Ya sabemos, don Hipólito, que lo de nacer en Asturias fue un mero accidente. Usted siempre se ha sentido maño por los cuatro costados y nobleza baturra obliga. Contra todo pronóstico, obtuvo acta de diputado por la CAIC, germen de lo que posteriormente sería el Partido Aragonés Regionalista. Durante tres legislaturas fue sucesivamente reelegido para envidia de muchos de sus detractores, que no dudaban en mofarse de usted cuando, brillantemente, daba lecciones de oratoria parlamentaria con ese particular tono aflautado. Y del Congreso, nada más ni nada menos, que a presidir el gobierno de Aragón. Pero no estuvo usted exento de polémicas, como cuando decidió que su gobierno regional estaría sólo formado por elementos del PAR, excluyendo a los del PP, los cuales se sintieron un tanto decepcionados. De todas maneras, demostró usted maestría para salir airoso de esa moción de censura que contó con el inestimable e inesperado apoyo del PP. Y es que los buenos negociadores, don Hipólito, se cuentan hoy en día con los dedos de una mano. Su contrastada formación y cultura le sirvió para que siempre se le invocase por su nombre completo, don Hipólito Gómez de las Roces, uno de los pocos políticos españoles de los que la ciudadanía conoce sus dos apellidos. Ahora, ya es tiempo de descansar de la política, don Hipólito. Que sean otros los que se partan el brazo, que usted, como buen observador, nos lo comentará en las páginas del Periódico de Aragón con la maestría que otorga su dilatada experiencia.