Siempre he sido un enamorado de todo lo relacionado con la aviación. Ya en mi adolescencia, muchos sábados tenía por costumbre escaparme al aeropuerto de Barajas y tirarme allí horas y horas viendo despegar y aterrizar todo tipo de aeronaves comerciales desde una preciosa terraza que luego, por desgracia, cerraron. Incluso hoy en día suelo escaparme algún sábado, también, con la bici hasta la cabecera de la pista 33L, para obtener buenas instantáneas de los aviones aterrizando. Quizás debido a las fantasías de lugares lejanos y exóticos que los aviones me inspiraban, quizás debido a otro tipo de fantasías más mundanas que acariciaban mi subconsciente al comprobar la sugestiva forma fálica de los aparatos en pleno despegue (sobre todo, los de motores traseros, tipo DC9 ó 727), el caso es que soñaba con poder volar algún día en uno de esos cacharros. Sin embargo, nunca me planteé convertirme en un admirado piloto debido a que, desde niño, utilizaba gafas como consecuencia de una progresiva miopía y, en aquellos tiempos no existían las técnicas láser-quirúrgicas que en un santiamén corrigen este defecto óptico. Además, yo siempre he sido más de letras que de ciencias… Con los años fui recopilando enciclopedias, libros y revistas de aeronáutica que devoraba con pasión y que, aún hoy, constituyen una sección considerable de mi biblioteca personal. Más adelante, con la llegada de los ordenadores personales, salieron al mercado numerosos programas de simulación de vuelo, algunos de ellos de excepcionales cualidades técnicas y visuales. Uno en concreto, el Flight Simulator de Microsoft, se convirtió en objeto de culto. Era un programa tan realista que algunas escuelas de aviación utilizaban el mismo software para introducir en los aspectos más básicos de la aviación a los alumnos. Este programa se sigue renovando cada tres o cuatro años y, la verdad, no deja de sorprenderme. No es broma. Para manejar aceptablemente bien este «juego» y sacarle partido se necesitan años de práctica. A mí no se me da mal del todo, después de tantísimas horas.

 Con el tiempo, pude cumplimentar sobradamente mis sueños de viajar en avión; en una ocasión, incluso, unos amables pilotos turcos me dejaron acceder por unos momentos a la cabina viniendo de Estambul. Pero seguía sintiendo la necesidad de volar, aunque fuese en avioneta, y precisamente de eso me habló un amigo. Me comentó que había un tipo en el Aeródromo de Cuatro Vientos que se ofrecía a dar paseos de una hora en una pequeña monomotor a un precio que estaba dentro de mis posibilidades. Dicho y hecho. Contacté telefónicamente con aquel individuo y, lleno de ilusión, me presenté bien temprano en el aeródromo. Pronto conocí al piloto que habría de pasearme por la gorra que usaba, cuestión sobre la que incidió en nuestra anterior conversación telefónica. Y pronto, también, me di cuenta de que era un tipo muy peculiar.  — «Esto… Sí, claro. Venga, que vamos retrasados. Luego tengo otro vuelo y he de repostar» — Este buen piloto era un hombre muy nervioso, acaparador de cualquier tesitura posible y muy hablador, con un incesante monólogo que impedía cualquier comunicación que excediera dos frases mías. Con estas, salimos hacia la avioneta y comenzó con la inspección visual.  — «No olvides mirar los flaps. A veces se puede colar una serpiente… » –. Yo asentía a todas sus inesperadas explicaciones y, puestos a decir verdad, agradecía tal torrente informativo.  — «… Y los calzos. Nunca olvides retirarlos, ya que puedes capotar al dar gas» –. Por fin nos metimos en cabina. Era una pequeña Grumann de ala baja, algo frágil a simple vista  — «… Pero robusta como un toro» — Añadió el piloto. Tanto los cuernos como el cockpit presentaban síntomas evidentes de desgaste. El aviador volvió a sorprenderme:  — «Lista de procedimientos: Mezcla, bien; compensador, bien; timón, bien… Estupendo. No olvides ser amable con la torre. Escúchame como pido autorización… » —. Me empezaba a caer simpático este hombre, con su inagotable verborrea explicativa que, dicho sea de paso, complementaba mis teóricos conocimientos. El piloto siguió con su clase magistral.  — «Venga, toma ya el mando. No olvides que tienes rueda loca y has de compensar con frenos» –. Ilusionado, agarré los cuernos. ¡Me iba a dejar rodar en tierra! Pero lo más sorprendente llegó a la hora del despegue:  — «Bueno, ya sabes. Incrementa poco a poco, suelta pedales y vete corrigiendo hasta 45 nudos con pié. Luego con cuernos. Cuando pases de 65 nudos, tiras suavemente… ¿ok? » –. Yo creía estar soñando. Aquel loco quería que iniciase la maniobra de despegue… Comprobé que tenía mando en cuernos y, siguiendo sus constantes instrucciones, conseguí que aquello despegara sin mayores sobresaltos. Flotaba, tanto física como mentalmente. Alucinaba.

 El vuelo consistió en ir y volver a Toledo.  — «Muy bien… Esto… Leiter, te llamas, ¿no?. Estupendo. Ahí, hasta 3500 pies. Sigue el ADF. ¡No agarrotes los brazos, coño!  Observa como yo lo hago… Así.» — Yo creía estar viviendo un sueño. Aquella avioneta estaba bajo mi mando (bueno, para ser sinceros, el piloto estaba continuamente corrigiéndome)  — «Venga, llegando a Toledo. Giros. Ya sabes: Cuerno y pedal, suave. Mira como yo ataco y sigues… Así. ¡Muy bien!  Vigila la altitud. No se te olvide nunca mirar antes de dar un giro. Correcto. Sintonizamos ADF de nuevo. Vuelta a casa. Estupendo… Leiter te llamas, ¿No?» — Pero una cosa es volar y otra aterrizar, lo más complicado sin duda. Ahí me corté. — «No, no. No me atrevo… « –. — «¿Cómo que no te atreves, cagueta?  Tanta instrucción para que ahora te rajes… ¡Ni hablar!  Tu toma los cuernos que yo te compenso motor» —. Aquello ya no me hacía gracia. Estaba pálido.  — «En paralelo. Bien. Poco a poco. Espera que meta un poco de flap. Bien. Ahora, una milla y giro final de aproximación. Vigila siempre la velocidad, que entras en pérdida sin darte cuenta… No, así no. Atiende como se da el giro.. Ahora. Toma la referencia que te he dicho… Ya está. En planeo. Despacio. No te preocupes ahora del motor, que lo tengo controlado. Más flap. Bien, bien…. Vete levantando para provocar pérdida… bien ¡Suave, suave!  Ya casi está. Cuando toques suelo empuja timón para que no rebote… Ahí. Muy bien. ¡Bravo¡  Ya freno yo, ya freno yo… Con esto te valdrá… Leiter me dijiste que te llamas, ¿No? » — Pero un servidor esaba mudo, sudoroso y con el corazón alta y peligrosamente revolucionado. Sólo me tranquilizaba saber que, en caso de algún riesgo, el tenía también el control del aparato. Fueron los peores momentos que pasé en mi vida. Pero lo mejor estaba por llegar.  — » Bueno, muchacho. Procura relajarte… Estás un poquillo verde aún, pero será suficiente con otra clase. Por cierto ¿Cuándo tienes el examen de VFR?» — Es imposible poder narrar la cara que puso aquel tipo cuando cayó en la cuenta de que me había confundido con un alumno de prácticas…

Juro por mi conciencia y honor que esta historia aconteció en 1991 y que es absolutamente verdadera pese a la inverosimilitud de la narración. Jamás he vuelto a contratar servicios aéreos semejantes. Una vez y va que chuta…