En el enlace al vídeo que hoy os dejo podemos escuchar las Cinco piezas para orquesta, Op. 10, del compositor vienés Anton Webern. Pese a que el autor del vídeo plantea sus dudas sobre la identidad de la interpretación, esta versión se corresponde a una lectura de Antal Dorati dirigiendo la Orquesta Sinfónica de Londres y dicha grabación se encuentra disponible en el sello MERCURY (Ref 432006). Los títulos de estas brevísimas piezas son: I- Sehr ruhig und zart (muy tranquilo y delicado — doce compases); II- Lebhaft und zart bewegt (rápido y delicadamente animado — catorce compases); III- Sehr langsam und aüsserts ruhig (muy lento y extremadamente tranquilo — once compases); IV- Fliessend, aüsserts zart (fluido, extremadamente delicado — seis compases); y V- Sehr fliessend (muy fluido — treinta y dos compases). Escritas de 1911 a 1912, estas Cinco Piezas prolongan la exploración de la pequeña forma emprendida anteriormente con las Seis piezas para orquesta, Op. 6, de 1909. Son las piezas más breves de Webern y están orquestadas para un conjunto de cámara que incluye numerosa percusión (glockenspiel, cencerros, xilófono, campanas…) junto con armonio, celesta, guitarra, mandolina, arpa, sección de maderas, metales y cuarteto de cuerdas. Esta breve y famosa obra no se llegó a estrenar hasta 1926 en Zurich bajo la dirección del propio autor a instigación de la Sociedad Internacional para la Música Contemporánea. A lo largo de la ejecución, la forma está enteramente sometida a la técnica de la melodía de timbres, de tal caso que la percusión es empleada por su color y no por su valor rítmico. La composición orquestal es totalmente diferente para cada pieza. Los doce sonidos de la escala cromática están organizados sin ningún discurso temático. La obra presenta un extraordinario refinamiento puntillista en su conjunto, una especie de mágica poesía que la sitúa con todo el derecho entre las creaciones más famosas e impactantes de todo el siglo XX.
Muchos son los factores que determinan la primera década del siglo XX, tal vez la más convulsa de la historia: En 1900, Freud publicó La interpretación de los sueños, obra con la que la humanidad iba a descubrir otras vías para la exploración de la mente. Ese mismo año, Max Plank modificó la geometría de Euclides y la física de Newton merced a su Teoría de los cuantos. En 1903, los hermanos Wright lograron elevar por primera vez un artilugio tripulado sobre el aire y ello dio paso posteriormente a toda una revolución en el mundo de los transportes. Albert Einstein, en 1905, publicó su Teoría especial de la relatividad que fortaleció una nueva comprensión humana sobre las leyes que rigen el universo. En el último año de esa década, la pintura nunca volvió a ser la misma desde que Kandinski dio a conocer su primera obra no figurativa. Y, entre medias de todos estos acontecimientos, en 1908 Arnold Schönberg compuso su Buch der hängenden Gärten (Libro de los jardines colgantes) que hizo saltar por los aires el proceso armónico tradicional y el concepto de tonalidad. Si Schönberg fue el reputado pontífice de una nueva forma de expresión musical, su alumno Alban Berg trató de demostrar que ni el expresionismo ni la atonalidad son incompatibles con la vena lírica. Pero un segundo alumno quiso ir más lejos y trató de economizar los medios, impulsando con ello un esencialismo orquestal sin apenas parangón con nada conocido. Aquel alumno no fue otro que Anton Webern.
Anton Webern nació el 3 de diciembre de 1883 en Viena en el seno de una familia en donde el padre era funcionario. Luego de asistir a las escuelas de Viena, Graz y Klagenfurt, en 1902 Webern se matriculó en la Universidad de Viena para estudiar musicología. Dos años más tarde, Webern comenzó a estudiar composición con Schönberg hasta 1908, fecha en la que se doctora en musicología a la par que decide iniciar su carrera como director de orquesta en distintos teatros centroeuropeos. Un año antes, Webern había compuesto sus primeras creaciones aplicando un nuevo método a la elaboración de la partitura en el que cada nota de una frase corresponde con un instrumento diferente. Al mismo tiempo que sirvió en el ejército austríaco durante la Primera Guerra Mundial, Webern continuó con su evolución creativa que, a juicio de los especialistas, anticiparía el sistema serial. A partir de 1920, Webern se instaló en Mödling, en las cercanías de Viena, ejerciendo una importante actividad como profesor, director de orquesta y colaborador en audiciones privadas con su maestro Schönberg. Ya en 1921, Webern logró su primer éxito como compositor y sus obras comienzan a cobrar fuerza en el festival de Donaueschingen, recibiendo además un premio musical en Viena en 1924. Tres años más tarde, Webern fue contratado por la radiodifusión de Viena y su interés por difundir la música moderna le hizo apartarse definitivamente de la dirección orquestal, aunque siguió aceptando eventuales invitaciones para dirigir en Inglaterra y Suiza. Dedicado casi en exclusividad a la docencia a partir de 1935 en Mödling, en 1941 rechazó una oferta para ejercer como profesor en la Academia de Música de Viena, pese a que tres años antes había sido declarado no artista por los nazis. La interpretación de su música sólo tenía lugar fuera del Reich o en círculos privados. Tras la finalización de la Segunda Guerra Mundial en 1945, Webern abandonó una devastada Viena para instalarse en Mittersill, cerca de Salzburgo. Allí, la noche del 15 de septiembre de ese mismo año, Webern salió a dar un paseo nocturno junto a su hijo por el jardín de su propia casa. (Se mantenía aún el toque de queda). Al ir a prender un cigarrillo, un soldado norteamericano — al parecer algo bebido — confundió la punta encendida del cigarrillo con la ráfaga de un fusil. Webern cayó fulminado como consecuencia del disparo. Su muerte fue una de las tragedias más estúpidas de la historia de la música.
Pese a lo que desde siempre se ha venido afirmando, no fue Schönberg quien, a partir de 1945, capturó la imaginación de los compositores de todo el mundo occidental. Ese papel correspondió a Anton Webern gracias a su tipo de lógica y pureza musical. Desde sus comienzos hasta sus últimas obras, los motivos melódicos de poco contenido constituyeron los elementos constructivos de su música, simplificando los resultados de la aplicación de la técnica dodecafónica. Su influencia posterior fue abrumadora aunque en ningún momento se opuso — como algunos han afirmado — a los postulados de su maestro Schönberg. Simplemente siguió su camino de manera tan personal como consecuente. Sus escasas obras figuran entre las creaciones más importantes de todo el siglo XX. Sirva desde aquí nuestro humilde homenaje a su figura.