* Óleo sobre lienzo
* 48 x 63 Cms
* Realizado en 1873
* Ubicado en el Museo Marmottan Monet, París
Monet es el gran patriarca de los pintores llamados impresionistas. Sincero, directo y completamente desintelectualizado, su labor va a constituirse en una verdadera revelación del trabajo artesanal y paciente que elude cualquier teoría y discusión de salón para ir conformándose, día a día, frente al motivo. De este modo, embriagado en el inmenso espectáculo de la naturaleza, su visión se va a agudizar hasta extremos verdaderamente imprevisibles, percibiendo sus ojos antes que nadie los efectos de los rayos solares sobre todos los elementos del paisaje. Sin embargo, espontáneo y natural a la vez, Monet va a saber conciliar perfectamente este aspecto mutante de lo natural con lo que su propia visión le está transmitiendo. Así, de manera ciertamente inevitable, este discurrir acabará conduciéndole a la impotencia de no ver jamás trasladadas al lienzo esas impresiones directas que su ojo le transmite y ello pese a la portentosa educación de su sensibilidad.
Paulatinamente, Monet va a prescindir de cualquier tipo de mistificación literaria para ahondar directamente en la naturaleza. Con ello, el artista pretende inscribirse en la escuela más realista y como tal empieza por repudiar el color negro — en realidad, dicho color no «existe» — aunque pronto se dará cuenta de que verdaderamente no existe color alguno, sino que estos son visibles por efectos de los rayos solares a través de las masas de aire, adoptando la misma forma infinidad de variaciones que la sitúan como en una instantánea entre multitud de transiciones. Consciente de esta realidad, Monet elige como tema capital de su obra la luz y mayormente a través de sus reflejos sobre el agua. Para ello, incluso se hizo construir un pequeño barco-estudio con el que va a recorrer continuamente las orillas del Sena tratando de reflejar ese mismo hecho de inestabilidades y de realidades eternas que constituyen la misma esencia del agua. De esta forma, su pintura se concreta en tres aspectos básicos: La atmósfera, la intensidad lumínica y los reflejos acuosos. Consecuentemente, yuxtapone o superpone pequeñas pinceladas en una suerte de rasgueo sobre la tela hecho casi de comas puntillistas que le acercan a la visión del natural como vivencia eterna e inagotable. Así, Monet comienza a penetrar en el gran secreto de la estética impresionista, la posibilidad no sólo de sugerir un instante, sino incluso también la de mostrar sus pasados e inmediatos futuros. Para ello, el agua posee una superficie hecha de movilidades que reflejan la luz como ninguna otra materia por su propia naturaleza inmutable y transparente. Una materia capaz de desmaterializaciones semejantes es imposible de encontrar fuera del agua y por eso Monet refuerza su mirada para descubrir el movimiento incesante de su superficie.
Sin embargo, y a pesar de esta portentosa facultad de captar verdades fugitivas en cada silueta, Monet comprendió pronto su incapacidad para poder captar en toda su plenitud el instante, ya que no existe la posibilidad de conseguir que un lienzo detenga y pormenorice un momento. Para solucionar el problema, Monet emprendió entonces su trabajo a través de series, es decir, un número indeterminado de cuadros que reflejan el mismo motivo a diferentes horas del día, pasando de una obra a otra conforme se modifiquen las circunstancias solares y lumínicas. Gracias a este sistema, Monet se acercó cada vez más a su objetivo de comunicar lo verdaderamente incomunicable, sucediéndose las series sobre diversos motivos.
Impresión, sol naciente fue pintado por Monet durante una breve estancia en El Havre en 1873. El cuadro se presentó al año siguiente en la primera exposición de la Sociedad Anónima de Pintores — muestra alternativa al tradicional Salón que dependía del estado — y que acogía a todos aquellos artistas deseosos de una renovación profunda de las artes. El lienzo motivó que el periodista Louis Leroy escribiera poco después un artículo burlón en el que definía a aquellos pintores como «impresionistas», término que caracterizó definitivamente al nuevo grupo. La reacción de Leroy fue comprensible porque la pintura de Monet violaba numerosas convenciones artísticas. Ciertamente, la obra parece un esbozo debido a que su pincelada suelta no define lo que representa. La técnica es, en gran medida, el resultado del propósito impresionista de captar un momento fugaz al aire libre. Como ya señalamos, la obra se realizó desde una ventana frente al muelle de El Havre, a través de la cual Monet pintó con brío la ciudad moderna al amanecer para plasmar el panorama antes de que cambiara. El cuadro es una cascada de pinceladas sueltas que dan cierta sensación de instantánea improvisación. Al artista no le interesa el detalle, como así se aprecia en las barcas negras o en los fondos resueltos con nerviosos trazos grises, sino el instante de una escena en concreto. La sensación de movimiento acuoso se consigue de forma magistral mediante la discontinua plasmación de las pinceladas en la superficie y el reflejo anaranjado solar que evita en todo momento una proyección estrictamente lineal. Impresión, sol naciente es una obra calculada que muestra un enorme interés por la llamada teoría del color. Si bien parece que el sol horada la neblina matutina a causa de su intenso color naranja, en realidad posee la misma luminosidad de su entorno. No en vano, en una fotografía en blanco y negro, el sol casi no se distingue y ese mismo efecto fue aprovechado de forma portentosa por Monet. Dadas las implicaciones y posteriores repercusiones que tuvo este cuadro para el desarrollo del impresionismo y sus movimientos derivados, podemos afirmar sin temor a equivocarnos que Impresión, sol naciente, pese a sus reducidas dimensiones y a la aparente sencillez compositiva, es una de las pinturas más importantes de toda la historia del arte occidental.
La corriente llamada impresionista con toda su importancia me deja generalmente fría salvo algunas excepciones, esta es una. Se queda uno pasmado mirando como el instante está captado, es precisamente la falta de detalle, la aparente rapidez en el trazo lo que nos hace pensar en «corre, corre que te pillo», un segundo más y esa imagen se desvanece, solo importa la impresión de ese momento fugaz. La luz es el tema que otro enorme pintor captó de forma insuperable, Turner. Una delicia.
Lo bueno de este cuadro, entre otros muchos aspectos que acertadamente apunta, Zarza, es que también supuso el pistoletazo de salida para un movimiento artístico que revolucionaría la pintura.
Gracias por el comentario y bienvenida a este bar virtual de copas, Zarza
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