sabachtani

 Aquella noche del 12 de agosto de 1521, Cuauhtémoc, ante el incontenible avance de las tropas españolas sobre la sagrada ciudad de Tenochtitlán, llamó a su consejero de máxima confianza y le reveló el mayor secreto de los mexicas: –«Vete y no olvides nunca la lengua de nuestros dioses, el Nahua. Allá por donde vayas, te podrás comunicar mediante su uso, ya que en todos los confines del mundo, incluso más allá del mar que nos rodea, el Nahua es la expresión de lo divino.» — Y el chamán, adoptando la figura de un ave majestuosa gracias al Tonalpohualli, surcó los cielos y cruzó los mares.

 El viejo maestro tibetano Djwhal se encontraba en el lecho de su muerte cuando mandó que pasara su aventajado alumno Gemang: — «Escucha, oh Gemang. Tú eres mi discípulo más aplicado. Te ordeno que guardes el secreto de nuestros dioses, nuestra lengua sagrada, el Naga. Nuestros padres habitaron en las antípodas de este mundo, en un lugar muy lejano donde las aguas eternas impiden su paso. Disfrázate de dragón y transmite a tus hijos el conocimiento sagrado  de lo que yo te he otorgado.» —

 — «En la virtud que me conceden los dioses del Nilo, te proclamo Faraón, Ramsés, y te concedo el báculo de la doble serpiente, símbolo de otros dioses que, desde los confines de la tierra y a un lado y otro de Egipto, nos ofrecen su protección. Guarda por siempre el secreto de nuestra inmortal lengua.» —

 El chamán azteca se sentía satisfecho con los progresos de su discípulo en lo relativo a los conocimientos de la lengua sagrada de los dioses: — «Una vez más, recita el nombre de los números, joven Huiztli.» — Y el alumno procedía con la paciente letanía numerológica: — «Hun, Ca, Ox, Can, Ho, Uac, Uuac…» –.

 Gemang se encontraba visiblemente nervioso ante la incapacidad de su alumno para retener la sencilla lista de los números en la lengua sagrada: — «Por todos los dioses del Tíbet, escúchame Khul, y repite conmigo la lista de los números: Hun, Cas, Ox, San, Ho, Usac, Uuac… » –.  No hubo manera. El alumno de Gemang se encontraba extraordinariamente reticente para memorizar una simple lista de números.  — » Heli Lamah Zabac Tani…» (Que me hunda en los albores de tu presencia) – exclamó un resignado Gemang en la lengua sagrada ante los nulos progresos de su discípulo.

 El maestro agonizaba en aquella cruz ignominiosa que los romanos habían levantado como castigo a sus pretensiones dinásticas. Muy pocos entendían como aquel apuesto hombre de Galilea había osado proclamarse Rey de los Judíos. Ciertamente, él nunca lo afirmó con rotundidad, pero sus seguidores, dada la sabiduría y conocimientos de Joshua Bar Iosep, quisieron interpretar en su persona la legendaria figura de un mesías dispuesto a liberar del yugo romano a la sufrida nación judía. Tras el tremendo castigo de azotes y humillaciones, Joshua fue clavado en la cruz. Cuando muchos lo daban por muerto, sacó fuerzas de flaqueza y a la hora nona exclamó, ante la sorpresa de los allí presentes:  — «Eli, Eli, lema sabachtani» — A continuación, dando un fuerte grito, expiró. Ante los prodigiosos acontecimientos que tuvieron lugar nada mas fallecer el maestro — las cortinas del templo se rasgaron; un temblor de tierra atemorizó a los allí reunidos y provocó que muchas edificaciones se viniesen abajo; el cielo se vio sacudido por una descomunal tormenta eléctrica.. — el centurión romano encargado de la vigilancia del orden público dijo a sus subordinados: — » Vere Dei Filius erat iste» — (Verdaderamente, este era hijo de Dios)