Análisis pictórico » La Tempestad «
Giorgione no es tan sólo el iniciador de la pintura veneciana del Cinquecento, sino que además sienta las bases para el desarrollo del arte moderno desde el momento en que pinta paisajes con figuras en lugar de figuras con paisajes.
Ello fue posible, en buena medida, merced al ambiente cultural que envolvía a Venecia durante la primera mitad del siglo XVI, caracterizado por una creciente inquietud intelectual, que, entre otras derivaciones y con la oposición de la Iglesia, sostenía audaces teorías acerca de una nueva ciencia de la naturaleza.
El interés por la filosofía de Averroes, por los estudios literarios y por la nueva expresión de la música sirvieron de nexo a toda una generación de humanistas entre los cuales se encontraban los amigos y clientes para los que Giorgione pintaba.
Ya en sus primeras obras, Giorgione da muestras inequívocas de una libertad de ejecución y de una rica gama de efectos cromáticos que resultaba desconocida tanto para su maestro Bellini como para el resto de pintores del Quattrocento.
Para Giorgione, la pintura debe subordinar todos sus elementos al color para ganar expresividad y esta premisa es la que se va a acabar imponiendo en todos los artistas de la escuela veneciana del siglo XVI.
El interés por el color de Giorgione le lleva a pintar sobre un nuevo soporte, el lienzo, que ya por entonces se empezaba a utilizar con creciente asiduidad. La tela unía a su facilidad por el transporte y a un menor coste económico, una nueva textura en donde se podían obtener los efectos cromáticos característicos de su pintura. Además, Giorgione va sustituyendo paulatinamente el uso de la perspectiva lineal — la gran conquista del Quattrocento — por la perspectiva aérea, prescindiendo de elementos geométricos y apoyándose en los cambiantes efectos que producen los agentes atmosféricos y ambientales.
Mediante una atenta observación de la naturaleza, Giorgione comprende que las formas netamente recortadas no se dan en ella. Como contraposición al estudio analítico de cada elemento aislado, el pintor veneciano adopta una visión más unitaria y profunda en donde las figuras humanas se sumergen en el ambiente y espacio en el que están situadas en lugar de disociarse, como así hacían los florentinos del Quattrocento.
Los personajes van abandonando la realidad para irse convirtiendo en elementos poéticos de un mundo bañado en la ensoñación. De esta forma, será Giorgione quien eleve el paisaje a una verdadera categoría pictórica al conceder a la naturaleza un verdadero papel de protagonista.
Sin embargo, la figura de Giorgione, un artista de efímera trayectoria, se vio pronto oscurecida por la poderosa y longeva personalidad de Tiziano hasta el punto de que a la muerte de aquel, a Tiziano se le encargó que concluyera muchas de sus obras, circunstancia que ha traído de cabeza a no pocos historiadores de arte a la hora de determinar dónde empieza exactamente la obra juvenil de Tiziano o hasta qué punto se prolonga la obra de Giorgione.
Además, las escasez de noticias sobre su existencia y la total dispersión de sus obras provocaron, entre otros factores, la mistificación de su persona hasta extremos de hacer dudar de su existencia. Hoy se sabe que Giorgione no fue un mito y pese a que resulta harto difícil precisar la cronología de su obra, los estudios filológicos, científicos y críticos han hecho posible que muchas de las lagunas en torno al pintor hayan sido definitivamente resueltas.
La tempestad se considera por unanimidad como autógrafa de Giorgione y la primera descripción que se conoce data de 1530 y afirma que dicho lienzo fue hecho por la mano de Giorgio Barbarelli da Castelfranco (El nombre completo de Giorgione). Sin embargo, su significado ha dado lugar a las más diversas opiniones, desde el tema de «Mercurio e Isis» hasta un «hallazgo de Moisés» pasando por «la infancia de Paris».
Según se desprende de un examen radiográfico, Giorgione cambió la idea — como le sucedió en otros cuadros — ya que pintó previamente otra figura femenina en el lugar que actualmente ocupa el soldado. La naturaleza aquí se convierte en la verdadera protagonista, a lo que todo lo demás se le subordina como simples elementos. Lo notable de esta pintura es que el paisaje, formado por la ciudad de la colina y el súbito relámpago del centro, es el verdadero elemento narrativo, casi por encima de las figuras del primer plano. Para muchos especialistas, esta peculiar obra es la semilla de la que nació la tradición de la pintura paisajística del siglo XVII. En la parte derecha de la imagen aparece la figura de una madre casi desnuda, envuelta en una manta de inocente blancura, y amamantando a su hijo.
En el otro margen, un soldado observa la escena tranquilamente, sin ningún atisbo de emoción o de sorpresa. Precisamente es la instantánea captación del relámpago en medio de un cielo tormentoso lo que aporta tensión y dramatismo a la escena, mayormente si cabe por ejercer dicho rayo como eje vertical que sirve para subrayar la distancia entre los dos personajes. Giorgione no plasma un cielo negro del todo, sino que utiliza una arriesgadísima combinación de tonos verdes y azulados que respiran una incontestable belleza natural.
Contra lo que ciertos críticos han afirmado a la hora de comentar este cuadro, el ambiente general del mismo no parece preludiar una escena de tintes dramáticos, sino que más bien el lienzo posee un aire de máxima expectación.
Para involucrar de alguna manera al espectador en la escena, Giorgione se sirvió de la simetría y de la mirada fija de la mujer que parece querer transportarnos hacia el interior del cuadro. Los dos árboles pintados en cada margen del lienzo, especialmente el izquierdo, parecen recoger las corrientes de viento que suelen originarse en todo proceso tormentoso.
Solamente en los pintores ingleses del siglo XIX volveremos a encontrar una mayor exaltación de los fenómenos atmosféricos.
Este «cuadrito», lo digo por el tamaño no muy grande, siempre me ha llamado mucho la atención. Obvio es decir que me llama la atención por las dos figuras.No se sabe muy bien que pasa, de hecho parecen estar cada una a lo suyo, sin embargo ya que de imaginar se trata en este maravilloso cuadro, quiero imaginar que el soldado protege discretamente a la madre amamantando al hijo, la madre medio tapada no solo por una manta blanca, la tapa también un arbusto. Las miradas son inquietantes, mientras que al soldado (siempre pensé que era un pastor) solo le falta silbar como quien no quiere la cosa, la madre mira directamente al observador como diciendo: estás invadiendo mi intimidad, no me puedo mover y no me gusta que me mires.
Por último el ojo se va al fondo, a la tormenta, por fin la madre puede estar tranquila ya que nos quedamos embobados mirando ese cielo que tan pronto va a descargar lluvia, relámpagos y truenos sobre esa ciudad que se adivina, sin embargo la sensación continua, la madre está a salvo.
Desvarios de quien mira.
Efectivamente, Zarza, la figuración del cuadro ofrece un amplio abanico de posibilidades y la verdad es que tu versión del mismo es realmente estupenda. Me ha gustado sobre todo lo que comentas de la madre, como quejándose de su invasión de intimidad. Seguro que Otto Cázares, el gran maestro pintor mexicano de BLUES, coincide plenamente contigo.
¡Jo, y a mí que me producen fobia las tormentas nocturas! ¡No hay remedio! Menos mal que ahora en Madrid, hasta más o menos abril, ya no suele haberlas.
Un abrazo, Zarza
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¡»La Tempestad» de Giorgione! ¿Existe una pintura más radicalmente «Obra» que «La Tempestad»? Sí, «Las Meninas» de Velázquez.
Comento varias asuntos a tu espléndida y brillante entrada que puedan resultar interesantes y que entran estrictamente en el orden de la opinión, pues nada hay que se pueda agregar a tu informadísima investigación en torno a «La Tempestad» de Giorgione, caro amigo mío.
Sí, ciertamente se ha puesto en duda la existencia de Giorgione y es que hay más de una razón para dibujarle como el Sócrates de la Pintura. ¿Es, Giorgione una invención de otro pintor? ¿Es un heterónimo del joven Tiziano? ¿O es un proyecto conjunto, a saber, a dos manos? ¿Es Giorgione una figura inventada por Tiziano y por Bellini para permitirse ciertas experimentaciones que en el curso de sus propias producciones no podían permitirse? Preguntas irresolubles son estas pero que sí encuentran puntos de similitud con el Sócrates platónico en el sentido de que el personaje principal de los diálogos filosóficos termina inclinándose la cicuta (en el Fedón o De las almas), después muere y deja sus enseñanzas maestras en las memorias de sus discípulos; por su parte, un misterio absoluto envuelve la muerte de Giorgione: es un naturalista que deja sus ejemplos y su magisterio en no más de nueve pinturas, muere al parecer a los 33 años de edad (de mal de amores, dice Stendhal, víctima de la peste bubónica dicen algunos historiadores) para no dejar más rastro. Versiones hay que cuentan que murió víctima (envenenado, de hecho) de intrigas y envidias entre miembros del gremio de pintores; alguno hay que propone que Tiziano, a la muerte de Giorgione, se encargó de fusionar la obra de su joven y verdadero Maestro con su propias creaciones.
Cuestiones irresolubles, repito, pero que abren su horizonte de sentidos hacia lo enigmático, al campo fértil de la posibilidad. Y sólo en el campo de la posibilidad, opino, se puede hablar de Giorgione. En este campo entran todas las interpretaciones posibles y en su magna obra «La Tempestad» se pueden verter todas las apologías que se deseen pues no hay un «cánon», por así decirlo, ni iconográfico ni programático que mancomune toda la multiplicidad de enigmas. ¿Qué representa «La Tempestad»? ¿Paris amamantado por una osa? sí; ¿María y José en su huída hacia Egipto? tal vez; ¿Adán y Eva pariendo al primer hombre constructor de ciudades, Caín, anunciado por un relámpago? Esa es mía ¿y porqué no? ¿Sémele? No veo la razón para negarnos a que sea Sémele parturienta. ¿Gombrich? ¿Panofsky? ¿Zambrano? Sí, sí y sí. ¿No es esa la afirmación de la existencia de una OBRA? Todo es Afirmación en «La Tempestad», como en «Las Meninas», a nada cierran sus horizontes de sentido, de ahí su absoluta riqueza.
Pozos profundos, sin fin acaso. Esa es LA OBRA…
Les abrazo, cofrades, te abrazo, Leiter
la obra del greco «toledo en una tormenta» del met neoyorquino, y pintada un siglo después, si bien sin ninguna presencia humana, me recuerda mucho al giorgione que tan bien nos has presentado leiter…
Ciertamente, el tema de Giorgione es bastante misterioso aunque las investigaciones más recientes sí parecen confirmar su existencia. No obstante, el halo romántico que rodea su figura es particularmente sugestivo.
Ese cuadro que señalas, Hugo, es para mí lo mejor de El Greco. Por encima incluso del famoso Entierro del Señor de Orgaz.
Gracias por vuestros comentarios, Otto y Hugo
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