* Nacido el 29 de mayo de 1860 en Camprodón, provincia de Girona
* Fallecido el 18 de mayo de 1909 en Cambo-les-Bains, sur de Francia
Hijo de un funcionario, cuando apenas tenía un año la familia se trasladó a Barcelona. Allí, el querubín sorprendió a propios y extraños por su precisión rítmica para marcar el compás de una banda de música de un cuartel que todos los días pasaba bajo el balcón de su casa. De esta manera, recibe de su hermana los primeros rudimentos musicales y, con tan solo cuatro años, (Sí, sólo cuatro años) ofrece su primer recital en Barcelona con un clamoroso éxito debido a la dificultad de las piezas que hubo de interpretar. Por ello, no faltó quién maliciosamente advirtiera de la presumible presencia de otro pianista escondido tras una cortina que doblaba las interpretaciones de la criatura, en lo que fue un rumor totalmente infundado. Su padre le impuso una severa y estricta educación musical bajo la supervisión del profesor Narciso Oliveras y puede afirmarse, sin ningún tipo de exageración, que el pequeño Albéniz aprendió la notación musical antes que a leer y escribir, en su más amplio sentido. Sabemos que tuvo que enseñarse a leer de manera autodidacta, descifrando su nombre en los carteles que anunciaban sus recitales.
Su padre, imitando los pasos de los progenitores de Mozart y Beethoven, decide explotar las cualidades del niño y decide presentarle en Madrid. Tras dos años de recitales por la geografía española acude, junto a su madre y hermana, a París para preparar el examen de ingreso en el Conservatorio. Después de nueve meses de duro trabajo y en vísperas del examen, al niño Albéniz no se le ocurre otra cosa que romper los cristales de una sala con una pelota (¡Pero si todavía era un niño!) y los soberbios profesores, que de pedagogía no entendían un pimiento, deciden posponer su admisión por dos años, pese a los contrastados conocimientos del precoz genio. Vuelve a Barcelona en 1868 y se dedica otra vez a dar giras de conciertos por toda España junto con su hermana. Tal es la admiración que despierta que se le empieza a conocer como «El joven Mozart devuelto a la tierra». Debido a los problemas laborales que tuvo el padre por la situación política, la familia hubo de trasladarse a Madrid, ciudad en cuyo Conservatorio perfecciona Albéniz sus estudios de piano bajo la tutela del catedrático Mendizábal — Recordemos que el chico sólo tenía ocho años —
Como le gustaban mucho las novelas de Julio Verne, un día decide hacerse aventurero y abandona el hogar, sin decir nada a nadie, tomando un tren, sin billete, rumbo a El Escorial donde, increíblemente, se permite el lujo de ofrecer unos recitales. Vuelve a Madrid, mas de nada sirvió la correspondiente reprimenda paterna: Se lee otro libro de Julio Verne y se escapa de nuevo en tren, esta vez hacia el norte de Castilla la Vieja. Cuando el niño se cansa de dar conciertos y recitales por aquellas tierras, ganando un buen dinero, decide trasladarse de nuevo a Madrid, esta vez en diligencia. La mala fortuna hace que la misma sea asaltada por unos bandoleros durante el trayecto y, de esta manera, todos los dinerillos que el niño había ahorrado se esfuman ante la amenazadora estampa de un trabuco. Como no le hacía ninguna gracia presentarse en Madrid sin un real, se da la media vuelta y prosigue con su insólita gira de recitales por Galicia, León, La Rioja, Aragón y Barcelona. Desde allí regresa a Madrid.
Tras comprometerse a seguir con los estudios de piano (La verdad era que poco podían enseñarle ya) el niño Albéniz pasa sus horas aburriéndose tanto que, como quién no quiere la cosa, se escapa de nuevo, esta vez a Andalucía. Estando en Cádiz, su padre, hasta la mismísima coronilla por las andanzas del nene, se pone en contacto con el gobernador de dicha ciudad, quién ordena su búsqueda y captura. Albéniz, ni corto ni perezoso, se embarca como polizón en un barco que partía rumbo a Puerto Rico. Al ser descubierto en alta mar, consigue pagarse el pasaje mediante una serie de recitales que ofreció mediante un piano que se hallaba a bordo… Con doce años, Albéniz se encuentra ya en América y sus comienzos allí fueron especialmente duros, viéndose obligado a dormir muchas noches al raso. Poco a poco va mejorando su situación y acaba ofreciendo conciertos en Cuba, Argentina, Brasil y Uruguay. En 1873 regresa a Madrid, aunque por poco tiempo ya que su padre es nombrado funcionario de aduanas y Albéniz aprovecha dicha coyuntura para largarse de nuevo rumbo a América. En Santiago es detenido por las autoridades a instancias de su padre, pero al final éste tiene que ceder, admitiendo la capacidad de iniciativa de su hijo quién, solventada la papeleta, se marcha hacia los EEUU donde consigue cautivar al público norteamericano con unos recitales más propios de exhibición circense que de meramente artística.
Sin embargo, Albéniz logró ganar mucho dinero y decidió regresar a Europa en 1874, instalándose en Leipzig para «perfeccionar» sus estudios de piano y composición. Nadie sabe lo que pasó allí con certeza pero el asunto fue que al año siguiente regresa a Madrid sin un céntimo y no le queda más remedio que ponerse bajo la protección del conde Morphy, secretario personal de Alfonso XII. Por mediación del conde consigue una beca real que le sirve para trasladarse al Conservatorio de Bruselas donde deja alucinados a los eminentes profesores con sus peculiares maneras pianísticas. Tres años permaneció allí, con alguna que otra escapada a los EEUU, y al final acabó obteniendo el Premio Extraordinario del Conservatorio. Con 18 años recién cumplidos viaja a Budapest para conocer a Franz Liszt, quién no da crédito ante la prodigiosa técnica del mancebo español. Tras esta fugaz visita regresa a España y realiza una gira de conciertos tan intensa y agotadora que, sorprendentemente e iluminado por una extraña inspiración, decide meterse a cura y abandonar su actividad musical. Menos mal que los sabios consejos de un superior, advirtiéndole sobre las obligaciones que conlleva este tipo de vida para un espíritu tan inquieto y aventurero como el de Albéniz, le hacen finalmente desistir de tan cristiana pretensión. Buena prueba de ello es que, tras esta mística tentativa, se larga de nuevo rumbo a Cuba, México y Argentina. A la vuelta, Albéniz es ya un pianista reconocido en toda España y recibe importantes distinciones. Es entonces cuando le da por la Zarzuela y, a consecuencia de ello, decide hacerse empresario del sector con tal estrepitoso fracaso que no le queda más remedio que volver a dar recitales de piano para reajustar su delicada situación financiera. Ya en Barcelona, se casa con una antigua y acomodada alumna, Rosina Jordana, quién logra frenar un tanto los impulsos bohemios del artista.
En 1885 se instala en Madrid, nuevamente bajo la protección del conde Morphy, aunque no deja de ofrecer giras por diversos países acompañado, en ocasiones, por su amigo y violinista Fernández Arbós. Por estas fechas, se le empieza a conocer como el «Liszt español» (Antes, el Mozart vuelto a la tierra; ahora el Liszt hispano… ¡Buena carrera!) y también publica sus primeras composiciones de importancia, como la Suite Española y los Recuerdos de viaje. En 1889 toca en París, durante los actos de la Exposición Universal, con un programa que sólo incluía obras propias. El éxito fue abrumador y su calidad tanto interpretativa como creadora fue unánimemente reconocida en toda Europa. Sin embargo, durante el estreno en Madrid de su comedia lírica La Sortija se produce tal indiferencia por parte del público que Albéniz, que se encontraba dirigiendo la orquesta, se volvió hacia el patio de butacas llamando «cafre» a la concurrencia para abandonar, seguidamente, la sala. No resuelto del todo con aquella afrenta compone a continuación Pepita Jiménez, con idénticos resultados durante su estreno en Madrid aunque con el consuelo de que en Bruselas fue aclamada por público y crítica. De cualquier manera y dicho con todos los respetos, el drama nunca fue el punto fuerte del compositor.
Cansado de sus giras por Europa y de sus continuos fracasos como autor de escena, Albéniz, con problemas de salud, decide recluirse en Niza en 1906. Allí comenzó a escribir su obra cumbre, la Suite Iberia, tarea que le llevó dos años. Desgraciadamente, su estado de salud no termina de mejorar y los médicos a los que visitó en París le dan por desahuciado, aconsejando su traslado al campo. Así, en 1909, Albéniz llega a Cambo-les-Bains, en los Pirineos franceses, en lo que sería su última residencia. Allí recibe la visita de los mejores músicos e intérpretes de la época y es incluso condecorado con la Legión de Honor Francesa a propuesta de Debussy y Fauré, entre otros. Finalmente, el 18 de mayo de 1909 fallece a los 49 años rodeado de los suyos e interrumpiendo una de las trayectorias musicales más extraordinarias de la historia artística española. Sus restos fueron trasladados al cementerio de Barcelona.
Albéniz nació en una época en que la interpretación cobraba una asombrosa importancia y donde todo aquel que atesorase una mezcla perfecta de personalidad y técnica triunfaba a la manera de una estrella de la música pop de nuestros tiempos. Albéniz siempre tuvo un infatigable espíritu trabajador y un apasionado amor hacia la música popular de Andalucía. Es el primer nacionalista español relevante y uno de los más apreciados fuera de nuestras fronteras. Sus composiciones para piano forman parte por derecho propio del repertorio fundamental de la literatura pianística que todo intérprete que aspire a ser figura internacional ha de tocar en algún momento. Abarca desde las más sencillas piezas propias para un principiante hasta las más endiabladas composiciones que hacen palidecer a los pianistas más reputados. Para muchos, Albéniz es el compositor más difícil de ejecutar y supone todo un reto técnico afrontar sus obras. Es, de largo, el mejor pianista que ha dado la música española.
OBRAS
– Una inmensa producción para el piano, destacando principalmente la Suite Iberia, Recuerdos de viaje, Suite Española y Cantos de España.
– Cinco óperas
– Tres operetas
– Algunas piezas orquestales, como la Rapsodia Española para piano y orquesta y el Concierto para Piano
Música española!! Muy bien Leiter, solo añadir sobre el carácter de Albéniz su gran sentido del humor, humanidad y extroversión incluso a pesar de la enfermedad renal de los últimos años. Abrió las puertas a D. Manuel de Falla en París, recomendó a Casals para una beca y se ocupó de la publicación de las obras de Joaquín Turina, entre otras cosas, fué el verdadero introductor de la música española en los mercados internacionales. Y por último solo una cita de una carta nunca publicada, de 1893: «Estoy muy descorazonado con nuestra tierra y creo que será muy difícil volver a ella si no es a dejar mis huesos»
Es de justicia rendir pleitesía a este coloso musical de 49 años escasos, gracias.
Saludos
Totalmente de acuerdo, Carlo. La capacidad artística de Albéniz no sólo cristalizó en un excelente compositor y un no menos extraordinario pianista; también fue un hombre comprometido con sus colegas y dispuesto a todo.
El mensaje de la carta que citas — si me permites el tuteo, Carlo — expresa un ineludible pesimismo ante la realidad cultural y artística de España en aquellos años, soliviantada en buena medida por personajes como Albéniz, Ramón y Cajal, Pau Casals, Jacinto Benavente, Ignacio Zuloaga, Antoni Gaudí, Manuel de Falla, Enric Granados, Miguel de Unamuno… Verdaderos héroes dentro de un entorno un tanto marginal.
Si pusiera ser, me encantaría que nos ofrecieses más datos acerca de esa carta nunca publicada de Albéniz y que consideramos verdaderamente interesante.
Gracias por el comentario, Carlokapuscinski
Saludos
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