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 A nadie se le escapa que vivimos tiempos de crisis económica y que quizás este no sea el momento más oportuno para plantearse esta pregunta, pero es una verdadera lástima que el antaño Gran Teatro Cervantes de Tánger, fundado en 1913 y que constituyó el más importante escenario de todo tipo de variedades artísticas de la costa norteafricana, se encuentre en un ruinoso estado que contrasta, lamentablemente, con los nuevos planes urbanísticos proyectados para la ciudad cuya punta de lanza es la construcción de la nueva fase del puerto Tánger-Med. No acertamos a comprender como el Estado Español, actual propietario del edificio, no emprende una completa labor de reconstrucción del que fue — y es — uno de los símbolos de la antaño presencia española en la ciudad de Tánger. Hasta donde llega nuestra información, sabemos que el Consejo de Ministros aprobó una dotación urgente de cerca de 95.000 euros en 2007 ante los graves problemas que amenazaban a la estructura del edificio pero de ahí a comenzar una integral tarea de rehabilitación y reforma, cuyo coste total se estima que pudiera estar entre los diez y quince millones de euros, media todo un mundo y las opiniones encontradas están a la orden del día.

 Para algunos, la reforma del local es una pérdida de tiempo y para ello arguyen que no se trata sólo del local en sí, sino también del entorno que lo rodea, al parecer en no muy buenas condiciones. Además, esgrimen que el coste de reformar el local no se vería luego amortizado ya que probablemente el teatro seguiría cerrado y no se darían representaciones. Ello se argumenta en base a un presunto escaso interés de los actuales habitantes de Tánger a todo lo relacionado con la cultura. Esta frase me parece un tanto desmedida aunque no seré yo quién haya de rebatirla, toda vez que desconozco la actual realidad socio-cultural de Tánger como para emitir una opinión que posiblemente adolezca de falta de rigor y fundamento. Pero de lo que no me cabe duda es que poco podremos hacer para fomentar la cultura si vamos cerrando teatros, bibliotecas, salas de cine… Una cosa es admitir la poca iniciativa de una población por la cultura y otra, bien distinta, es ser un tanto condescendiente con una situación que de por sí calificamos apriorísticamente como de irremediable. Obviamente, no se nos escapa que estamos ante una peculiar situación que corresponde a la propiedad de un local que se encuentra en territorio marroquí, con lo que todo impulso que se decidiese llevar a cabo tendría, en buena lógica, que contar con la colaboración de las autoridades del país magrebí, al menos dentro de un marco de negociaciones que tuviesen como principal finalidad el correcto funcionamiento de la remozada sala.

 El legado cultural de España en Tánger es aún bien patente y, lejos de consideraciones basadas en críticas que confunden un falso colonialismo con lo que fue un fenómeno de cosmopolitismo y pacífica convivencia social entre diversas culturas, pensamos que es obligación del ejecutivo español de turno la de conservar y preservar esas huellas del mismo modo en que otras naciones protegen sus vestigios culturales en territorios antaño bajo su jurisdicción administrativa. Resulta del todo evidente que Tánger no es simplemente un enclave próximo a España, ni mucho menos, sino también la raíz de un gran número de personas que nacieron y se criaron allí y para quienes las ciudad norteafricana representa una parte sustancial de sus vidas. Por otra parte, todo aquello que sirva para establecer puentes culturales entre los dos países coadyuvará a un mejor entendimiento entre los mismos, amén de reforzar los lazos que unen a todos los tangerinos, de ayer y de hoy, en su idéntico amor por una misma ciudad abierta a todos.

 Ahora bien, la rehabilitación del Teatro Cervantes nos plantearía una cuestión en absoluto baladí: Una vez remodelado, ¿A qué tipo de actividades se destinaría? Como ya señalamos anteriormente, limitar su uso exclusivamente a lo que su denominación implica cercenaría de buen grado las posibilidades de un local de sus características, aparte de poner en duda su viabilidad económica. Pensamos que con las modernas técnicas de construcción y rehabilitación, el teatro podría convertirse en una especie de salón multiuso de actos que pudiese acoger una gran variedad de celebraciones y acontecimientos que habrían de ser previamente programados por una comisión bilateral nombrada al efecto por las autoridades españolas y marroquíes. Es más, muchos eventos que actualmente llevan el nombre de «Tánger» podrían celebrarse en sus instalaciones y otros, por crear, podrían servir para un aumento de la actividad turística en la ciudad. Por descontado, ello implicaría también una reforma del entorno donde hoy se encuentra ubicado el teatro y pensamos que sería una magnífica oportunidad ahora que la política del actual rey de Marruecos ha mejorado ostensiblemente en todo lo relacionado con Tánger, a diferencia de la imperdonable marginación a que fue sometida en tiempos de su antecesor.

 Lo que no creemos que sea de recibo es mantener en las actuales condiciones un teatro que significó tanto para Tánger y para los muchos tangerinos que allí residieron. El ruinoso aspecto que ofrece el teatro sólo deja entrever la indolencia de los sucesivos gobiernos españoles ante un trozo que la cultura de nuestro país tuvo fuera de nuestras fronteras peninsulares, algo que se nos antoja especialmente lamentable. Si el Estado Español no tiene nada previsto para mejorar las paupérrimas condiciones actuales del Teatro Cervantes mejor sería entonces deshacerse de él definitivamente, para sonrojo de muchos. Debemos entender que nuestro patrimonio, aunque esté fuera de nuestras fronteras, merece ser cuidado como reflejo de la preocupación y compromiso que a todo gobierno se le debe exigir en cuestiones relacionadas con el ámbito cultural. Y el Teatro Cervantes de Tánger, aunque algunos políticos aún no se hayan enterado, forma parte por derecho propio de ese patrimonio.