El antijudaísmo, entendido como un sentimiento y actitud básica de rechazo frente al judío por su condición de tal, precedió en varios siglos al cristianismo. El antijudaísmo nació de una serie de circunstancias ideológico-religiosas, sociales y políticas imbricadas entre sí que a veces se confunden con el moderno concepto de antisemitismo, una definición basada en lo racial y lo económico. El particularismo del pueblo judío a partir de la diáspora originada tras el fracaso de la rebelión de Bar Kochbá en el año 135 trajo funestas consecuencias allí donde se alió con una concepción absolutamente rigorista de la ley. La autosegregación socio-religiosa respecto de los no judíos — que tiene sus raíces en el exilio de Babilonia — va a ser practicada de ahora en adelante de forma consciente. Ello va a significar una especie de autoaislamiento que provocó numerosas tensiones y conflictos dentro del propio pueblo judío y que determinarán que otros pueblos, antes de la era cristiana, sientan una repulsa instintiva contra lo judío.

 Existen muchos motivos que determinan las causas del antijudaísmo pagano y precristiano:

A- Los judíos no querían ni podían adorar a divinidad alguna que no fuera el Dios uno. Este monoteísmo exclusivo judío tuvo que afirmarse frente al tradicional politeísmo pagano y el novedoso culto helenístico al soberano que fue posteriormente recogido por el culto al emperador romano. El judaísmo de la diáspora tenía su mirada puesta no tanto en Roma como en Jerusalén y mantenía una actitud tensa con la población nativa. No es de sorprender por ello que escritores clásicos como Séneca, Cicerón, Tácito o Quintiliano realizaran claras observaciones antijudías en algunas de sus obras. Y tampoco que algunos emperadores romanos utilizaran a los judíos, según la oportunidad política, para cargar sobre ellos los fracasos propios o como aliados contra la población nativa.

B- La presentación, ciertamente agresiva, de su propia historia de salvación resultaba insultante para pueblos de otra cultura. La historia del éxodo egipcio tuvo que tener efectos contraproducentes en la gran ciudad de Alejandría, la de mayor comunidad judía de toda la diáspora. Siguiendo a Flavio Josefo en el Contra Apionem, una ideología antijudía se fue desarrollando en todo Egipto llegando al extremo de producirse un progromo judío en el año 38 de nuestra era. Pero mucho antes, concretamente en el siglo III a. C., el sacerdote egipcio Manetho narró una contra-versión del origen de la nación judía en la que llega a decir que los judíos eran originalmente egipcios que fueron expulsados de Egipto a causa de la lepra y que fueron guiados por un antiguo sacerdote egipcio apóstata, Moisés, para fundar otra nación con Jerusalén como capital. También relacionaron la prohibición de comer carne porcina con el temor judío a la lepra. Posteriormente circularon en Egipto diversas fábulas y mentiras — sacrificios de niños — que más tarde se trasvasaron a los cristianos.

C- La circuncisión, antiguamente extendida por todo Oriente, se fue convirtiendo en una característica casi exclusiva de los judíos luego del exilio babilónico. Sin embargo, desde la prohibición decretada primero por Antíoco Epífanes y posteriormente por el emperador Adriano, la circuncisión pasó a ser un verdadero signo de fe e identidad. Los no judíos consideraban este acto como vergonzante al considerarlo arcaico, bárbaro de mal gusto y supersticioso.

D- Los preceptos contra la pureza y los alimentos apartaron a los judíos del resto de la ecúmene helenística. El pueblo judío no podía generar simpatías tratando de impuros a otros pueblos, rechazando los matrimonios mixtos o incluso prohibiendo sentarse a la mesa con ellos. Por ellos, para una cultura como la griega — élite intelectual también en Oriente Próximo — los judíos no eran ya sólo unos extraños sino que también se los calificaba como de misántropos. El precepto sabático era incomprensible para muchos y ya Hecateo de Abdera, en el siglo IV a. C., había llegado a escribir que el modo de vida judío era «inhumano e inhospitalario». Tanto Antíoco Epífanes como posteriormente los romanos se servirán de estos reproches para imponer la helenización.

 En el siglo I, la animosidad contra los judíos se había manifestado en Alejandría, Rodas, Roma y Siria, de tal forma que el emperador Claudio advirtió en una carta contra el odio de los griegos contra los judíos y las ansias de poder de estos últimos. En el año 351 se produce una derrota romana en la guerra contra los partos que activa un ligero levantamiento judío en Palestina. Constancio II — hijo de Constantino el Grande — mandó entonces volver a aplicar las severas leyes dictadas por el pagano emperador Adriano con consecuencias catastróficas para los judíos: Cierre de escuelas, huida de los doctores y restricciones legales. Todo ello culminó con el cierre del sanedrín en el año 425 bajo circunstancias que aún no están del todo claras (Algo menos importante de lo que podría parecer, ya que el judaísmo por entonces se cimentaba en los rabinos y en la sinagoga)

 La confrontación entre judíos y cristianos alcanzó tal calibre en Roma en los años 49 y 50 que el emperador Claudio desterró de la capital durante algún tiempo a ambas comunidades. Ya en Palestina se había fraguado muy pronto la separación entre judíos y judeo-cristianos hasta el punto de que muchos de estos últimos — entre los que se encontraban algunos teólogos de élite — consideraron que la supervivencia del judaísmo era una amenaza. De esta manera, de un antijudaísmo pagano estatal se configuró un antijudaísmo específicamente cristiano-eclesial que fue duradero, universal, oficialmente incitado y sustentado en un sistema ideológico. Algunos padres de la Iglesia habían estudiado hebreo y exégesis bíblica con profesores judíos, como Orígenes, y mantuvieron relaciones amistosas con ellos aunque con frecuencia se les censurara el haber rechazado a Jesús el Mesías. Pero ya avanzado el siglo II se inicia una abierta hostilidad contra los judíos y se va formando una literatura de abierta animosidad (Carta de Bernabé, Melitón de Sardes, Hipólito) frente a ellos. De entre los muchos y diversos factores a los que se debió el judaísmo específicamente eclesial podemos señalar: 1- Un creciente alejamiento de la Iglesia de sus raíces hebreas y veterotestamentarias a causa de la helenización y universalización del mensaje cristiano; 2- Una reclamación exclusiva a la Biblia hebrea por parte de una Iglesia que no tributa los honores debidos, sino que la utiliza como legitimación divina de su propia existencia; 3- Una ruptura de conversaciones entre la Iglesia y la Sinagoga con el consiguiente aislamiento respectivo y en donde el monólogo apologético sustituye al diálogo y 4- Una culpabilidad de la crucifixión de Jesús que se atribuyó de forma general a todos los judíos, de forma que su dispersión era justificada como una maldición de Dios sobre un pueblo condenado.

 En la segunda mitad del siglo II Melitón de Sardes, obispo de Asia Menor, deja caer una fatal expresión que tendrá nefastas repercusiones históricas: –«¡Escucha y ved todas las estirpes de la tierra! ¡Dios ha sido asesinado! ¡El Rey de Israel ha sido muerto por los rectos de Israel!»– Nacía así la acusación de deicidad hacia los judíos. Llegados a este punto, no existía aquí un afán de conversión, sino un hostigamiento en toda regla contra los judíos. La terminología empleada por Constantino el Grande era abiertamente enemistosa aunque sería todo un error — como acertadamente ha señalado el profesor Stemberger — declarar a Constantino como un adversario declarado de los judíos, puesto que «las leyes que dictó no significaron un empeoramiento real para los judíos; al contrario, sus privilegios se vieron reforzados en más de un aspecto». El auténtico giro de la política imperial contra los judíos se produjo casi un siglo después, cuando Teodosio el Grande declara en el año 380 el cristianismo como religión del Estado y crimen contra el Estado la herejía y el paganismo. En consecuencia, los judíos rechazaron también la ideología imperial de coloración cristiana. Fueron tiempos en donde la Iglesia había olvidado la época en que fue perseguida: La misma Iglesia Católica que poco tiempo antes había sido una minoría sin derechos y perseguida en el Imperio Romano, se sirve ahora del Estado para convertir al judaísmo — religio licita en el Imperio Romano — en una magnitud de derecho menor a la que hay que aislar socialmente. A esta finalidad responden las primeras medida de represión: Prohibición del matrimonio mixto entre prosélitos, del acceso de judíos a un puesto de funcionario, de construir o ampliar sinagogas y de toda actividad prosélita. Ello conllevó al judaísmo a una concentración en sí mismo y a un aislamiento total en las postrimerías del Imperio Romano.

 Mientras que algunos teólogos y obispos, como Agustín, consideran que se puede misionar a los judíos, otros, como Ambrosio de Milán, impiden la reconstrucción de sinagogas. Obispos como Crisóstomo de Constantinopla predican contra los judíos anticipando el estilo antijudío de demagogos posteriores (Afirma que «los judíos son unos glotones fiesteros y unos ricos avariciosos que no sirven para el trabajo; solo para ser degollados»). En Alejandría, la situación de los judíos se tornará mucho más difícil. Una multitud fanática liderada por un fanático aún mayor como Cirilo los expulsó de allí en el año 415. Cirilo fue partidario de una cristología fuertemente helenista y por consiguiente antijudía. Justiniano, en el Corpus Iuris Civilis, intensificó las medidas antijudías de Teodosio II. Dicho Código será la pauta para la legislación medieval de la Iglesia y el Estado sobre los judíos. Si bien el papado practicaba una política relativamente transigente respecto de los judíos aludiendo a la prometida conversión de estos en el final de los tiempos, en la Francia de los albores medievales y especialmente en España se tomaron las primeras medidas coercitivas directas contra los judíos. Isidoro de Sevilla, considerado como el último padre de la Iglesia occidental, se significó por una desdichada polémica antijudía. No podía sospechar que 70 años más tarde España sería dominada durante más de siete siglos por los musulmanes, una nueva potencia mundial y la gran contrincante universal del cristianismo. No resultó por ello extraño que las noticias de la buena colaboración entre judíos y musulmanes causara verdadero estupor en Occidente.