¡ Ay, si su padre levantase la cabeza, don Miguel !  Parece mentira como, en ocasiones, las vivencias más particulares obligan a dar un golpe de timón en lo relativo a las ideas y fundamentos más certeros. Porque, si bien es cierto, don Miguel, que rectificar es de sabios, no lo es menos que también puede serlo de traidores. Usted sabrá lo que se trae entre manos… Pero ya «Er Arfonzo» mantuvo sus sospechas cuando usted fue nombrado Ministro de Economía, nada más ni nada menos, en aquel gabinete de insultante juventud. Mira que le dijeron que tuviese cuidado con lo de Rumasa, que aquello significaba un duro golpe contra todos aquellos que siguen opinando que la función empresarial está muy por encima de ciertos códigos éticos y, por extensión, patrióticos. Pero, nada. No le tembló el pulso a la hora de firmar aquel decretazo que ponía fin a una bella historia de sueños carpetovetónicos. Y el propio Ruiz Mateos se lo terminó por agradecer cuando en un juzgado, en una representación propia de la España imperecedera, le regaló un coscorrón al legendario grito de «Que te pego, leshe». Desde luego, está comprobado que hay personas que no entienden de enmiendas, don Miguel. Menos mal que, en plena catarsis, cuando la vorágine era cada vez mayor sobre su persona, tuvo la suerte de encontrar el mejor remedio que cualquier ser humano necesita: El amor, el amor sincero de una cortesana de palacio que quiso bordar con letras de oro su anhelo de ardorosas pasiones. Nadie daba un duro por esa relación y, fíjese usted, ya llevan 20 años juntos, sin ningún desgaste, como si fuese aún el primer día. ¡ Como para no ir presumiendo, don Miguel !. Qué bonita es la vida cuando el amor nos invade. Es usted un triunfador, por mucho que le pese a quienes hace muchos años confiaron en sus buenos manejos. Allá ellos con su puño y su rosa, que la vida son dos días y hay que saber vivirla. Y usted sí que sabe, don Miguel.