* Nacido el 11 de diciembre de 1803 en La Côte-Saint-André (Entre Lyon y Grenoble)
* Fallecido el 8 de marzo de 1869 en París.

Si Héctor Berlioz hubiese vivido en nuestros tiempos probablemente le viéramos ataviado con una «chupa» de cuero negro, repleta de «pins», con el pelo largo y con un «porro» en la mano. (Era adicto al opio). Berlioz nos deleitaría en sus conciertos con una banda de rock compuesta de cinco o seis guitarras eléctricas, tres bajos, varios teclados y muchos y variopintos instrumentos de percusión. Él no hubiese tocado ninguno, si acaso la batería, pero disfrutaríamos viéndole dirigir airosamente a tan insólita y animada banda.

 Su padre, médico de profesión, le envió a París a estudiar medicina, pero al pobre Berlioz le daba repugnancia el contemplar la disección de cadáveres y decidió hacerse músico, para disgusto de sus progenitores, ya que sus infantiles experimentos con la chirimía o la guitarra no auguraban un brillante porvenir como músico. Ingresó en el Conservatorio de París pero, rebelde como pocos, mantenía airadas broncas con sus profesores en lo relativo a aspectos académicos que él consideraba anquilosados y atrasados. En 1825 estrenó una misa tan estruendosa que algunos fieles tuvieron que taparse los oídos. Pero tuvo tal éxito que su padre por fin le animó para que prosiguiera con la carrera musical, con un objetivo como condición: Conquistar el por el entonces famoso Premio de Roma que otorgaba una beca para viajar por el país transalpino. No fue nada fácil ya que Berlioz era incorregible. ¡Menudas broncas organizaba en los conciertos públicos acusando a los directores de prostituir las partituras originales!. Y, por si fuera poco, el opio hacía de las suyas: En 1827 le dio por quemar todo lo que había compuesto… Salvo algunas cosas, gracias a Dios.

 Un alma conspicua como la de Berlioz tenía que dar mucho juego en los asuntos del amor. Ya de adolescente se enamoró de una mujer mucho más mayor a quién, increíblemente y tras muchos años, solicitó en matrimonio a punto de fallecer el artista. Pero su primer y verdadero gran amor fue la actriz irlandesa Harriet Smithson, quién le dio calabazas. A consecuencia de este desamor, afortunadamente para nosotros, compuso la Sinfonía Fantástica, estrenada en diciembre de 1830 con enorme éxito. Algunos afirman que el «porro» tuvo mucho que ver en la secuencia argumental de esta obra. Por si no fuera poco, ese mismo año obtiene por fin el galardón de Roma. Viajó por la península de los Apeninos y como recuerdo compuso Harold en Italia, una especie de sinfonía concertante para viola y orquesta, en 1832. Pero regresa a París y observa, resignado, como le habían olvidado. Decide ofrecer de nuevo en concierto la Fantástica y el éxito es tan arrollador que por fin la actriz Harriet Smithson decide otorgarle el sí matrimonial. Se casaron en 1833, al año siguiente, y ese supuso el origen de muchas de sus desgracias ya que la actriz estaba muy enferma y le hizo la vida poco más o menos que imposible. Como estaba el hombre tan amargado, empezó a escribir en gacetas y otras revistas musicales crónicas tan despiadadas contra la música de sus contemporáneos que se ganó la enemistad de muchos. No tardaron en devolverle el favor. En 1838 estrena su primera ópera, Benvenuto Cellini, con el más absoluto de los fracasos. Como las desgracias nunca vienen solas, el montaje y los preparativos de la obra le sumieron en un mar de deudas. Menos mal que recibió un jugoso cheque (Dicen que de Paganini, pero no parece estar muy fundamentado) que le sirvió para componer, con más calma, Romeo y Julieta, que estrenó en París en 1839 con gran aceptación de crítica y público, tanta que volvió a arruinarse y, ni corto ni perezoso, se separó de su esposa. Se lió con una cantante italiana, María Recio, y se largaron por Europa de gira, dejando tras de sí la Sinfonía Fúnebre y Triunfal y numerosas deudas.

 Fueron muchas y variadas las giras que realizó Berlioz a lo largo de su vida. En Alemania, tierra de sabios musicales, apreciaron su obra y fue muy aclamado por ello. Berlioz ofrecía conciertos majestuosos, con formaciones orquestales que a veces superaban los 800 miembros. Comentan que al finalizar los mismos Berlioz sangraba por la nariz (¡Qué se metería al cuerpo este hombre!). En Rusia, al concluir una de sus funciones, le conminaron a que diera un recital de piano o violín, algo que era costumbre. Como Berlioz nunca tuvo una formación especialmente excelente, a causa de su rebeldía para asimilar los conceptos, y jamás fue un virtuoso de ningún instrumento, solicitó un tambor, para sorpresa de los asistentes a quienes dejó con un palmo de narices.

 Regresó a París y en 1846 estrena La Condenación de Fausto, con menos éxito del esperado. Como no podía ser de otra manera, se vuelve a endeudar hasta el punto de que en 1848 tuvo que volver a largarse, primero a Londres y luego a Rusia, huyendo de acreedores. Sin embargo, en 1855, tras unas iniciales disputas, recuperó su amistad con Liszt. El húngaro le habló de un tal Wagner y del proyecto que éste tenía en mente, una majestuosa épica sobre la mitología alemana, El Anillo del Nibelungo. Berlioz no quiso ser menos y, como a él le tiraba mucho Virgilio, empezó a embrionar Los Troyanos, magna ópera que concluyó en 1858. Pero París, si bien acogía siempre expectante su obra sinfónica, se sentía temerosa y acongojada ante su ópera y por ello le fueron dando largas. Mal asunto. Encima, en 1862 murió su segunda mujer, María Recio, y no consigue el cargo de Director del Conservatorio de París por el que suspiraba para tener influencias y aliviar su situación económica. (Algunos aún no habían olvidado los efervescentes excesos dialécticos de un juvenil Berlioz y ya se sabe que en esta vida todo se paga). Al año siguiente, en 1863, por fin pudo estrenar Los Troyanos, pero en una mutilada y remendada versión que significó el mayor de los fracasos para el compositor, ya que de esta circunstancia jamás se recuperaría. Nunca llegó a comprender como el gran París daba de lado a su obra. Deprimido, con problemas de salud y personales (Un hijo suyo murió en Cuba) se fue de nuevo de gira por Austria y Rusia en 1867. Regresó cansado, sin fuerzas y renegando de todo y de todos. Murió el 8 de marzo de 1869 en París. A los dos días, las autoridades parisinas le rindieron honores en su entierro. (Ya muerto, Berlioz no suponía ninguna amenaza)

 Sobre Berlioz existen diversas opiniones: Para algunos, su música es mediocre y para otros, entre los que me incluyo, fue un visionario y anticipó nuevas corrientes y estilos. Berlioz fue un «liberador» de la forma musical, componiendo sus obras sin atenerse a un orden previo. Tuvo una extraordinaria inventiva tímbrica, creando combinaciones sonoras inéditas y todo ello lo plasmó en su conocido Tratado de Orquestación, obra de auténtica referencia para sus contemporáneos y posteriores. Su sentido rítmico también fue prodigioso. Berlioz fue extravagante, revolucionario, imaginativo, ante todo un compositor que no aguantaba la rutina musical. Todo el sinfonismo posterior está en deuda con él.

OBRAS

-3 Óperas: Benvenuto Cellini, LOS TROYANOS, magna ópera de cinco horas y dos actos, y Beatriz y Benedicto.
-3 Sinfonías: SINFONÍA FANTÁSTICA, cinco polícromas escenas de la vida de un artista, Harold en Italia y Sinfonía Fúnebre y Triunfal.
-6 Oberturas, destacando EL CARNAVAL ROMANO, alegre y festiva, que pone a prueba a las mejores orquestas.
-25 Obras corales, destacando el REQUIEM, más que un réquiem en sí, una aterradora visión del Juicio Final.
-Canciones y otras obras para voz, destacando NOCHES DE VERANO, de lo más estrictamente romántico creado por Berlioz.
LELIO, monodrama que de alguna manera continúa la Sinfonía Fantástica.

En su faceta de escritor, publicó sus Memorias, al estilo de novela cómica, y una selección de sus críticas musicales, Veladas en la platea.