En el enlace al vídeo que hoy os dejo podemos escuchar el Gran capricho brillante sobre la jota aragonesa del compositor ruso Mihail Glinka. La versión del enlace, espectacular por su vivacidad, se corresponde a una lectura en vivo de la Orquestas Sinfónica de la NBC dirigida por Arturo Toscanini y dicha grabación se encuentra disponible en el sello RCA VICTOR (ref 60308). La Jota aragonesa de Glinka fue compuesta en 1845 si bien su estreno no tuvo lugar hasta el 15 de marzo de 1850 en San Petersburgo bajo la dirección de Karl Albrecht. Escrita sobre un tema auténtico que Glinka había escuchado en Madrid al guitarrista Félix Castilla, la obra comienza con una introducción en tempo Grave con una serie de arpegios quebrados en los metales que se apoyan en ritmos con puntillo y escalas de cuerda. A continuación surge, Vivace, el tema propiamente de la Jota cuya melodía es ejecutada por violines y arpa. Le sucede un motivo secundario mucho más rítmico expuesto por clarinetes y pizzicati de cuerda grave con arpa (en un intento de imitar a la guitarra). Tras una serie de exóticas y coloridas variaciones, los arpegios quebrados de la introducción reaparecen en la coda y el sello típicamente español viene dado por el empleo de las castañuelas.
Hasta la aparición de Glinka, la vida musical en Rusia estuvo dominada por los italianos (Galuppi, Manfredini, Cimarosa, Paisiello…) que habían estado trabajando en aquel país desde el siglo XVIII. A principios del siglo XIX, Rusia era una nación tan enorme como misteriosa, si bien apenas estaba saliendo de su condición medieval. Toda la tradición occidental del pensamiento filosófico, científico, artístico y cultural era desconocida allí salvo para unos pocos miembros de la aristocracia. En lo relativo a la música, el país poseía una fecunda herencia de cantos populares aunque carecía de algo parecido a un sistema de música. Escaseaban los profesores y eran ciertamente difíciles de encontrar los manuales de música, siendo los compositores ciudadanos de segunda clase que carecían de jerarquía social. Por contra, otros artistas como pintores y escultores gozaban de ciertos privilegios que los músicos en absoluto tenían. En San Petersburgo, la conocida como Sociedad Filarmónica Rusa ofrecía tan solo dos conciertos al año. Toda esta triste situación comenzó a cambiar desde la aparición del que unánimemente se considera como el padrino y fundador de la escuela nacional rusa, Mihail Glinka.
Milhail Ivanovich Glinka nació el 1 de junio de 1804 en Novospasskoie, Smolensko, en el seno de una familia de terratenientes muy acomodada. De hecho, inició su formación musical en una institución de San Petersburgo reservada a los nobles para más tarde ser alumno del pianista John Field. Con todo, su educación musical — ampliada a la armonía, violín y composición — fue fragmentaria. En 1824, Glinka se convirtió en funcionario de San Petersburgo para cuatro años más tarde renunciar al cargo y viajar hasta Milán y Berlín, donde amplió su formación con Siegfried Dehn. De vuelta a Rusia en 1834, tras haber compuesto una serie de obras formalistas que apenas inciden en el carácter puramente ruso, Glinka decidió crear una ópera en ruso basándose en su amistad con Pushkin. Dicha obra, La vida por el zar, fue estrenada a finales de 1836 y obtuvo un enorme éxito, asistiendo la propia familia del zar al estreno. Para muchos especialistas, esto supuso el arranque de la Escuela Nacional Rusa. Seis años más tarde, Glinka compuso Ruslán y Ludmila, una nueva ópera de carácter eminentemente nacionalista que atrajo la atención de Liszt, quien se encontraba realizando una gira por Rusia, aunque nunca suscitó la popularidad de su precedente. Tras una breve estancia en San Petersburgo en donde llegó a ser Maestro de Capilla de la Corte (1837-1839), Glinka realizó de nuevo una serie de viajes que le llevaron por Francia, España y Polonia. Tras una serie de aventuras amorosas que provocaron su separación matrimonial en 1846, Glinka mostró un gran interés por la música religiosa y viajó hasta Berlín con el objeto de estudiar la obra de Bach. Fue precisamente en Berlín donde, tras un catarro mal tratado, Glinka finalmente falleció el 15 de febrero de 1857. Desde el mismo instante de su muerte, Glinka fue elevado a la categoría de héroe nacional ruso.
Aun con una producción de reducidas dimensiones, no cabe la menor duda de que Glinka fue el padre de la nueva música rusa. Sus obras apuestan por un melodismo folklórico y exhiben una extraordinaria exuberancia rítmica junto a un brillante colorido instrumental. Maestro de la variación, su música orquestal e instrumental se vio un tanto eclipsada por sus óperas aunque en la actualidad cobra una nueva y renovada vigencia. Su influencia en el desarrollo de la música rusa a lo largo del siglo XIX fue decisiva, de igual manera que en la introducción del orientalismo en la nueva ópera rusa. Sirva desde aquí nuestro humilde homenaje a su figura.
Qué buen guiño para comenzar el año, leiter! Es una obra que conozco y disfruto desde la adolescencia. Muy bien explicada la distancia enorme que existía entre la sociedad occidental y la rusa en tiempos de Glinka. Quizá eso permita apreciar mejor otro aspecto, como fue la enorme rapidez con que esas distancias fueron acortándose, al punto de transformar a Rusia de mero receptáculo a foco de irradiación cultural en no más de doscientos años. Por supuesto, cada sector social caminó a distinta velocidad hacia la, digamos, «Rusia moderna». La eclosión bolchevique fue quizá la última y más radical importación de ideas occidentales capaces de redefinir aquel vasto país, pero esa misma vastedad ha refugiado lo auténtico, inconfundiblemente ruso. Glinka tuvo el mérito de saber seguir esas pistas identitarias en un momento crucial. No sé, pero tengo a veces la impresión de que este compositor acabó siendo algo parecido a un «icono» en el panorama cultural ruso del siglo XIX, dando al calificativo connotaciones incluso religiosas. Para adecuarlo a términos occidentales, un «numen». Por ejemplo, cuando Rimsky explicaba los méritos de su soberbia suite «Scheherezade», se cuida de apuntar que uso la orquesta tal como Glinka la dejó establecida.
Y lo cierto es que Glinka tenía intuición tímbrica. Comenté al comienzo que esta «Jota» la aprecio desde adolescente. Lo que más me entusiasmó de la pieza es su variedad tímbrica y rítmica; lo que más me parecía «ajeno» es su discurrir al margen de nuestras nociones de desarrollo temático, ocupándose más en recorrer secciones orquestales, como un caleidoscopio tímbrico. Caleidoscopio, otro término empleado Rimsky para explicar sus ocurrencias instrumentales…
En fin, amigo, me sumo al homenaje a la figura de Glinka, y te deseo todo lo mejor para este 2012, durante el cual puedes estar seguro de contar conmigo en lo que haga falta.
Y otro dato, admirado Joaquín. Con Glinka no sólo se inicia la Escuela Nacional Rusa, sino la portentosa manera de orquestar que desde siempre han tenido los rusos en todas las épocas. Parece que llevan una orquesta cada uno en su cabeza. Asimilan los timbres como si tal cosa y colorean todo de forma prodigiosa. Y no deja de ser un tanto triste que Glinka, padrino ruso de la música, sea un compositor muy olvidado hoy en día a tenor con lo que su figura se merece.
Mi abrazo, amigo y hermano Joaquín
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