* Óleo sobre lienzo
* 322 x 340 Cm
* Realizado entre 1598 y 1601
* Ubicado en la Iglesia de San Luis de los Franceses; Roma
Michelangelo Merisi, más conocido por el sobrenombre de Caravaggio, enclave lombardo de su nacimiento, fue considerado en su tiempo como el Anticristo de la Pintura porque, en vez de emplear el pincel para la expresión de altas ideas, se atenía a la simple imitación del natural de modo «imperfecto e indocto». Sus obras, hoy confortablemente adaptadas a iglesias y museos, levantaron un verdadero escándalo en la Europa de comienzos del siglo XVII. Para la mayor parte de los entendidos de esa época, imbuidos de un notable idealismo neoplatónico, la pintura habría de expresar una idea de belleza que, a modo de pirámide, sería tanto más perfecta cuanto más se elevase a la cúspide, que no es sino Dios. Frente a este concepto, Caravaggio opone cuadros de bodegones con bajos y viles pensamientos, de borrachos, fulleros, tahúres y cosas semejantes; incluso de pícaros descompuestos y de mujeres desaliñadas. El clasicismo idealista de Rafael, Carracci o Carducho tendrá su contrapunto en el naturalismo de Caravaggio, corriente a la que también se suman Velázquez y Ribera.
Caravaggio se planta ante el modelo y reproduce fielmente su aspecto en el lienzo, de ahí que fuese considerado en su tiempo como el Príncipe de la Fealdad, negándose las iglesias romanas a colgar sus cuadros por su vulgaridad. Sin embargo, esta aparente «fealdad» fue a menudo confundida con la «plebeyez». Caravaggio tomaba sus modelos no en los altos y lujosos palacios, sino en los barrios populares, a veces entre gente de muy dudosa condición, como se correspondía con la trayectoria vital de este artista, un ser que pasó repetidamente por la cárcel y que con frecuencia se veía envuelto en todo tipo de riñas propias de los bajos fondos. Se puede afirmar sin exagerar de ninguna manera que en Caravaggio se da ya una cierta afición proto-romántica.
Sin ser el creador del tenebrismo, fue Caravaggio quién le dio mayor publicidad. Busca el artista en lo tenebroso una presentación efectivista de la escena que se aproxima a lo teatral (En correspondencia con todas las ramas artísticas del siglo XVII). Lo fundamental consiste en iluminar la escena con un oportuno chorro de luz que sólo nos permita describir lo esencial de la misma, dejando en sombras el resto. Por esa espectacular forma de presentar a sus personajes, arrancándolos de una tiniebla informe, Caravaggio consigue darles una presencia física casi obsesiva, bastando con apagar ese foco de luz para que esos sujetos tan escultóricos dejen instantáneamente de existir. En consonancia, sus composiciones adoptan un aire casual, como de toma fotográfica en la que no se omite absolutamente nada. Esa naturalidad, sobre todo en sus temas religiosos, más que apartarse del cristianismo ideal parece querer ponerlo al alcance de todos, en lo que supone una cotidiana representación de los diferentes motivos evangélicos. Caravaggio, en suma, nos da una versión propia y humilde de que la belleza reside, fundamentalmente, en la verdad.
Fue a partir de 1597 cuando Caravaggio, protegido por varios nobles y cardenales, recibió los primeros encargos importantes que generalmente procedían de iglesias y cofradías. Ello le llevó a enfrentarse por primera vez con una temática religiosa que en su etapa inicial había quedado ignorada. Entre los encargos, destacó la realización de tres cuadros de proporciones mucho más grandes que las acostumbradas hasta entonces por el artista y cuyo destino era la iglesia romana de San Luis de los Franceses. Para el altar mayor pintó un lienzo, San Mateo con el Ángel, cuya primera versión fue rechazada por la vulgaridad del modelo y posteriormente destruida por un bombardeo de la II Guerra Mundial. A los dos lados del altar figuran, respectivamente, El Martirio de San Mateo y La Vocación de San Mateo. En este lienzo vemos una escena de interior — más propia de una taberna que de un relato evangélico — donde Mateo cuenta lo obtenido en su función de publicano o recaudador de impuestos, y no se apercibe de que Jesús le está señalando con la mano. Es verdaderamente extraordinaria la síntesis con la que el artista ha unido el foco de luz con la figura del Salvador, símbolo de esa llamada. Si nos fijamos, la escena parece tener lugar en una dependencia subterránea, a juzgar por la altura en que se encuentra el chorro de luz. Los ropajes de los personajes son del todo anacrónicos, de igual manera que el sable que contemplamos en primer plano y que cuelga de la cintura de un personaje que está de espaldas y al que ciertos críticos han querido ver en el mismo un autorretrato del artista. La cara y expresión de Cristo es durísima en comparación con lo que se venía pintando hasta entonces y su dedo señalando a Mateo es prolongado por el personaje que se halla sentado junto al joven. No deja de resultar enternecedor apreciar las lentes (En una escena del siglo I) del personaje que se encuentra junto a Mateo. El detallismo en los objetos (Monedas, sombreros… ) es verdaderamente extraordinario y revela la buena técnica del autor.
Siempre se ha afirmado que Caravaggio es un pintor muy «fotogénico», esto es, que sus cuadros se reflejan preciosos en las ilustraciones pudiendo decepcionar posteriormente en su directa contemplación. Pero, La Vocación de San Mateo, una de sus obras maestras, produce el efecto contrario. Su contemplación al natural es toda una excitante y maravillosa experiencia que en absoluto nos defrauda. Y Caravaggio, con el paso de los años, parece resistir bien los nuevos enfoques de la crítica.