Fragmento del Codex Sinaiticus, uno de los más antiguos manuscritos unciales de la Biblia (Siglo IV D.C.)
La Biblia surgió en un contexto plurilingüe. La cultura mesopotámica nació de la simbiosis de dos lenguas tan dispares como el sumerio y el acadio. De esta manera, casi desde sus primeros momentos, la Biblia fue una obra políglota: La Biblia hebrea contiene partes en arameo; la Biblia cristiana recoge libros escritos en griego o traducidos al griego. También es importante el hecho de que la Biblia se leyera e interpretara desde el primer momento en relación con una segunda lengua. Ya desde la época del exilio babilónico (Siglo VI A.C.) los judíos vivieron en un contexto bilingüe o incluso trilingüe y en consecuencia leían o estudiaban la Biblia con una segunda lengua, el arameo a partir de la época persa o el griego a partir de las etapas helenística o bizantina.
El mapa lingüístico de Palestina en torno al cambio de era en el momento del nacimiento del cristianismo se caracterizaba por un enorme pluralismo lingüístico. En Jerusalén y en Judea se hablaba preferentemente el hebreo, dejando el arameo como una segunda lengua. El hebreo conoció un particular renacimiento tras la revuelta de los Macabeos (Mediados del siglo II A.C.) y simultáneamente se produjo también otro renacimiento en la literatura hebraica (Eclesiástico, Tobías, Jubileos, escritos de la comunidad de Qumrán…). La acuñación de monedas con inscripciones en hebreo es también una buena prueba de ello. Jesús de Nazaret hablaba posiblemente el arameo en su dialecto galileo pero no cabe descartar que se sirviera también del hebreo e incluso del griego (No hay ningún dato sobre la presencia de traductores durante las conversaciones del Maestro con las autoridades romanas). En la zona costera mediterránea y en Galilea se hablaba con preferencia el arameo, con una cierta preponderancia sobre el griego. En dicha región el hebreo era tan sólo una lengua literaria.
Las lenguas de la Biblia son el hebreo, el arameo y el griego. Tanto el hebreo como el arameo pertenecen a la familia de las lenguas semíticas que se dividen a su vez en cuatro grupos: 1- Semítico del Noroeste (El cananeo y sus distintas formas: Hebreo, moabita y edomita, por una parte, y ugarítico, fenicio y púnico por otra). 2- Semítico del Norte (Básicamente el arameo subdividido en dos grupos: El Occidental, que incluye tanto el arameo bíblico como la Gemará del Talmud palestino, y el Oriental, constituido por el arameo del Talmud de Babilonia y el siríaco). 3- El Semítico del Este (Fundamentalmente el acadio y sus filiales asirio y babilónico) y 4- El Semítico del Sur (Incluyendo el árabe y el etiópico)
HEBREO: El hebreo es conocido en la Biblia como la lengua de Canaán (Is 19,18) y como judío (Is 36,11). Los grupos de hebreos relacionados con los hapiru de las fuentes egipcias entraron en Canaán a finales del siglo XII A.C. sumándose a otras tribus del futuro Israel que se encontraban allí desde antiguo. Tras la sedentarización, todos estos grupos comenzaron a hablar el hebreo, lengua cuyo alfabeto consta de 22 caracteres que se corresponden en su totalidad con las letras consonantes. En un primer período, durante los años 900-600 A.C., la ortografía hebrea tendía a representar gráficamente sólo las consonantes. Hasta los siglos V y VI de nuestra era, el hebreo no comenzó a disponer de un sistema de escritura dotado de vocales, indicándose las mismas mediante puntos y trazos diversos y no mediante letras como en las lenguas occidentales. Esta estructura consonántica de la lengua hebrea daba lugar a una inevitable duplicidad de sentidos en numerosos textos legales y narrativos por lo que se hizo necesario el ejercicio del deras o interpretación conforme a los métodos de la hermenéutica rabínica. Otra dificultad añadida que presenta el hebreo son los llamados tiempos del verbo que en realidad no designan el tiempo de la acción sino el carácter concluso o inconcluso de la misma. De esta manera, el lector debe deducir contextualmente si el verbo se refiere a tiempo pasado, presente o futuro.
En sus orígenes, el hebreo disponía de terminaciones específicas para indicar el caso de los nombres. Sin embargo, y a semejanza de las lenguas romances derivadas del latín, los casos terminaron por desaparecer y las relaciones de dependencia entre palabras pasaron a ser expresadas mediante el orden de las mismas y la utilización de partículas. Esta pérdida del caso en el hebreo determinó el paso de una lengua sintética a otra analítica. Aún así, el hebreo conserva el caso genitivo, también llamado constructo. Pero el hebreo es una lengua relativamente pobre en adjetivos, careciendo de formas específicas para expresar el comparativo y el superlativo. La sintaxis prefiere la parataxis a la hipotaxis (Completa subordinación de frases, elemento característico del griego y el latín), lo que confiere a sus narraciones un estilo popular y sencillo, frecuentemente aliñadas con expresiones arcaicas en los desarrollos poéticos. En cuanto a la lexicografía, el hebreo tomó numerosos préstamos de las lenguas vecinas (Egipcio, hitita, hurrita, frigio y lidio) y de la rama del Semítico Oriental (Asirio y babilónico). En lo relativo a las lenguas no semitas, el hebreo adquirió préstamos del persa. (Hoy en día parece demostrado que del griego adquirió préstamos léxicos mediante su traducción al persa)
El concepto de hebreo bíblico no deja de ser una ficción: Los textos bíblicos reflejan más de un milenio de desarrollo lingüístico por lo que no pueden menos de reproducir hebreos diferentes, incorporando además diversos dialectos. La formación de las colecciones de libros bíblicos, así como la transmisión, traducción e interpretación del texto de los mismos se llevó a cabo a lo largo de los siglos, a los que correspondió el uso del hebreo clásico y del hebreo de Qumrán. Pero durante la época helenística y romana, el hebreo clásico sobrevivió no sólo como lengua hablada sino también como lengua escrita, fuera incluso del ámbito de la sinagoga, como así lo demuestran los documentos hallados en Qumrán. Posteriormente, el llamado hebreo misnaico se inscribe en la evolución lingüística de la lengua hebrea clásica con características propias que lo constituyen como una verdadera lengua literaria. El texto de la Misná presenta mayores diferencias con respecto al hebreo clásico que con el propio arameo. Durante la Edad Media, junto a composiciones escritas en un hebreo un tanto artificioso y alejado de la lengua viva, se encuentran escritos en prosa y poesía de un estilo muy elegante, comparable al de los textos bíblicos, aunque inevitablemente influenciado por los modelos árabes. En los siglos XIX y XX el hebreo experimentó un renacimiento pese a que en realidad nunca había caído por completo en un estado de total abandono. Prácticamente, todo el texto bíblico correspondiente a lo que los cristianos conocen como Antiguo Testamento se redactó originalmente en hebreo, a excepción de unos pasajes de Esdrás, Daniel y Jeremías.
ARAMEO: A partir de la época del exilio de Babilonia (Siglo VI A.C.) el arameo, que ya por entonces era la lengua internacional de las cancillerías orientales, comenzó a suplantar al hebreo como lengua de uso corriente entre los judíos. Las inscripciones más antiguas que se conocen del arameo proceden del siglo IX A.C. Posteriormente, el arameo se convirtió en la lengua oficial de los imperios asirio, neobabilónico y persa. Con las conquistas de Alejandro Magno, el griego trató de desplazar al arameo como lengua internacional aunque el uso de este último conoció el período de mayor difusión en Oriente.
Tres son los períodos sucesivos los que conoció la lengua aramea a lo largo de la historia: 1- El Período Antiguo, que se corresponde con las inscripciones de Zinjirli escritas en un dialecto arcaico de características occidentales. El arameo imperial era el utilizado por las poblaciones de las regiones occidentales que fueron absorbidas por el imperio asirio. Las breves inscripciones del texto bíblico escritas en arameo, con la excepción de unos pasajes de Daniel, se corresponden con el arameo imperial. 2 – El Período Medio, correspondiente a la época comprendida entre el 300 A.C. y el 200 D.C. Tras la helenización, el arameo imperial sufrió un proceso de fragmentación en dialectos locales en que pervivió como lengua literaria y de uso en documentos oficiales. En esta lengua literaria están redactados algunos capítulos en arameo del libro de Daniel así como algunos textos encontrados en Qumrán (Tobías, Sueño de Nebónida, Enoc y Melquisedec, Pseudo-Daniel, Génesis Apócrifo, Testamento de Leví, Targum de Levítico y Targum de Job). En esta misma lengua literaria se escribió también el Targum Onqelos del Pentateuco y el Targum Jonatan de Los Profetas. (Se llama Targum a las transcripciones parafraseadas de las Escrituras en lengua aramea). 3 – El Período Reciente se extiende hasta después de la conquista árabe, del 200 al 900 D.C. En esta época el arameo aparece fraccionado en varios dialectos del que el más importante es el llamado grupo occidental que incluye al galileo (Talmud de Jerusalén y Midrashin palestinos) y al cristo-palestinense hablado por los judíos convertidos al cristianismo. El conocimiento del arameo de esta época es fundamental para el estudio de la historia de la transmisión, traducción e interpretación de la Biblia en el mundo oriental palestino y babilónico, ya que por entonces se empezaron a sistematizar las tradiciones de vocalización del texto bíblico por medio de la masora (Cuerpo de notas sobre el texto de la Biblia hebrea)
GRIEGO: En griego están escritos los llamados libros deuterocanónicos del Antiguo Testamento, esto es, aquellos libros que no forman parte de la Tanak o Biblia hebrea pero que sí aparecen en la Biblia griega (1 y 2 Macabeos, Baruc, Carta de Jeremías, Oración de Azarías — Dan 3, 26-45 — Cántico de los tres jóvenes — Dan 3, 52-90a — Sabiduría, Eclesiástico, 3 y 4 Macabeos, Adiciones a Ester, Tobías, Judit, Susana, Bel y el Dragón). Es preciso puntualizar aquí que el Eclesiástico (Ben Sirá o Sirácida) fue escrito originalmente en hebreo o arameo. También el griego fue la lengua original del Nuevo Testamento aunque hoy parece comúnmente aceptado que muchos de los dichos (Logia) de Jesús se transmitieron por algún tiempo en arameo e incluso en hebreo.
Ya los escritores de la antigüedad tardía no dejaron de manifestar su aversión por el lenguaje utilizado en la célebre versión bíblica de los LXX y en el Nuevo Testamento, ya que les parecía muy alejado de los cánones del griego clásico. Los grandes apologetas cristianos — Crisóstomo, Agustín, Jerónimo, etc… — trataron de justificar el estilo de los escritores bíblicos, descuidado y tosco, pero sencillo y popular a la vez. Si bien los humanistas del Renacimiento percibieron también la distancia que separa el griego bíblico del de los clásicos, fue durante los siglos XVII y XVIII cuando se desarrolló una agria y no menos famosa polémica entre los hebraístas — quienes atribuían al influjo de la lengua hebrea cualquier desviación del griego bíblico respecto del clásico — y los helenopuristas — quienes no admitían la presencia de hebraísmos y otros barbarismos en las Escrituras. Incluso en el siglo XIX no faltaron quienes, de manera un tanto bondadosa, trataron de explicar las peculiaridades del griego del Nuevo Testamento en virtud del carácter inspirado de esta lengua, que habría sido diseñada para servir de cauce expresivo a la revelación divina.
El estudio de algunos papiros hallados en Egipto permitió determinar que la lengua de los LXX y del Nuevo Testamento es un reflejo de la koiné o lengua común hablada desde los tiempos de Alejandro Magno hasta finales de la Edad Antigua. Es preciso advertir que la koiné era tanto la lengua vulgar del pueblo como la culta de los escritores de aquella época (Polibio, Estrabón, Filón, Flavio Josefo y Plutarco). Esta lengua conserva la estructura básica del dialecto ático mezclada con elementos jónicos, dóricos y eólicos, y a su vez mezclada con aportaciones de otras lenguas. La consideración del griego bíblico como lengua koiné del período helenístico no debe impedir reconocer las particularidades características de la lengua bíblica griega que no puede ser identificada sin más matices con el griego secular de los papiros y cuyo influjo semítico se advierte no sólo en la presencia de hebraísmos sino también en la lexicografía, semántica y estilística.
Se ha querido explicar también la peculiaridad del griego bíblico mediante la hipótesis de la existencia de un dialecto «judeo-griego» escrito y hablado por judíos en diversos lugares y épocas. En la actualidad, se tiende a explicar las características propias del griego de los LXX como un fenómeno derivado de la propia traducción, lo que justifica y hace necesario un estudio intenso de las técnicas de traducción empleadas en esta versión. Para definir el griego neotestamentario quizás sea preciso recurrir a una explicación ecléctica que tenga en cuenta factores muy diversos: Los evangelios sinópticos (Marcos, Mateo y Lucas) y los logia de Jesús reflejan un griego de traducción más literaria que literal. El influjo de los LXX (Sobre todo en el Evangelio de Lucas) es evidente en todo el Nuevo Testamento así como en la utilización de las cartas paulinas de conceptos hebreos como los de justificación o propiciación. Por lo que respecta al Apocalipsis, refleja sobre todo el habla judeo-griega de las sinagogas.
El estudio científico de la Biblia requiere un conocimiento previo de las lenguas en las que fueron escritos los libros bíblicos: Hebreo, arameo y griego en la versión de los LXX. Pero para un determinado tipo de estudios es preciso también el conocimiento de las lenguas a las que fue traducida la Biblia en los primeros siglos del cristianismo (Latín, siríaco, copto y armenio). Por otra parte, los descubrimientos modernos han rescatado del olvido otras lenguas semíticas con las que el hebreo está emparentado (Acadio, ugarítico, fenicio…) así como lenguas no semíticas que de un modo u otro influyeron en el hebreo y en el arameo. Por ello, y ante todo, el «biblista» ha de ser un verdadero y contrastado políglota.
Un políglota en lenguas muertas, agregaría yo. Una entrada impecable, digna de diccionario enciclopédico.
Precisamente, este cuatrimestre, curso un seminario sobre arqueología bíblica que ha resultado más que interesante. El lunes pasado estuvo en la Argentina, Israel Finkelstein. No sé si lo conocés, es un arqueólogo de la Universidad de Tell Aviv que se ha vuelto en el último lustro muy famoso por demostrar la inexistencia del Éxodo y presentar a David y Salomón como figuras míticas que responden a una construcción ideológica de la monarquía tardía del Reino de Israel. Realmente sus estudios más allá de ser polémicos están haciendo que cambien los programas de estudio, pues gran parte de sus conclusiones no han podido ser rebocadas hasta ahora.
En fin… felicitaciones nuevamente y bienvenida sea esta nueva e interesante sección!
Un abrazo.
Me alegro de que te haya gustado la entrada y la nueva categoría, Frank.
Sobre Israel Filkenstein… Te seré sincero. Me parece un poco oportunista y sus argumentos son un tanto inconsistentes. El Éxodo sí que existió, aunque lo realmente difícil de determinar es si fue un «éxodo» en el sentido estricto o más bien una emigración un tanto incontrolada y con episodios pacíficos y no tanto. Realmente, ese el mayor dilema de los historiadores, la colonización de Palestina por parte de hebreos y su integración o asimilación de las distintas culturas, más bien pueblos, que por allí pupulaban. Los papiros egipcios no dejan duda sobre la existencia de los «hapiru» y sus movimientos entre Egipto y la tierra de Canan. Pero es que además, las investigaciones de verdaderos monstruos como Stegemann, De Vaux o Von Rad (Mi maestro en teología veterotestamentaria) no pueden ser rebatidas tan alegremente como Finkelstein lo hace. Otra cosa es la de los míticos reyes David y Salomón, figuras posiblemente reales, pero muy por debajo de lo que realmente fueron. Hemos de tener en cuenta que en esos años, aproximadamente desde el 1000 ac hasta el 940, aproximadamente, el imperio egipcio no pasaba por su mejor momento y los asirios aún estaban en fase de «gestación», por decirlo de alguna manera. Esta coyuntura fue aprovechada, no ya sólo por David y Salomón, sino también por los pequeños reinos septentrionales, como el bíblicamente documentado de Hiram de Tiro.
De cualquier manera, queda mucho por investigar… Mucho
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Por otra parte, te agradezco mucho el nuevo enlace de Jansons, que voy a rectificar ahora mismo. Eso es tener afición y este bar de BLUES te lo agradece, amigo Frank.
Suerte con Uruguay… Argentina ni puede ni debe faltar nunca a un Mundial.
Un abrazo, Frank. Gracias por tu seguimiento y por tu interés en estos días de imposible conexión.
LEITER
Bueno, trataré de ser breve, pues esta linda conversación que tenemos sobre el tema podría extenderse demasiado. Me limitaré a hablar sólo de Finkelstein. Lo bueno del seminario que curso es que hablamos de todos los autores y no sólo de éste. Yo particularmente no me inclino por ninguna de las tesis aún (porque aún no he terminado el curso, claro). El profesor que tenemos tiene como maestro a la encargada de Estudios orientales de mi universidad, y si bien no es una egiptóloga muy famosa, ha logrado hacerse de buenos contactos en la Univ de Tel Aviv y la École Biblique de Jerusalem (hace poco Marcel Sigrist dió un curso de acadio grcs a las buenas relaciones de nuestras instituciones, y ya te comenté sobre la visita de Finkel.).
Pero vamos a lo que nos interesa: (brevemente)
Las migraciones a Egipto por parte de pueblos de Canáan no quedan dudas. Los que están a favor del Éxodo les gusta decir que fueron los famosos hicsos. Porque les cierra justo. Los hicsos fueron expulsados por Amosis de manera análoga con el relato bíblico de la expulsión de los hebreos. Pero las fechas no cierran: la expulsión es del 1570 a.C. mientras que el relato bíblico la ubicaría (obviamnete q la fecha no la dá, se hace por correlación de cronologías israelitas, asirias y egipcias) en torno al 1440 a.C. Además, el relato habla de la construcción de la ciudad de Ramses (EXODO 1:11). Sin embargo, y esto es cánon, el primer faraón de nombre Ramsés no ocupa el trono hasta el 1320 a.C. Y si vamos a la ciudad de Ramsés, que podría ser la ya excavada Pi-Ramsés, ésta se construye en tiempos de Ramsés II (1279-1213 a.C.). Y sabemos que participaron pueblos semitas en la construcción, pero era muy común en este período. Ahora bien, en ninguna documentación del período hicso se menciona a Israel, recién se menciona a Israel (en realidad dice ysriar, así que tampoco es concluyente) en la Estela de Merneptah (circa 1210 a.C.). Por otro lado, el Reino Nuevo egipcio fortaleció los pasos del Delta luego de la expulsión de los hicsos. Tenemos la documentacion, realmente exhaustiva, que realizaban los controladores, allí detallan todas las tribus que fueron y vinieron por el Sinaí entre Egipto y Canaán. Allí se menciona a la ciudad de Tjkw y Pr-Itm. Estas resultan ser las equivalentes hebreas de Sucot y Pitón que menciona la Biblia (EXODO 12:37; NUMEROS 33:5 y EXODO 1:11). Pero en ningún momento se menciona a Israel. Si la migración hebrea fue tan masiva, es imposible que no se la mencionase. Y lo del cruce del desierto? El camino es muy duro, por lo que es poco probable (aunque no excluyente), el problema es el siguiente: es precisamente en este período cuando Egipto es la gran potencia mundial, es aquí cuando se llega al Eúfrates por medio de Canaán, que estaba absolutamente sometida a Egipto (fuertes y funcionarios egipcios en todo Canaán), y el paso del Sinaí era transitado por grandes ejércitos, como lo demuestran las campañas de Tutmosis III y Seti I. El desierto se cruzaba gracias a una serie de pozos de agua fortificados por Egipto, en dichos lugares no hay absolutamente ninguna referencia documental ni (muy importante) arqueológica. Imaginarse a los hebreos escapando por el norte del Sinaí es imposible. Y por el sur? Después de todo la Biblia no dice que fueron por allí? El sitio arquelógico del monte Sinaí (actualmente ahi está el monasterio de Santa Catalina) no arrojó la más mínima evidencia de hebreos. En los alrededores? Durante el avance israelí sobre el Sinaí en el siglo XX (no recuerdo las fechas, perdón), se realizó una carrera arqueológica por parte del gobierno israelí (los principales interesados en demostrar el Éxodo son los judíos, nadie lo puede negar) y no se encontró absolutamente nada. Lo curioso es que el sur del Sinaí ya ha proporcionado (sobre todo en los últimos años), gracias a los avances de la técnica arqueológica (la tecnología que se usa hoy en día es realmente de otro planeta), información sobre el período helenístico, bizantino, y nos muestra actividad pastoral en épocas tan remotas cómo el tercer milenio a.C.!!
Me ha faltado mucho por decir, pero, en resumen, a mí siempre me gustó creer en el Éxodo, pero lo cierto es que en el plano teórico (en cuanto a lo documental se refiere) el Éxodo, si existió, dista años luz de lo que el relato bíblico cuenta. En el plano empírico, la arquelogía demuestra, hasta ahora, que el Éxodo no existió. Y nos guste o no la arquelogía no puede ser obviada de la discusión. Pero bueno, nuevas investigaciones salen todos los días, a tal punto que resulta difícil mantenerse actualizado.
— No tienes nada de que agradecerme, a uno le gusta colaborar en el lugar donde pasa un rato. Realmente realizas un gran labor en este blog, por lo que nunca me canso de citarte. Mis felicitaciones.
Un abrazo, y gracias por lo de Argentina, veremos que pasa.
Muy buen comentario, Frank. De verdad, creo que esta sección va a dar juego.
Por supuesto, identificar a los hicsos con la posible emigración (Éxodo) israelita es un anacronismo que está totamente descartado y que no se sostiene por ningún lado.
Los especialistas coinciden en pensar que no todas las futuras tribus de Israel habían estado en Egipto antes de la toma de Canaán. Cabe suponer que sólo estuvieron determinados clanes o grupos tribales llamados, generalmente, grupos del Éxodo o grupos de Moisés. Resulta del todo imposible averiguar la verdad histórica acerca de las circunstancias concretas del Éxodo, de las rutas concretas y de los eventos acaecidos en el Mar de las Cañas. En lo relativo a ese período inicial, las narraciones bíblicas sufrieron una reelaboración continuada, posiblemente hasta la época post-exílica. Ahora bien, desde un punto de vista de los rasgos que se conviertieron en trazos históricos, en lo que llegó a srer la base para la futura autocomprensión del futuro pueblo de Israel, una cosa parece meridianamente clara: Junto a la promesa dirigida a los Patriarcas y a la Alianza con Abraham, es básico el RECUERDO profundizado y enriquecido sin cesar de una LIBERACIÓN del pueblo en Egipto, posiblemente con tintes de eclavitud, acaecida en cierta ocasión. Independientemente de lo que pudo realmente haber sucedido, Israel entendió posteriormente el momento de su nacimiento como una ELECCIÓN, LIBERACIÓN y SALVACIÓN de su pueblo atribuidas a un sólo Dios, YHWH.
Bien, esto es sólo una elemental argumentación que carece de fundamentación arqueológica. Desde el punto de vista histórico, tampoco es posible averiguar lo que se esconde tras las narraciones de la toma del país de Canaán. Sin embargo, dos aseveraciones han suscitado el consenso entre los especialistas:
– La tierra de Palestina contaba ya con una historia milenaria cuando los israelitas comenzaron a poblar el país.
– Israel nunca fue una unidad política con capacidad de acción. La apropiación del país, como dije en mi primer comentario, pudo realizarse bien como una acción bélica relativamente rápida (Según la narración bíblica) o bien fue fruto de un proceso mucho más dilatado (Apreciación que se sostiene aún más).
La investigación ha considerado tres modelos de reconstrucción histórica de la toma de la tierra: El modelo CONQUISTA (defendido por Albright y Right y prácticamente descartado por los hallazgos arqueológicos); el modelo de INFILTRACIÓN o INMIGRACIÓN LENTA (defendido por Alt y Noth y fuertemente criticada por estudios sobre la supervivencia en el desierto); el modelo SOCIOLÓGICO o de TRANSFORMACIÓN SOCIAL (Defendido por Mendenhall y Gottwald. Este modelo ha sido denostado por Finkelstein, gran trabajo, mediante importantes datos demográficos y etnográficos) Por cierto, Finkelstein se decanta por el modelo de Alt, el de la toma de la tierra pacíficamente.
El problema que yo aprecio es que Finkelstein descarta completamente los testimonios literarios de la Biblia. Por ello, yo me adhiero más a las tesis del profesor Herbert Donner, especialista en Antiguo Testamento, que elabora una nueva tesis, de acentos sociológicos, en la que dice algo tan simple como esclarecedor: La convicción de que Israel vino del desierto, enraizada en la tradición veterotestamentaria, no puede ser sólo una pura invención ya que no hay motivo para ello. Donner afirma, creo que en muy buena dirección, que la toma de la tierra y los comienzos del pueblo de Israel son las dos caras de la misma moneda. Por eso, como muy bien dices en tu magnífico comentario, Frank, existe un apremio indudable por Israel para «demostrar» el Éxodo, sea como conquista, sea como fuere. Pero esa inquietud puede que no esté reñida con la cuestión primordial.
Por cierto, ya que mencionabas a L´École Biblique de Jerusalén, quien fue su director durante muchos años, el prestigioso padre Roland de Vaux, uno de los mayores conocedores de la historia de Israel, declaró con cierta resignación que el problema de la toma de la tierra de Canaán es el problema más complejo de toda la historia de Israel.
No puedo estar más de acuerdo contigo en la última frase de tu comentario, Frank: «nuevas investigaciones salen todos los días, a tal punto que resulta difícil mantenerse actualizado».
Ufff… Intentaré profundizar en este tema en próximas entradas de esta categoría. Pero déjame tiempo, para el 2010… (El tema se las trae…)
Es un honor y un lujo comentar y debatir estas cuestiones contigo, Frank.
Un abrazo, buen amigo
LEITER
El recuerdo, siempre me gusta ese termino que utilizaste. Es digamos como sucede con el diluvio. Hace casi una década (cómo pasa el tiempo!) la National Geographic descubrió indicios de un desborde del Mar Negro. Al parecer, el Mar fue una vez un mar cerrado, luego desbordó y se unió al de Mármara y este a su vez con el Mediterráneo. Todo partió del hallazgo de caracoles de agua dulce en el Negro (no ahondemos mucho que nos vamos de tema). Bastó dicha investigación para que surgieran las teorías que asocian el desborde (en tiempos prehistóricos) con el diluvio, que, como tu bien sabes, no es patrimonio de la tradición hebrea, sino de muchas otras culturas de la Antiguedad que la mencionan. Resulta muy tentador pensar que el recuerdo de esta catástrofe, que debe haber sido realmente espectacular para aquellos remotos tiempos (aún hoy lo sería, imagínate), haya perdurado (sobretodo en tiempos en que no había tanta gente) y que los autores de la Biblia la hayan recogido, modificada, claro. Pero tu también sabes la «teoría del teléfono descompuesto» donde el mensaje se distorsiona a medida que pasa de boca en boca. En fin, lo peligroso de analizar los «recuerdos» es caer en una suerte de pseudohistoria. Se me habrá entendido hasta ahora? Creo que no me expresé de manera clara, ojalá entiendas a lo que apuntaba.
Déjame decirte que el honor y el lujo es mío. Realmente resulta difícil mantener una conversación con vos y no parecer un analfabeto.
Seguiré con detenimiento esta sección… y ahora me voy para otra.
Claro que te entiendo, Frank. Y llevas razón. Por eso mismo, creo que ese mismo acontecimiento — llamémosle Exodo o emigración — tuvo lugar, ya en un período, o en varios de una época determinada. Esa «Teoría del teléfono descompuesto» es perfectamente aplicable al caso, pues los sucesivos relatos bíblicos se adornan con las lógicas distorsiones del boca a boca intergeneracional. De ahí que los relatos adolezcan de lo mítico y de lo fantasioso, en ocasiones. Pero esa fantasía casa muy bien con un acontecimiento que, como dice el profesor Donner, tuvo que ser tan fundamental para el pueblo judío como para que, en cierto modo, significase el verdadero punto de arranque de su historia. No olvidemos que los relatos más antiguos del Génesis y de los primeros patriarcas bíblicos están refundidos con escritos que se escribieron durante la época del Exilio babilónico, 583 a.c. Por eso, esa emigración o éxodo supone, como afirma Donner, las dos caras de una misma moneda: Acontecimiento que marca el inicio de su andadura.
Lo que afirmas del Diluvio es un claro exponente de esta conjetura sobre los acontecimientos fundamentales que marcan a cualquier civilización, en este caso, casi de manera universal y que el relator bíblico tomó prestado de otras civilizaciones vecinas y anteriores cronológicamente a la hebrea.
De cualquier modo, queda mucho por investigar.
Un abrazo, Frank
LEITER