Dirigir una orquesta sin partitura

Cuando asistimos a un concierto sinfónico o contemplamos un vídeo televisivo, observamos cómo el director de orquesta se sirve de la partitura general de la obra a ejecutar o bien dirige «de memoria». Puede darse el caso de que, en el mismo concierto, el director use la partitura en algunas piezas, prescindiendo de ella en otras. La cuestión es simple: ¿Se ha de dirigir con o sin partitura? Ya adelantamos que esta cuestión no tiene una respuesta académica fija: Cada director afronta este dilema con suma libertad y así existen maestros que jamás utilizan la partitura y otros que, pese a dirigir una simple obertura, nunca prescinden de ella.

 Los profesores de la orquesta no pueden nunca prescindir de la música impresa que se está tocando. En sus particellas, viene reflejada la música a tocar exclusivamente por sus instrumentos, ya sean fragmentos melódicos o de desarrollo armónico. En ocasiones, pueden pasar muchos compases — señalizados con sus correspondientes silencios — en los que el ejecutante se ve liberado de tocar y para ello ha de prestar suma atención y contar los compases hasta volver a entrar en el momento preciso, misión que suele ser reforzada por el director de orquesta con su correspondiente señalización. Pero el director de orquesta se sirve de la partitura general de la obra, en donde vienen reflejada la ejecución a tocar por todos y cada uno de los instrumentistas. Generalmente, leer a primera vista una partitura orquestal requiere de muchísimos estudios previos y no todo el mundo es capaz de hacerlo satisfactoriamente. Es más un hábito adquirido que algo verdaderamente aprendido. Cuando un director se sirve de la partitura, es en función de una ayuda o de un recordatorio, de un vehículo de confianza en el que apoyarse. El director no puede meter su cabeza en la partitura y dirigir desconectado de visión directa al grupo humano, ya que la expresión facial es un ingrediente fundamental a la hora de llevar a cabo una correcta dirección orquestal. Más bien, el director ha de llevar la partitura en su cabeza, estudiada a fondo, y posteriormente puede elegir entre valerse de ella en pleno concierto, como ayuda o recordatorio, o bien prescindir de ella y servirse exclusivamente de la confianza otorgada a su memoria. Cuando un director prepara una obra, llega a dominar la partitura de tal modo que, si no la sabe prácticamente de memoria, le será del todo imposible dirigirla adecuadamente.

 Pero los directores de orquesta, como seres humanos que son, también están expuestos a las imprevistas contingencias que pueden sucederse a lo largo de una ejecución. Lo más temido por cualquier director de orquesta que no emplea partitura es la pérdida repentina de memoria a lo largo del concierto. Puede parecer mentira, pero incluso la obra más trillada y conocida puede nublarse de la mente por momentos, atendiendo a diversos factores psicológicos. Célebre fue el caso de Arturo Toscanini, un maestro que jamás usaba partitura, durante la ejecución del que fue su último concierto, cuando su mente se quedó en blanco y se «perdió» en una obertura de Wagner. Aún si cabe, fue más conocido el episodio sucedido a un todavía joven Herbert von Karajan dirigiendo en Bayreuth, delante ni más ni menos que del propio Hitler, cuando también se quedó en blanco en plena representación wagneriana. Afortunadamente, Karajan se recuperó de aquel incidente y prosiguió su carrera de director sin emplear nunca la partitura (Pocos saben que Hitler aborrecía a Karajan precisamente por su «vehemencia» a la hora de dirigir sin partitura, algo que no era nada habitual en aquellos tiempos. El maestro Karajan fue a perder la memoria, a la manera de una maldición diabólica, justamente delante de quien más odiaba este novedoso proceder de dirigir de memoria). Por contra, otros directores que se vieron afectados por la repentina amnesia, nunca más volvieron a prescindir de la partitura y siempre se sirven de la misma a la hora de abordar los conciertos.

 Como hemos señalado anteriormente, el director que emplea la partitura prescinde por momentos de dos elementos importantísimos a la hora de abordar la dirección orquestal: La vista y el brazo izquierdo. Existen obras tan rápidas que requieren pasar la página cada pocos segundos, con lo que el brazo izquierdo — fundamental para indicar los matices expresivos — queda poco menos que inútil. Pero también la mirada es un elemento eficaz: Cuando quedan un par de compases para una entrada comprometida de algún instrumentista, una simple mirada del director a dicho solista puede conseguir el deseado efecto tranquilizador en éste, consiguiendo que la ejecución resulte limpia y sin complicaciones (También a nivel psicológico, una mirada sonriente del director supone un contrastado efecto de confianza en el solista, concentrado ante la inminente ejecución de unos difíciles fragmentos en su instrumento). Si los ojos del maestro están fijos en su partitura general, mal puede emplearse este recurso.

 Existe otro factor, tal vez el más subjetivo, que provoca que algunos directores de orquesta prescindan siempre de la partitura: El factor estético. Dirigir sin partitura es más elegante y parece demostrar un mayor grado de compromiso con la orquesta, con el público y, obviamente, con la obra que se está ejecutando. Sencillamente, no podemos imaginarnos al director más estéticamente elegante que jamás haya existido, el siempre recordado Herbert von Karajan, dirigiendo con partitura. Sin embargo, insistimos en que este factor es meramente subjetivo. Los directores de orquesta tienen sus propios recursos a la hora de dirigir y lo que realmente importa, gestos aparte, es que se logre traducir lo escrito en la partitura a música. Aunque, claro está, una buena gesticulación puede ayudar a hacer comprender mejor la obra.

 La moda de dirigir sin partitura comenzó encubriendo a pseudomúsicos que fingían «dirigir de memoria» pero que, en realidad, lo único que hacían era memorizar el sonido y acompasarlo a los gestos de los brazos. Esto fue muy habitual en la pléyade de «niños prodigio» surgidos en las décadas de los años cincuenta y sesenta del siglo XX. Quizás con la excepción de Lorin Maazel, de aquellos niños jamás se supo después; y es que resulta del todo inconcebible que un chiquillo de apenas diez o doce años — y eso que los hubo incluso de menos edad —  tenga la capacidad de asimilación musical de un director de orquesta, una tarea para la que suelen emplearse décadas de aprendizaje (Se dice que la carrera media de un director de orquesta abarca unos cuarenta años. Pues bien, la madurez interpretativa se consigue en los últimos veinte años. Los primeros veinte, pese a que el maestro esté ya consagrado como una estrella internacionalmente reconocida, son de aprendizaje…)

 Con el desarrollo de las modernas técnicas de dirección orquestal a partir de Hermann Scherchen, Arthur Nikisch, Bruno Walter y Arturo Toscanini, se empezó a prescindir paulatinamente de la partitura como papel inútil o molesto para desarrollar la actividad directorial. Uno de los primeros maestros en dirigir siempre sin partitura fue Igor Markevitch, quien en 1940 ya se atrevía a dirigir «de memoria» los Cuadros de una exposición de Mussorgski-Ravel, algo que causó verdadero asombro entre el público de aquella época. Pero sin duda fue Herbert von Karajan quien puso de moda esta práctica a partir de la segunda mitad del siglo XX, con el despliegue mediático y audiovisual que siempre acompañó a su figura. Hoy en día, existen directores a los que resulta prácticamente imposible verles dirigir con partitura, como Zubin Metha o Lorin Maazel. Sin embargo, reconocidos maestros como Georg Solti jamás prescindieron de ella, incluso aunque la obra a ejecutar fuese una simple y archiconocida obertura. El caso actual más paradigmático es el de Mariss Jansons, quien dirigió la TOTALIDAD del Concierto de Año Nuevo 2006 en Viena con partitura (Circunstancia que provocó no pocas críticas entre los sectores más inmovilistas de Viena… ¿La Marcha Radetzky con partitura?)

  En resumen, dirigir con o sin partitura es una elección a gusto de cada director y habrá a quien le agrade más o menos. No podemos nunca juzgar la labor de un director por esta circunstancia. Lo que realmente importa es que, tanto con partitura como sin ella, la interpretación logre alcanzar los niveles artísticos exigidos.