* Óleo sobre lienzo
* 65 x 89 Cms
* Realizado en 1864
* Ubicado en el Museo del Louvre
La concepción paisajística de Camille Corot inició una nueva fase en este género de la pintura. El ambiente de «aire libre» como dedicación y fin básico de los objetivos pictóricos será algo característico en una obra que, por lo demás, ha sobrevivido instintivamente la filosofía estética de su tiempo: El arte consiste en comunicar al espectador una sensación, no en persuadirle de aceptar una verdad. Este es un principio esencial que infundirá vida a las épocas artísticas siguientes y así lo asumirá Corot, mostrando un espíritu avanzado y un papel más que destacado en la apertura de nuevas vías a la evolución estética: –«No importa el lugar ni el objeto; hemos de someternos a la primera impresión. Si hemos sido verdaderamente subyugados, la sinceridad de nuestra emoción alcanzará a las demás»– Afirmaba.
Corot capta los efectos de las variaciones de luminosidad según las diferentes horas del día y las alteraciones que se producen en relación con los fenómenos atmosféricos. Para lograrlo, investiga a fondo la problemática tonal y consigue resultados del todo sorprendentes: Con gradaciones de luz otorga a los colores mayor o menor preeminencia y, de acuerdo con la profundidad espacial lograda, consigue así obtener la dimensión espacial del conjunto. De esta forma, el cuadro de Corot — hablando en términos generales — viene a ser una armonía de colores mágicamente recreados por las combinaciones de su paleta. Esta variedad cromática se escalona con acierto a fin de constituir la estructura (El color debe usarse con discreción) como base de algo puramente anecdótico. Así, Corot dispone de los tonos a manera de evanescentes velos de contextura vaporosa que parecen rozar la superficie del lienzo más que reafirmarse en sí. Para ello, el artista aúna conceptos que hasta entonces parecían del todo contrapuestos, como basar una estructura sólida en el desarrollo de formas vigorosas subyacentes o, por el contrario, exhibir una inconsciente bruma como delicado aspecto propio del Romanticismo.
La obra de Corot posee, con frecuencia, un fondo de intenso lirismo acentuado por una luminosidad transparente — e incluso exaltada — que desmaterializa los elementos formales en aras de una nueva visión de la naturaleza, eliminando de raíz cualquier asomo de pesadez. De hecho, Corot consigue hacer evolucionar la idea partiendo de supuestos clásicos en dirección al lenguaje moderno, Consecuentemente, y presintiendo como ningún otro el modelo impresionista, el paisaje va a ser para Corot una ordenación de valores según la luz y la distancia, por encima de otros objetivos. Sin embargo, esta característica fundamental de su obra debe ser analizada según la evolución artística del pintor, que va desde un arcaizante paisaje de tipo clasicista a una etapa donde su obra parece entrar en un universo de ensueño, con árboles frondosos que cierran sus panorámicas y una exquisita fantasía que parece emerger de un mundo irreal. A este período de evolución artística del maestro pertenece el cuadro que hoy comentamos. En ella, el pintor combina claramente el tránsito de los estudios objetivos y densos mediante composiciones espiritualmente clasicistas (Ordenadas según los principios de Poussin) hacia una ambientación del todo distinta, plena de efusiones románticas, ligeras e inconsistentes, que reviven sentimentalmente los recordados panoramas de Claudio de Lorena y la figuración de Watteau. Al tiempo que las nuevas figuras pictóricas presentan el modelo realista, Corot se refugia en un mundo de ensueño y de fantasía, evocando lugares ya conocidos que puebla de menudos personajes mediante croquis tomados de su imaginación al contemplar los actores y bailarinas en el teatro de la ópera, de la que era un enorme aficionado.
Recuerdo de Mortefontaine fue una obra creada en 1864 y destinada a ser expuesta en el Salón de París ese mismo año, obteniendo un extraordinario éxito hasta el punto de que años más tarde el Estado Francés comprará la pintura para destinarla al Museo del Louvre. Esta composición señaló un hito fundamental en la estética particular de Corot, quien consagra su última manera vaporosa a ese ya mencionado mundo de ensueño y lirismo. El cuadro es una de las grandes obras del último período artístico de Corot. Bañada por una luz suave y difusa, el óleo es una pieza de gran serenidad, emblema de la asimilación lírica y poética del mundo del artista. La escena no está captada del natural pero contiene elementos clave del paisaje real hasta crear una imagen del todo armoniosa. El árbol del primer plano, el agua estática que aparece detrás y los tranquilos personajes iluminados por colores tenues son los motivos principales que el autor suele emplear para plasmar una obra de silenciosa y bellísima expresión. Comparada con otras obras anteriores del artista, se advierte aquí la transformación del paisaje tradicional en otro de profundo espíritu poético, pleno de luz y con veladuras perladas sobre armonías de grises tenues, verdes y azules. Las vigorosas masas arbóreas contribuyen al espectacular y grandioso efecto de ambiente natural, aunque dichas masas dejan filtrar unos vivos toques de luz que hacen animar las superficies más presentes hasta transformarlas en algo exquisitamente delicado. Con esta obra, Corot da un paso firme desde el Realismo hasta el Romanticismo y por esta razón el cuadro supone un puente entre realistas e impresionistas, Para muchos especialistas, Corot es posiblemente el padre del Impresionismo.
Espléndidos comentarios a la obra inmensa, fundamental de Camille Corot. ¿Aficionado a la ópera? Esa sí que me ha tomado por sorpresa ¿aficionado de primer orden? Lo supongo.
Definitivamente, como lo sugieres, yo yambién encuentro que el antecedente del impresionismo es el Plenairismo de Corot (sin olvidar el de Millet desde luego) y que su extenso mapa de sensibilidad táctil y sus enormes facultades de traducir lo que veía del mundo fenoménico en impresiones absolutamente únicas, personales, sintéticas, fundamentalmente desenfocadas (como el amor ¿eh, Leiter?) producen uno de los cuerpos de obra más atractivos de entre todos los Maestros.
La superposición de veladuras para crear atmósferas ya umbrosas ya lumínicas son en sus cuadros, una total delicia de ver: he ahí la verdadera construcción plástica, creo que puede decirse. Encuentro la relación (la señalas tú muy agudamente) entre Corot y Poussin, completamente natural, teleológica. Si bien las escenas bucólicas, en pintura, son esencialmente francesas, el vínculo entre el XVII (Poussin) y el XlX (Corot) se halla en Watteau (XVIII), pintor absolutamente genial, lamentablemente vilipendiado por los tiempos (en realidad como casi la gran mayoría de los pintores dieciochescos a contrapelo de los músicos del XVIII), que, en su obra paisajista, argentea las atmósferas pictóricas con superposiciones cromáticas y veladuras tonales de tal suerte que el cuadro es una “masa” plástica de valores donde se suceden generalmete escenas de la vida galante. Si acordamos que el bucolismo pictórico permea la Escuela Francesa desde Poussin, atraviesa el monárquico XVIII de Watteau y llega hasta Millet y Corot, debemos también comprender que el bucolismo fue “desromantizado” por decirlo de algún modo y utilizado por los impresionistas y los postimpresionistas: recuerda el “Desayuno sobre la Hierba” de Manet que lleva el sello de la escena bucólica giorgionesca-pousinnina.
Tuve, por otra parte, la maravillosa oportunidad de visitar, en Madrid (Thyssen) una exposición del Corot ratratista: !oh, gran amigo Leiter: qué cosa más esplédida! La que la pintura nos ha deparado ¿no lo crees? ¿cuantas cosas no ha dado a ver! ¡Cuantas cosas todavía por ver sin embargo y cuantas cosas por sentir! No se he dicho todo ni por asomo.
Te abrazo, Maese amigo
Deduzco tu admiración por la escenografía francesa y me parece totalmente acertada tu opinión acerca de Watteau, un artista tan exquisito como vilipendiado.
Particularmente en esta obra que comentamos de Corot, aprecio una cierta concordancia con bucólicas escenas de Claudio de Lorena, aquel otro pintor casi contemporáneo de Poussin cuyos atardeceres han pasado a formar parte de la historia de la pintura. Si Poussin aportó el clasicismo compositivo, Lorena lo revistió de ensueño.
Corot es un pintor que me encanta desde siempre. Dentro de esa etapa cronológica en la van convergiendo artistas como Courbet, Millet o Daumier, me sigo quedando con Corot aunque sin desmerecer a aquellos.
Siempre he dicho que el Museo del Prado es la pinacoteca más extraordinaria del mundo (La tierra tira, claro…), pero el Thyssen es un museo perfecto para realizar un apasionado viaje desde la pintura gótica hasta los impactantes cuadros de Roy Lichtenstein. Eso sí, con paciencia y calma.
Superado ya el ecuador de mi vida, siento deseos de profundizar cada día más en la pintura. Y en ello estoy (Aunque no tenga la más mínima idea de dibujar. No nací con ese don).
Un abrazo, Otto
LEITER