«Por el camino de Mieres, entre aldeas y montañas; junto al puente de la Perra, puedo verme en la distancia…» — Dicen que cantabas por lo bajo en 1988, cuando renunciaste a seguir comandando un ya muy maltrecho PCE. Nadie como tú, camarada Gerardo, para saber lo que es tener auténtica convicción comunista después de ver, cuando aún eras un chiquillo, como torturaban a tu padre por otorgar su apoyo a los guerrilleros antifranquistas. ¡ Maldita la hora en que te eligieron para relevar nada más ni nada menos que al camarada Carrillo ! Qué desafinadas llegaban las melodías desde Moscú… Aunque nunca renunciaste a los principios más ortodoxos cuando la trascendental disyuntiva solicitaba seguir, bien por este camino, bien por una teoría que jamás entendiste y que se autodefinía como Eurocomunismo. A un tiarrón como tú, fortalecido a base del martillo en la mina, le iban a confundir con extraños experimentos ideológicos… ¡Ingenuos! ¡Cuando te partiste la cara por defender los derechos de tus compañeros mineros y en consecuencia tuviste que padecer la frialdad de las sórdidas cárceles franquistas! Aún recuerdo, camarada Gerardo, el monumental cabreo que te agarraste cuando te viste implicado en aquella encerrona televisiva donde se esgrimían los argumentos para solicitar el voto a favor o en contra del ingreso de España en la OTAN. ¡Peste de gente esos sociatas¡ ¡Vendidos! Quizás ahí comprendiste que la lucha era desigual y que no merecía la pena seguir. Ahora bien, tu ejemplo de volver a la mina tras rechazar cualquier cargo en la nueva dirección de Izquierda Unida es algo que muchos políticos debieran apuntar en sus agendas vitales. Sí señor, todo un modelo de honradez y vergüenza política. Hoy en día muchos te han olvidado pero no dudes, camarada Gerardo, que quién esto suscribe jamás lo hará. ¡ Salud, camarada !