Con los tenues reflejos de una sobremesa silente
observo tu convicta silueta entre las aguas de una alberca de ilusiones,
con una celeste expresión abierta a mis deseos,
dispuesta al noble intercambio de suspiros,
de sacrificios que ennoblecen la mayor de tus virtudes;
halo dorado de azuladas resonancias,
delicada poesía de ideales superados.
Te acoplas a mis impulsos como una sencilla flor enamorada,
enarbolando tus pétalos a las aguas de mi rocío,
cálida, sensual, como la piel de tu amanecer;
nos embriagamos con la letanía de un destino atormentado
liberando los efluvios de una pasión irremediable.
Devoro tu naturaleza con las luces de la alborada,
gozando con los breves destellos que tus ojos emiten;
me abrazo a tus espaldas por los jardines del atardecer
soñando con el tacto más sublime que la inspiración me otorga;
te enriqueces, al anochecer, con la inflamada leyenda de mis ancestros,
llevándome entre tus anclas por mares de eternidad.
Y trasciendes sobre mis instintos
al descubrir en mi cuerpo el escondite de tu felicidad.
Accedes voluntariosa al reparto solidario de cariños
con humilde estampa de invocaciones místicas,
derramando tu pureza en mis manos adormecidas;
presiento tu mirada de doliente súplica
si el eco del furor no acompaña a mis caricias.
Te delatan los aires de la felicidad
por sentirte presa de mi vorágine;
me envuelves con tanto ahínco, con tanto amor
que hasta sufres por gozarme.