A nadie se le puede escapar que la procedencia geográfica de los directores de orquesta resulta determinante a la hora de adoptar una actitud frente a la partitura a interpretar. Esto no significa que una obra pueda ser abordada con criterios más o menos objetivos o subjetivos, factor que depende más de las distintas escuelas de dirección que del origen geográfico de sus protagonistas. La asimilación musical y su procesamiento intelectual puede determinarse de una manera más cerebral en el caso de los músicos nacidos en un entorno centroeuropeo y nórdico; para los intérpretes mediterráneos, por el contrario, la música es una sensación mucho menos cerebral y bastante más apasionada, una sensación en donde el corazón sustituye a la raíz hipotalámica como núcleo de íntima interiorización. En consecuencia, la crítica musical suele hablar de interpretaciones «germánicas» o «mediterráneas» atendiendo a la atmósfera que cada director imprime como pórtico de impresiones sonoras (insistimos en que esto no tiene nada que ver con el criterio interpretativo objetivo o subjetivo). Obviamente, muchos melómanos prefieren un Brahms a la usanza germánica de Furtwängler que al límpido mestizaje mediterráneo de Giulini. Es una cuestión de gustos (ciertamente, Brahms era alemán; pero, pese a nacer en Hamburgo, fue el más «mediterráneo» de los compositores alemanes). Hubo un director que trató de aunar ambas tendencias. Era del todo lógico: Sir John Barbirolli nació en Inglaterra y se crió bajo la estricta disciplina anglosajona. Pero, como se intuye por su apellido, era hijo de padre italiano y madre francesa. La sangre mediterránea fluía a borbotones por sus venas.
John Barbirolli nació en Londres el 2 de diciembre de 1899 en el seno de una familia muy vinculada al mundo de la música. De hecho, su padre llegó a ser violinista en La Scala de Milán y fue dirigido en alguna ocasión por el mítico Toscanini. Con estos antecedentes, no fue raro que el joven John — Giovanni para uso familiar — se iniciara pronto en la música aunque, a diferencia de su padre, se decantó por el violoncelo (como Toscanini). Becado por el Trinity College, amplía su formación en la Royal Academy of Music, graduándose en 1916. Ese mismo año consigue ingresar como violoncelista en la Orquesta de Queen´s Hall, siendo el instrumentista más joven de la institución. Reclutado por el ejército británico durante la Primera Guerra Mundial, Barbirolli tiene allí la ocasión de dirigir por primera vez una orquesta formada en su mayoría por músicos voluntarios que se encontraban en el frente. Un año después debuta como solista de violoncelo en el Aeolinan Hall de Londres y en 1919, cuando se desvinculó por completo del ejército británico, regresa de nuevo como instrumentista a la Orquesta de Queen´s Hall, que no era otra que la Orquesta Sinfónica de Londres, y reanuda sus actuaciones como solista, especialmente en colaboración con la Orquesta Sinfónica de Bournemouth. Ese mismo año participa como integrante de la sección de violoncelos de la London Symphony en el estreno mundial del Concierto para violoncelo de Elgar, dirigido por el propio autor y actuando Felix Salmond como solista. En 1923 participa en una gira con el Cuarteto Internacional de Cuerda y poco después funda su propia orquesta de cámara en el londinense barrio de Chelsea. La primera gran oportunidad de su vida como director — como tantas veces ha ocurrido en la historia de la dirección orquestal — se produce en diciembre de 1927, cuando es llamado a sustituir por enfermedad de última hora al ínclito Thomas Beecham al frente de la Sinfónica de Londres. Sus peculiares formas de dirigir no pasan desapercibidas para nadie y un año después es invitado con asiduidad a dirigir ópera en Londres, tanto en el Covent Garden como en el Sadler´s Wells. Su carrera como director va cristalizando y en 1933 es nombrado director de la Orquesta Nacional de Escocia y de la Orquesta Sinfónica de Leeds, actuando a demás como director invitado en numerosas orquestas de Inglaterra y del extranjero. Su reputación adquiere tales cotas que pronto es llamado a dirigir en los EEUU.
Durante la temporada de 1936-1937 es propuesto para dirigir durante diez semanas a la Orquesta Filarmónica de Nueva York sustituyendo a Toscanini (ciertamente, en Nueva York habían designado a Furtwängler para dicho menester un par de años antes, pero su candidatura fue finalmente rechazada por razones políticas). Fue el principio de una titularidad que se mantuvo hasta 1942. Pese al gran trabajo desarrollado en Nueva York, la rivalidad de un celoso Toscanini provocó que buena parte de la crítica neoyorquina se cebara contra Barbirolli. El conflicto llegó a extremos realmente insoportables cuando Toscanini fue nombrado director titular de la Orquesta Sinfónica de la NBC, formación creada también en Nueva York en esas fechas, y para ello se adopta una política de auténtico canibalismo al reclutar a muchos miembros de la Filarmónica en base a ofrecer unos salarios muy superiores. Con todo, Barbirolli demuestra su personalidad y es invitado a renovar el cargo de titular en 1942 con una condición: Tendría que nacionalizarse estadounidense. Para un británico como Barbirolli esto significaba más bien una ofensa y mucho más en un tiempo en el que Inglaterra luchaba heroicamente contra el enemigo nazi. De buenas a primeras, Barbirolli decide retornar a Europa aceptando el ofrecimiento de la prestigiosa Orquesta Hallé de Manchester. Dicha formación no pasaba por su mejor momento y Barbirolli fue recibido como una especie de mesías. No fallaron los pronósticos: En los 27 años en que se mantuvo como titular de dicha agrupación elevó los niveles artísticos de la misma hasta el extremo de situarla por derecho propio entre las mejores formaciones de Inglaterra y de Europa. En 1968 fue nombrado Director Laureado de por Vida por la institución. Pero Barbirolli no centralizó con exclusividad su trabajo con la Hallé. Entre 1961 y 1967 asume la titularidad de la Orquesta Sinfónica de Houston sustituyendo a su compatriota Stokowski e inicia una fructífera actividad como permanente director invitado de la Filarmónica de Berlín. También a lo largo de esa década, Barbirolli acomete numerosas giras al frente de su Orquesta Hallé y dirigiendo en calidad de invitado a la London Philharmonia y a la Sinfónica de la BBC. En 1969 es nombrado Caballero de Honor del Imperio Británico. En los primeros meses de 1970 sufre una serie de colapsos cardíacos que sin embargo no le restan un ápice en la preparación de sus siguientes proyectos. En su último concierto público ofrece la Séptima de Beethoven y tres días después se encuentra ensayando con la New Philharmonia el programa que debería llevar con la misma de gira por Japón. Unas horas después de concluir el ensayo, el 29 de julio de 1970, Barbirolli cae fulminado por una aguda crisis cardíaca.
En el ámbito de la música inglesa, que en los últimos 75 años adquirió un enorme y renovado auge, uno de los más brillantes papeles lo desempeñó Barbirolli. El director británico de raíces latinas fue una personalidad peculiar e independiente de la tradición interpretativa británica marcada por Sir Thomas Beecham o Adrian Boult — e incluso de la moderna, seguida por Sir Colin Davis o Simon Rattle — que muestra más bien un tono más moderado. Barbirolli fue en su juventud un director temperamental que fue volviéndose melancólico durante su madurez a la manera de un exégeta sinfónico obsesionado por la minuciosidad alemana, aspecto que para nada excluía ciertos aspectos que podríamos denominar como dionisíacos. Sus versiones de los románticos alemanes eran tan cuidadosas como heroicas, dotadas de una profundidad y temperamento que en nada tenía que envidiar a las de los mitos sagrados de la interpretación germana. Si uno escucha con atención algunas de sus grabaciones discográficas, se aprecia como Barbirolli arranca los compases iniciales de la obra a ejecutar con cierto desasosiego para paulatinamente desembocar en una ira cuasi demoníaca repleta de luchas internas y batallas por resolver. Barbirolli parecía pelearse con la propia partitura toda vez que su minucioso y previo análisis quedaba aparcado para ocasiones menos comprometidas. Daba la impresión de ir descubriendo inéditas vías de escape a cada nuevo compás y aceptaba con valentía el reto de su «improvisada» exploración. En boca de algunos de los antiguos profesores de la Orquesta Hallé, Barbirolli pulía hasta la extenuación ciertos pasajes durante los ensayos para posteriormente, en pleno concierto, atacar de una manera radicalmente distinta dichos pasajes. En otras palabras: Fue uno de los pocos directores cuya última palabra se dictaba durante el transcurso del concierto, incluso aunque el programa a ejecutar fuera un calco del ofrecido el día anterior (circunstancia que solía darse en las giras). Este aspecto viene a ofrecer una explicación para aquellos que siguen observando a Barbirolli como un director en exceso rudo en sus grabaciones discográficas.
Todos estos usos y características sirvieron para definir a Barbirolli como uno de los directores más emotivos del mundo musical. Tuvo la virtud de unir en su persona la mesura del temperamento inglés y el apasionamiento del espíritu mediterráneo, aunque ello desembocase en verdaderas batallas conceptuales a la hora de empuñar la batuta. Según testigos presenciales, producía escalofrío contemplar a aquel hombre de baja estatura y aspecto enfermizo tambalearse como una hoja ante la orquesta y, sin embargo, ser capaz de producir sonoridades ciclópeas sin menospreciar lo más mínimo la textura orquestal. Cualquier leve detalle instrumental que el compositor hubiera dejado en la partitura era expuesto con milimétrica exactitud por su batuta. Pero su manera de dirigir, poco clara y con los brazos desmadejados, podía transmitir cierta confusión en el auditorio. Contra quienes le acusaron de cierta frivolidad y de mostrar un aire de improvisación en sus versiones, sus propios profesores orquestales salieron en su defensa arguyendo que Barbirolli fue un director de una fría y obsesiva planificación metodológica. Eso sí, también apuntaron a que dicha planificación obedecía a una explosiva combinación entre el cerebro y el corazón. Para una mayor comprensión de Sir John Barbirolli recomendamos encarecidamente la observación de estos tres vídeos que conforman la serie UN RETRATO DE BARBIROLLI: Vídeo 1 – Vídeo 2 – Vídeo 3
Dentro del legado discográfico de Sir John Barbirolli podemos señalar las siguientes grabaciones (Los distintos enlaces que vienen a continuación no tienen porqué corresponderse necesariamente con la versión citada pero sí con la obra señalada): Concierto para violín de Beethoven, acompañando a Fritz Kreisler y dirigiendo la Filarmónica de Londres (OPUS KURA 2047); Concierto nº4 para piano de Beethoven, acompañando a Josef Hofmann y dirigiendo la Filarmónica de Nueva York (MARSTON 52014); obertura de El corsario de Berlioz, dirigiendo la Sinfónica de la BBC (BBC LEGENDS 4401); Concierto para piano nº1 de Brahms, acompañando a Barenboim y dirigiendo la New Philharmonia (EMI 76939); Concierto para piano nº2 de Brahms, acompañando a Barenboim y dirigiendo la New Philharmonia (EMI 76939); Concierto para violín de Brahms, acompañando a Fritz Kreisler y dirigiendo la Filarmónica de Londres (OPUS KURA 2048); Sinfonía nº2 de Brahms, dirigiendo la Filarmónica de Munich (LIVING STAGE 1084); Concierto para piano nº1 de Chaikovski, acompañando a Arhur Rubinstein y dirigiendo la Sinfónica de Londres (LIVING ERA 8550); Concierto para violín de Chaikovski, acompañando a Jascha Heifetz y dirigiendo la Filarmónica de Londres (EMI 64030); Concierto para piano nº1 de Chopin, acompañando a Arthur Rubinstein y dirigiendo la Sinfónica de Londres (EMI 55334); Concierto para piano nº2 de Chopin, acompañando a Alfred Cortot y dirigiendo la Orquesta de la Sociedad del Conservatorio de París (PEARL 9491); Walk to the Paradise Garden de Delius, dirigiendo la Sinfónica de Londres (EMI 379983); Concierto para violoncelo de Elgar, acompañando a Jacqueline du Pré y dirigiendo la Sinfónica de Londres (EMI 757133); Concierto para violín de Glazunov, acompañando a Jascha Heifetz y dirigiendo la Filarmónica de Londres (EMI 61591); Peer Gynt de Grieg, acompañando a Clarck y Armstrong y dirigiendo la Orquesta Hallé (EMI 62513); Concierto para violoncelo nº2 de Haydn, acompañando a Jacqueline du Pré y dirigiendo la Sinfónica de Londres (EMI 586597); Sinfonía nº5 de Mahler, dirigiendo la New Philharmonia (EMI 756859); Sinfonía nº9 de Mahler, dirigiendo la Filarmónica de Berlín (EMI 67926. Versión de antología); Lieder eines Fahrenden Gesellen de Mahler, acompañando a Janet Baker y dirigiendo la Orquesta Hallé (EMI 66996); Concierto para violín nº4 de Mozart, acompañando a Fritz Kreisler y dirigiendo la Filarmónica de Londres (EMI número desconocido); Concierto para piano nº22 de Mozart, acompañando a Edwin Fischer y dirigiendo la John Barbirolli Chamber Orchestra (PEARL 42); Madama Butterfly de Puccini, acompañando a Scotto, Bergonzi, Di Stasio y Panerai, y dirigiendo la Orquesta del Teatro Real de Roma (EMI 567885); Concierto para piano nº3 de Rachmaninov, acompañando a Horowitz y dirigiendo la Filarmónica de Nueva York (APPIAN 5519); Shéhérezade de Ravel, acompañando a Janet Baker y dirigiendo la New Philharmonia (EMI 68667); Concierto para violoncelo de Schumann, acompañando a Gregor Piatigorski y dirigiendo la Filarmónica de Londres (TESTAMENT 1371); Concierto para violín de Schumann, acompañando a Yehudi Menuhim y dirigiendo la Filarmónica de Nueva York (BIDDULPH 80); Fantasía sobre Greensleeves de Vaughan Williams, dirigiendo la Sinfonia of London Orchestra (EMI 67264); Sinfonía nº1 de Vaughan Williams (LA VOZ DE SU AMO referencia desconocida); Sinfonía nº8 de Vaughan Williams, dirigiendo la Orquesta Hallé (BBC LEGENDS 4100); Concierto para tuba de Vaughan Williams, acompañando a Philip Catelinet y dirigiendo la Sinfónica de Londres (EMI 06636); Otello de Verdi, acompañando a Andreolli, Gwyneth Jones, Fischer-Dieskau y McCracken, y dirigiendo la New Philharmonia (EMI 65296); Concierto para violín nº4 de Vieuxtemps, acompañando a Jascha Heifetz y dirigiendo a la Filarmónica de Londres (EMI 64251); y finalmente Partita para orquesta de Walton, dirigiendo la Orquesta Hallé (BBC LEGENDS 4401). Nuestro humilde homenaje a este magnífico director.
Qué grande es el Opus 58 de Beethoven! Y el Opus 15 de Brahms sigue siendo una auténtica revolución musical, apesar de ser Johannes tan apegado a la tradición beethoveniana.
Barbirolli sabe combinar muy bien pasajes grandilocuentes dirigidos con suma furia, y episodios líricos abrigados por una elegancia y mucha poesía. El Concierto para Piano n° de Brahms que he mencionado, a mi juicio tiene esas dos características. Muy bien dirigido.
(Nota: A Baremboim se le pueden criticar muchas cosas y en Blues hay quienes le han dado palo. Pero si algo hay que reconocerle, es su valentía para tocar esa monstruosidad brahmsiana que es el Concierto para Piano en re mayor op. 15: lo hace desde los 20 años! Creo que ni Rubinstein, Arrau y Horowitz juntos lo hubieran hecho a edad tan temprana!)
Me hace falta tiempo en estos días pero deseo escuchar todas las entradas para acercarme un poco más a Barbirolli en alguna obras en las que nunca le he escuchado. Espero que la Séptima de Beethoven no esté por ahí: es una especie de amenaza para Directores y oyentes que la amamos demasiado.
Es una de las mejores entradas Sir Leiter; muy bien concebida, escrita y narrada. Vale la pena leerla otra vez (especialmente el primer párrafo, me encantó).
Un abrazo a todos los Cofrades y a los japonenes.
Hay que tener en cuenta un dato, amigo Iván:
Hasta hace relativamente poco, medio siglo tal vez, el primer Concierto de Brahms para piano era una obra casi olvidada y fuera del repertorio. Fue Wilhelm Backhaus uno de los pocos que se ocupó de ella discográficamente junto con el doctor Böhm. Eso concede un mérito aún mayor a Barenboim. A partir de la grabación de Barenboim con Barbirolli, la obra entró con justicia en el repertorio. (Curiosamente, se decía que ese Concierto nº1 era flojo… ????).
Eso de Sir Leiter… Mejor Herr Leiter, ¿no crees? Bueno, dejemos Leiter así, a secas.
Un abrazo, mi admirado amigo
LEITER
Flojos los que no lo interpretan por absoluto miedo de verse superados por esa obra. Así de sencillo.
Lo de Sir…bueno, porque estábamos hablando de Barbirolli, de modo que mirabamos hacia Gran Bretaña.
Si a mí alguien me dice «Sir», le enseño lo que es el militarismo Prusiano al compás de una buena Preussische Marsch…
Abrazos, mi fiel Leader…
Si algún día tengo el honor de conocerte personalmente, te invocaré como Sir Paixao…
¡No me pierdo yo tu demostración prusiana por nada del mundo!
Mi abrazo, Iván
LEITER