playa-de-tanger

Primeramente, es de justicia constatar que toda la pléyade de tangerinos que se encuentran dispersos a lo largo y ancho del mundo mantiene viva la llama de una ciudad que significó el punto de partida de multitud de historias familiares, algunas dramáticas, y no siempre narradas en el corpus cultural de los artistas que han tenido vinculación con la inolvidable ciudad norteafricana. Afortunadamente, en estos tiempos que vivimos, la globalización informativa de las nuevas redes universales de comunicación ha impulsado la creación de nuevos canales de contacto entre tangerinos y ha posibilitado el reencuentro de muchas gentes entre sí tras muchos años de distancia. El recuerdo de Tánger ha perdurado en la mente de todos aquellos que nacieron y se criaron en dicha ciudad como una especie de paradigma ideal de educación, respeto y convivencia, aspectos que hoy, por desgracia, vemos como se van diluyendo en una sociedad que se define como avanzada aún a consta de ir perdiendo los valores esenciales que dignifican la ética del ser humano. Por eso mismo, Tánger no es tan sólo un recuerdo de localización geográfica en los particulares devenires de sus antiguos habitantes sino que supone, además, una dimensión superior que encierra todo un conjunto de vivencias que marcaron la educación y el destino de tantos tangerinos y que han sabido transmitir, en la mayoría de los casos, a sus descendientes. Siendo así, la cuestión, aunque incómoda, es inevitable: ¿Sobrevivirá el recuerdo de Tánger a la generación de los tangerinos que hubieron de abandonar dicho enclave a partir de la segunda mitad del siglo pasado? ¿Permanecerá vivo su espíritu en la descendencia que ni nació ni llego a vivir nunca en Tánger?

  En las conversaciones que he podido mantener con muchos tangerinos y, asimismo, en la lectura de los foros digitales que versan sobre la ciudad norteafricana y sus antiguos habitantes, he venido observando la constante transmisión familiar que los padres inculcan a sus hijos en todo lo referido a Tánger y su circunstancia histórica. Resulta especialmente entrañable leer cómo una de las características más comunes a todos los improvisados comentaristas es la de llevar a sus hijos de viaje para conocer la cuna de sus ancestros tangerinos. Y es aún más grato percatarse de la magnífica impresión que éstos reciben de una ciudad que, si bien ha ido perdiendo parte de esa incomparable y peculiar entraña que resulta irremediable con el paso de los años, conserva todavía el aroma cosmopolita de antaño y la atmósfera de buen entendimiento entre sus actuales habitantes. Creo que es muy importante que las nuevas generaciones de hijos de tangerinos conozcan in situ el entorno geográfico de su ascendencia como base fundamental para mantener vivo el recuerdo de lo que significó Tánger para tantas y tantas personas. También hemos de señalar el hecho de que algunos tangerinos han invertido recientemente una parte de sus ahorros en la adquisición de una vivienda en Tánger aprovechando la coyuntura de precios, relativamente barata en comparación a otros lugares de Europa y el resto del mundo. Particularmente, en España tenemos el privilegio de vivir a tiro de piedra de Tánger y ello ha servido para que muchos se decidan, no sólo a dar la obligada escapada anual para suavizar los recuerdos (Tánger es como una droga para muchos) sino también a hacerse con una vivienda para pasar largas temporadas allí. Tras una etapa de injustificable olvido por parte de las autoridades marroquíes, sobre todo durante el reinado de Hassan II, parece que ahora corren otros vientos y que se han ido aprobando nuevos planes de urbanismo y expansión para dotar a la ciudad de unos servicios mínimos acordes con la categoría histórica que se le presupone. De todas maneras, queda aún mucho camino por recorrer.

 En mi opinión, sería fundamental que se iniciase un proceso de auténtica apertura democrática en Marruecos para lograr, en lo que a Tánger respecta, un marco de plenas garantías tanto para potenciales inversores como para los tangerinos cuyo único deseo es el de pasar sus últimos días en aquel enclave. Estoy plenamente convencido de que en esta hipotética tesitura el recuerdo del espíritu estaría plenamente garantizado. Siempre pongo el ejemplo de Israel: Los judíos, tras más de dos mil años de diáspora, regresaron a un entorno que en absoluto se correspondía con el marco histórico de su nación y supieron edificar un estado en el que, tomando como epicentro a Jerusalén, depositaron los recuerdos y circunstancias de decenas de generaciones que vivieron y sufrieron en el exilio. Quizás sea un tanto aventurado por mi parte, pero pienso que los tangerinos han de salvaguardar esos valores de tolerancia y respeto en sus familias para que las futuras generaciones conserven la huella de un peculiar «milagro» en la historia de la convivencia humana de todos los tiempos: Tánger. Me consta que lo están haciendo… Y muy bien, por cierto. Que así sea, que el recuerdo de Tánger como emblema de la pacífica y plural convivencia no se pierda nunca en la memoria y, mucho más, en estos tiempos en los que nos ha tocado vivir, tan diferentes al ideal con el que los tangerinos siguen soñando a todas horas.