Maurice_Ravel_1912

 La música no sólo sirve para mero placer del ser humano; en ocasiones, la música sirve también para hacernos reflexionar desde nuestro interior. Escuchando el fragmento que hoy os brindo mediante el enlace al vídeo, el Adagio assai del Concierto para piano en Sol mayor de Ravel, no puedo imaginar un mundo de estulticia y maldad. ¿Cómo puede haber gente «mala» teniendo esta música a su disposición? Esta pieza, de lo mejor y más inspirado que jamás creó Ravel, es uno de esos fragmentos musicales que percuten el alma. Si no lo sentís así, disculpad que os diga, con todo el dolor de mi corazón, que no tenéis sensibilidad musical. Perdonad de antemano que sea tan riguroso. Esta estupenda interpretación del vídeo se corresponde con la versión ofrecida en directo por Arturo Benedetti-Michelangeli acompañado por la sabia batuta de Sergiu Celibidache.

 De los dos conciertos para piano de Ravel, concebidos simultáneamente en 1929, éste fue terminado un poco antes, en otoño de 1931. Se estrenó el 14 de enero en París, en los conciertos de la Sala Pleyel (Lamoureux) bajo la dirección del compositor y con Marguerite Long como solista. Inmediatamente, Ravel comenzó una gran gira con esta intérprete a través de Europa, presentando esta obra con enorme éxito en todas partes. La orquestación es mucho más clásica que la excesivamente recargada, a mi juicio, del Concierto para la mano izquierda. El Adagio, en Mi mayor y compás de 3/4, toma como modelo formal el movimiento lento del Quinteto para clarinete de Mozart. Durante 34 compases, el piano despliega en solo una melodía en 3/4 en la mano derecha, acompañado en la mano izquierda por un ritmo obstinado. (Y, curiosamente, escrito en 3/8). Toda la maravillosa belleza de este movimiento está basada, de hecho, en la ambigüedad rítmica y en las extrañas armonías y disonancias que aportan a esta página una coloración exquisita. Tras un prolongado trino, el piano espera a sus acompañantes, flauta, óboe y clarinete, y continúa su ejercicio guardando su ritmo inmutable en la mano izquierda. El diálogo con la orquesta se va haciendo cada vez más tenso, pero el piano prosigue en seisillos hasta llegar a un fortissimo en sol sostenido menor, inquietante sobre un bajo de Sol becuadro, antes de volver a descender hasta la tonalidad inicial. Es entonces cuando el corno inglés — el instrumento de mayor belleza tímbrica de la orquesta — recoge la melodía del solista, que le acompaña hasta el fin con fusas de una delicada fluidez. Precedido de un canto murmurado por la flauta con una conmovedora sensibilidad, el sonido del piano se desvanece definitivamente sobre un trino que pone punto final a este prodigioso e inolvidable ensueño. Disfrutad con esta portentosa música.