Durante toda la Edad Media los pueblos occidentales conservaron un extraño recuerdo de la antigüedad clásica. Carlomagno y sus sucesores germanos habían soñado con restablecer el Imperio Romano y para ello basaron su prestigio sobre aquella unidad de Roma que no había dejado de intrigar a las gentes. En la Italia meridional, tierra clásica por excelencia, Federico II dio impulso a un tipo de arte que ya es decididamente un esfuerzo de restauración clásica como un conato de renacimiento. Pero, al morir Federico II, llegó a Pisa el verdadero iniciador de un nuevo estilo, Nicola Pisano. Hacia el año 1260 se le encargó en Pisa el púlpito de un baptisterio que constituyó el glorioso punto de arranque de un estilo imbuido en las ansias del renacimiento. Esta obra despertó tal entusiasmo que, seis años después, los constructores de la catedral de Siena acudieron a Pisano para que labrara el púlpito de su iglesia.
Nicola Pisano aceptó el encargo y se trasladó a Siena acompañado de varios discípulos para ejecutar un púlpito de grandes proporciones y mucho más complejo que el del baptisterio de Pisa al proyectarse sobre una base octogonal en vez de hexagonal, aunque también sostenido por columnas. Los distintos relieves permiten ver la mano de su hijo Giovanni al contrastar la viveza y dinamismo de sus figuras con la calma y serenidad de los propiamente atribuidos a su padre. Las columnas se apoyan alternativamente en el suelo o en la grupa de unos leones, como los que se solían ver en las fachadas románicas de tantas partes de Italia. Encima corre una serie de arcos trilobulados con relieves de apóstoles y profetas en las enjutas, muy a semejanza de lo ya diseñado en el anterior baptisterio de Pisa. Pero tal vez lo más admirable de esta obra sean las placas esculpidas que sirven de adorno a los antepechos, mayormente atribuidas a Nicola, y que están repletas de figuras dignas de los grandes días del arte antiguo. Si bien los especialistas han encontrado un cierto paralelismo entre las figuras de los sarcófagos y las de los relieves del púlpito, es evidente que en la obra de Pisano se alienta un estilo joven y absolutamente original.
A mayor gloria.
Recuerdo este mamotreto de púlpito cuando estudiaba Arte, se me quedó grabado supongo por lo aparatoso, recargado, historiado y no se cuantas cosas más que están lejos de ser mis favoritas. ¿por qué lo recuerdo? también porque es extraordinario aunque no se adapte a mis gustos y porque si bien el conjunto me parece desmesurado cada una de las partes me parece un bellezón incluido el material de que está hecho.
¿se imaginan como se sentiría el que soltase la homilía o dirigiese los rezos? da miedo pensarlo.
¿ A mayor gloria de quien?.
Ad maiorem Dei Gloriam…
Ciertamente, no es una obra escultórica especialmente atractiva a primera vista (no enamora, por así decirlo, en una primera contemplación) pero coincido contigo en que el púlpito representa una extraordinaria solución escultórica a los problemas técnicos derivados de su diseño.
Mi beso, querida Zarza
LEITER
Yo creería que sí enamora a primera vista. Su diseño -por así decirlo- me luce del todo embriagante. Es una obra de Arte que si bien puede no tener la fuerza de otras, si llama a la mente del que se encuentra delante de su escultórica presencia. No es un simple púlpito, concebido para que el sacerdote lance sus arengas evangélicas, sino que procura en sí mismo se el transmisor de un ideal presente en la mente de toda una comunidad humana.
Bien lo dices en la entrada: este fue un tiempo en que la Antigüedad Clásica gravitó sinuosamente en la mente de los pueblos occidentales, para hacer su eclosión en la forma del Humanismo Renacentista, precisamente al finalizar la baja Edad Media. Tal fenómeno irradió fuertemente los muy variados aspectos de la actividad, el sentir y el pensar humano.
Me gustaría estar allí parado.
Fuertes abrazos, Walküre y Leiter.