En el enlace al vídeo que hoy os dejo podemos escuchar una magnífica versión de El buey sobre el tejado del compositor francés Darius Milhaud. Esta obra peculiar tiene la forma de un rondó en el que se alternan con irresistible impulso aires de danza — samba, tango, rumba, conga… Incluso una citación de Chopin — con un tema popular que hace de estribillo y que reaparece quince veces a lo largo de la obra. La escritura, de rasgos politonales, presenta una notable seguridad y preserva la frescura de la inspiración en base a una serie de fugaces emociones que dan su verdadero valor a esta obra del todo regocijante. La versión del vídeo (dividido en dos partes) se corresponde con una lectura debida a la Orquesta Nacional de Lille dirigida por el maestro Jean-Claude Casadesus y dicha grabación se encuentra disponible en el sello NAXOS (Ref 8557287). Escrita en 1919, la partitura de El buey sobre el tejado recoge una serie de impresiones sobre Brasil, país en el que vivió Milhaud una temporada, y la acción se sitúa en un bar americano de la época de la prohibición. La obra se estrenó el 21 de febrero de 1920 en París en forma de ballet musical con el argumento de Jean Cocteau, las decoraciones de Raoul Dufy y la orquesta dirigida por Vladimir Goldschmann. Este divertimento musical, cuyos papeles fueron interpretados por clowns enmascarados, divirtió tanto como desagradó. Se desestimó la música, considerada como no seria, aunque la obra fue repetida inmediatamente como pantomima. Con todo, la partitura se fue imponiendo poco a poco en los auditorios y el compositor llegó incluso a preparar una versión para violín y orquesta aparte de otra para piano y orquesta reducida (Opus 58 b y c).
Aunque el neoclasicismo musical no dejó de ser una corriente conectada con las vanguardias musicales, el período de entreguerras dio origen a un crisol de movimientos artísticos que van desde lo más avanzado hasta otros que presentan una gran simpleza compositiva. Existía entonces una cierta vitalidad creadora que trataba de hacer olvidar la Primera Guerra Mundial a una población ávida de diversión dentro del sombrío panorama político que se estaba perfilando en toda Europa. Este afán de ligereza y diversión vino también definido por una sociedad de masas que acabó marcando claramente dos ámbitos culturales: Uno que exige mayor dedicación y esfuerzo, y otro concebido para el consumo y disfrute inmediato. Por esta época, surgió en París un grupo de compositores cuya característica más común era precisamente ese desenfado creativo anteriormente aludido. Bautizados por Henri Collet como el Grupo de los Seis — en clara comparación con el Grupo de los Cinco Rusos — no tenían nada más en común que ser amigos y haber tomado como mentor a Erik Satie (quien luego acabó renegando de ellos). De valores individuales y musicales muy diferentes, tan sólo tres miembros del grupo (Arthur Honegger, Francis Poulenc y Darius Milhaud) alcanzaron cierta notoriedad mientras que el resto (Louise Durey, Germaine Tailleferre — la única mujer — y Georges Auric) resultaron menos determinantes. Colectivamente denostados por Arnold Schönberg, el único del grupo que se libró de las críticas fue Darius Milhaud, posiblemente el autor más original, creativo y variado de todos.
Darius Milhaud nació el 4 de septiembre de 1892 en Aix-en-Provence y empezó a estudiar violín a los siete años con Leo Bruguier, ingresando en su cuarteto de cuerda. En 1909 consigue ser aceptado en el Conservatorio de París y allí estudia violín, armonía y contrapunto bajo la tutela de los profesores Berthelier, Leroux, Gedalge y Dukas, mostrándose desde entonces muy interesado por la ópera hasta el punto de crear una pequeña ópera cómica. En 1916 viaja hasta Brasil como secretario del diplomático Paul Claudel durante un par de años y en ese período Milhaud escribe una serie de obras inspiradas en la música brasileña. De vuelta a Francia en 1918, Milhaud se incorpora al Grupo de los Seis y sus obras empiezan a provocar escándalos memorables, realizando numerosos viajes por los países de Europa y estrenando una producción más que considerable por su número. Durante la Segunda Guerra Mundial, Milhaud se retiró a su localidad natal de Aix-en-Provence para más tarde embarcar rumbo a los EEUU con su mujer. Allí fue nombrado profesor del Mills Collage de Oakland hasta su regreso a París en 1952 como profesor del Conservatorio. Entre sus alumnos tuvo a compositores de la relevancia de Xenakis y Stockhausen. En 1971 se le concedió el Premio Internacional de la Música y ese mismo año ingresó en el Instituto. Finalmente, Darius Milhaud falleció en la localidad suiza de Ginebra el 22 de junio de 1974 y sus restos reposan en Aix-en-Provence por expreso deseo.
Aunque Milhaud escribió docenas de obras de gran envergadura — su inmensa producción acabó por perjudicarle un tanto — lo mejor de su música se encuentra en sus obras más breves y ligeras. Su mente musical estuvo siempre abierta a todas las tendencias y su obra no deja de ser una especie de collage cubista a la manera de Picasso o Braque. Cuando menos en serio se toma Milhaud a sí mismo, más lograda y agradable resulta su obra. En cierta medida, su música fue producto de una optimista terapia que le llevó a afrontar un estado de salud muy quebradizo como consecuencia de una artritis crónica que le condenó a una silla de ruedas durante muchos años. Sirva desde aquí nuestro humilde homenaje a su figura.
me gusta más leiter «la creación del mundo»
pero de todos ellos, mi favorito es poulenc.
el final de su ópera «diálogo de carmelitas» -que yo sepa, la única obra francesa crítica de la revolución francesa- cuando todas las monjas del carmelo afrontan el martirio en la guillotina, me parece uno de los momentos más dramáticamente desgarradores del género.-
http://www.youtube.com/watch?v=P85S_70oSOk
No deja de sorprenderme la gran aceptación que tienen compositores como Poulenc y Fauré (y esa sorpresa no tiene conntaciones negativas, por supuesto). Esta obra de Milhaud no es excesivamente brillante pero resulta simpatiquísima de escuchar en la sala de conciertos. Además, ahora nos puede sonar convencional pero en su tiempo resultó del todo novedosa. Lo que más me gusta de la misma es el empleo de diferentes tonalidades en ciertos pasajes.
Un abrazo, Hugo
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