imitan a la perfección. En el último concierto de esta serie, sin ir más lejos, pudimos contemplar como Barenboim se quedaba solo en el escenario durante la interpretación del último movimiento de la Sinfonía nº45 de Haydn (Por otra parte, compuesto para ser así interpretado, como señal de protesta ante el Príncipe de Esterháza). Aunque también, en otras ocasiones, la impredecible sucesión de determinados acontecimientos que no están en el guión de un concierto pueden dar lugar a situaciones cómicas e incluso bochornosas que provocan la risa maledicente del auditorio. Cuentan que Karl Böhm se encontraba en Nápoles para dirigir una representación de Tannhäuser en el Teatro de San Carlos en la que todo había salido mal durante los ensayos previos. El ensayo general fue un completo desastre y, por si no fuera poco, el concierto iba a ser retransmitido por la radio a toda Italia, circunstancia de la que se enteró Böhm en el mismo foso en los instantes previos de la representación, al ver el atril rodeado de micrófonos. Resignado, Böhm alzó la batuta y comenzó a dirigir. A los pocos compases el teatro entero estalló en una carcajada y Böhm, de espaldas al público, pensó que la catástrofe se le venía encima. Sin embargo, el primer acto acabó con un público entusiasmado ante la maestría del director austríaco. En el descanso, un extrañado Böhm preguntó la causa de aquellas iniciales risotadas del público. Resulta que en aquel teatro existía una pequeña institución en forma de gato llamado Salomé. Aunque nacido y criado en el teatro, al minino no le gustaba nada la música de Wagner y, por ello, nada más comenzar a sonar las notas de la obertura, atravesó desdeñoso el escenario para alejarse de allí… Böhm, absorto en la tarea de dirigir, no llegó a verlo.