Bruno Walter

 Bruno Walter, hombre sensible y de una extraordinaria cultura 

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Para algunos directores de orquesta, la música es un orden de sonidos comprometidos únicamente con sus propias leyes; para otros maestros, la música es la expresión de una verdad metafísica y hasta cierto punto religiosa.

En este caso, el director acomete la obra dispuesto a encontrar un sentido oculto en las notas y la partitura aparece como la copia de un misterioso original sobre el que se cierne un esfuerzo interpretativo incapaz de alcanzar el ideal de la obra; tan sólo, un leve acercamiento.

Bruno Walter perteneció a esa clase de directores que nunca se consideraron meros artesanos de la música, como Karl Böhm, sino más bien como hombres espirituales, casi sacerdotales, en tanto que privilegiados transmisores de las extrañas fuerzas espirituales que, estando encerradas en la partitura, esperan ser despertadas.

 Bruno Walter, fue consciente de estos problemas. Precisamente por ser uno de los comprometidos con la belleza de la armonía, la música no sólo fue para él una pasión, sino además un foco de dolor. En efecto, Walter supo comprobar cómo la música y la ética, en ocasiones, no coincidían en sí mismos, en la misma manera que los oficiales de las SS se tomaban un descanso escuchando a Beethoven entre ejecución y ejecución. Al vivir las contradicciones se revela toda la tragedia de la vida del músico impulsado por el «ethos». En este aspecto, Walter se asemejó a Furtwängler, aunque su idealismo, más mental y dialéctico que académico, siempre le impulsó a interpretar la música como un asunto del corazón y del sentimiento. Si Furtwängler era un tipo de director nervioso, roto y que contenía ciertas facetas, llamémoslas, demoníacas, Bruno Walter resultaba más equilibrado cuando transformaba las tensiones musicales en imágenes de dolor y felicidad. Sus intenciones siempre estuvieron dirigidas hacia un entendimiento más profundo de los ideales musicales considerados como válidos. Frente a un Furtwängler que, a regañadientes, no dejó de colaborar con el Tercer Reich en un fracasado intento de salvación del arte para una sociedad políticamente contaminada, Walter evitó pasar esta prueba y conservó los exponentes de la burguesía culta alemana gracias a la emigración. Siempre resultó un extranjero en América.

¿Cuándo nació Bruno?

 Bruno Walter Schlesinger nació en Berlín el 3 de diciembre de 1876. Después de sus estudios en el Conservatorio Stern su temprana carrera se desarrolló de forma más que prometedora. Sus años de ópera en Colonia, Hamburgo, Breslau, Pressburg (Bratislava) y Riga le proporcionaron un rico y variado instrumental. En 1900, se encontraba ya sobre el podio de la Ópera Real de Berlín y un año más tarde fue contratado por Gustav Mahler como asistente de la Ópera Imperial de Viena. En esta época de Mahler, cuando la institución vienesa vivió posiblemente su capítulo más destacado, Walter, como mano derecha de Mahler, vivió uno de los episodios más inspirados y felices de su vida, logrando con su talento y comunicatividad que el trato con el siempre difícil Mahler estuviese exento de problemas.

Entre 1913 y 1922, Walter dirigió la Ópera de de Munich y, a partir de esta última fecha, destacó como uno de los mejores directores mozartianos en los Festivales de Salzburgo. A partir de 1924 dirigió como invitado representaciones operísticas alemanas en el Covent Garden de Londres, luego de haber participado en una dilatada gira por los EEUU. En 1925 regresó a Berlín para dirigir la Ópera Municipal (Städtischeoper) y, de este modo, fue el competidor ideal de Erich Kleiber en la Staatsoper, de Otto Klemperer en la Krolloper y de Wilhelm Furtwängler en la Berliner Philharmoniker. Al abandonar Furtwängler en 1929 el puesto de director del Gewandhaus de Leipzig, Bruno Walter, que hasta entonces casi únicamente había dirigido ópera, pasó a ocupar su vacante. En 1933 se le prohibió al judío Walter seguir trabajando en Alemania, por lo que emigró a Austria — tenía nacionalidad austríaca desde 1911 — hasta que Hitler materializó el Anschluss en 1938. Walter aceptó la ciudadanía francesa, aunque desde allí tardó poco en emigrar a los EEUU ante los precipitados acontecimientos derivados de la Segunda Guerra Mundial. Su nombre, ya consolidado internacionalmente por las muchas giras como invitado, era lo bastante eminente como para conseguir el puesto que le correspondía en el mundo musical norteamericano. Trabajó con las orquestas de Chicago, Los Ángeles y Nueva York, aunque su mayor colaboración fue con la Orquesta Sinfónica Columbia, con la que dejó grabada gran parte de su repertorio sinfónico en el entonces novedoso formato estereofónico.

Durante los últimos años de la guerra, y también en la temporada 1956-57, estuvo ligado con el Metropolitan. A partir de 1948, Walter viajó con frecuencia a Europa y dirigió como invitado, con gran éxito, en los Festivales de Salzburgo y Edimburgo, aparte de sus magistrales actuaciones en Viena y Munich. Pero Walter nunca se reinstaló definitivamente en Europa. Murió el 17 de febrero de 1962 en Beverly Hills como consecuencia de un fatal ataque al corazón.

 Bruno Walter no se dejó fascinar por las premoniciones y los reflejos artísticos de la catástrofe que dominó el siglo XX. No fue un músico precisamente de la decadencia y el modernismo, pese a sus esfuerzos, apenas ocupó un lugar en su imagen del mundo. Schubert, Bruckner y especialmente Brahms, ocuparon lugares privilegiados en su repertorio (Walter fue, de largo, el mejor intérprete sinfónico de Brahms. Este arranque de la Primera es verdaderamente insuperable, algo prodigioso). De Beethoven le inspiraron menos las fogosas sinfonías impares que las pares, de clara orientación clásica. Asombroso resultó que Mahler fuese un músico predilecto para Walter, quien en sus interpretaciones dejaba de lado cualquier pretensión neurótica o de pura exhibición orquestal. Walter conservaba el dramatismo de cada detalle de tal modo que a través de todas las voces del entramado mahleriano siempre se podía escuchar una individualmente, la del compositor necesitado de expresarse.

Cosmos musical de Bruno Walter

Este se encontró en Mozart. Si en aquellos tiempos se pudo calificar a Furtwängler como «el director de Beethoven», es indudable que entonces Walter fue «el director de Mozart». Walter reflexionó en sus memorias — Tema y variaciones — y en muchos ensayos el hecho de que para un intérprete no puede existir de forma duradera un acceso ingenuo a la música. Tras una inicial facilidad y naturalidad en el trato con las obras, siempre aparecerán períodos de incertidumbre, de crisis. De ellos saldría el músico con una comprensión nueva, más profundizada y madurada, y de este modo la música se convierte en una propiedad que es necesario adquirir una y otra vez. Cuanto más importantes son las composiciones, tanto más cambia en diversos procesos de maduración la postura frente a ellas. Bajo estos signos vio Walter su perpetua dedicación a Mozart, un compositor cercano al ideal que se había marcado Walter durante toda su vida. Pero Walter siempre se consideró como un continuo aprendiz de Mozart y nunca como un músico metódico y experimental. Pese a que en sus interpretaciones mozartianas se pueden encontrar formaciones orquestales «demasiado» grandes, Walter lograba siempre una dirección fluida, cercana a la música de cámara y liberada del rubato exagerado. El relajamiento y la espiritualidad del estilo mozartiano de Walter no resultaba ingrávido, etéreo y relajadamente elegante; más bien, poseía la seriedad y la grandeza de un clasicismo tocado por el dolor de la tragedia. No en vano, dirigió sus preferencias hacia la Sinfonía 40, tan rica en sombras y penumbras.

 En la musicalidad de Bruno Walter se desprende la felicidad del impulso de comunicación humano y artístico. Tal vez, esté un poco lejos de nosotros como un fenómeno perteneciente a la historia de la interpretación. Pero, por otra parte, Bruno Walter tuvo algo que nos llega de modo directo e inmediato y que no se pierde con facilidad desde la distancia histórica. Si yo hubiese sido director de orquesta, me habría gustado ser como Bruno Walter, sin duda.