Junto con Policleto y Fidias, Mirón de Eleuteras forma parte de esa mágica tríada de escultores que elevaron la cota artística del siglo V a.C. en la Grecia clásica a la categoría de sublime. Gracias a ellos, la escultura (El Discóbolo de Mirón)se convirtió en la expresión artística más perfecta del arte griego. La variedad de los temas tratados y la atinada conjunción de dioses con héroes y seres mortales en las distintas composiciones sirvieron para fijar prototipos y repertorios que, sin duda alguna, pueden calificarse como de inmortales en el desarrollo posterior del arte. Mirón, el más anciano del famoso trío de escultores, procedía de Eleuteras, localidad situada entre el Ática y Beocia.
Donde esta el Discóbolo de Mirón
Indice de contenido
Instalado en Atenas desde mediados de siglo, cultivó exclusivamente la escultura en bronce y siguió muy de cerca las enseñanzas de su maestro Hageladas. Como escultor fascinado por el movimiento, su fama como cincelador de animales, dioses y atletas traspasó las fronteras de la propia Atenas. A Mirón sólo le interesa el momento crítico de ese movimiento antes señalado y su reflejo en la anatomía, en la actitud y en las texturas de los ropajes. Por contra, descuida las expresiones del rostro — fue muy criticado por ello en su época — y se revela, en cierta medida, como un continuador de recursos un tanto arcaizantes.
¿Quién creo el discóbolo?
La creación más famosa de Mirón de Eleuteras, sin duda, fue el Discóbolo o lanzador de disco, conocido a través de numerosas copias romanas que actualmente se encuentran en numerosos museos (Museo Nacional Romano, Gliptoteca de Munich, Museo Británico — con la posición incorrecta de la cabeza debido a una mala interpretación durante el proceso de restauración — Jardín Botánico de Copenhague, etc.).
Para representar esta figura, Mirón escogió el momento de mayor tensión, esto es, cuando el atleta balancea el disco y se dispone a dar una vuelta completa girando sobre sí mismo. Todo el cuerpo se encuentra, de esta manera, inclinado hacia adelante en un intento de reproducir el impulso previo al lanzamiento.
Se piensa que es una obra de juventud, ya que la obra presenta rasgos propios de la estatuaria de comienzos de siglo V a.C. La mano izquierda parece rozar sobre la rodilla, moviéndola como hacen los atletas modernos, que dan una o dos vueltas antes de arrojar el disco.
La cabeza del Discóbolo aparece cubierta por rizos de escaso relieve, con cortos cabellos que, a diferencia de los convencionalismos de la realización en bronce, no forman bucles. La mirada del atleta se dirige hacia atrás, hacia el disco que va a lanzar con la diestra, concentrando toda la atención sobre el objeto.
Como ya hemos comentado, la obra despertó la admiración de los antiguos, como Luciano, quien consideró que la escultura era una obra maestra en todos los conceptos. Sin embargo, y contrariamente, Quintiliano se mofó de la misma aludiendo a su carácter del todo artificial. Sea como fuere, Mirón nunca fue superado por los escultores superiores en habilidad para expresar el movimiento. Rompió con los antiguos esquemas y resolvió el problema de hacer saltar, mover y correr a sus personajes.
Donde se encuentra el Discóbolo original
Puedes contemplar esta obra en el museo de las Termas de Roma.
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Y comenzó con Mirón la polémica -presente todavía entre algunos extemporáneos del difícil gremio de las artes visuales- en torno a qué arte (qué tekné) era más noble: la escultura o la pintura. Parece ser que poco antes de la época de Pericles, el célebre pintor Polignoto pintaba grandes escenas en muros del descenso al Hades de Orfeo, sin embargo por la misma naturaleza del material (pigmentos y adherentes: rudimentos de lo que conocemos hoy como la tecnica del encausto) estas obras han desaparecido. Todas las obras artísticas son perennes pero las obras escultóricas cinceladas en mármol de Paros han resistido los embates del tiempo y de los saqueos, obviamente, con con menor dificultad que la pintura siempre inestable en sus materiales. Del celebérrimo pintor Zeuxis y del ya citado Polignoto sólo tenemos descripciones: las de Plinio el Joven y las de Pausanias son paradigmáticas y también reseñan algunas discusiones en torno a si Mirón o Zeuxis, si Policleto o Polignoto. Algo parecido sucedía, recordémoslo, en La Poética de Aristóteles, donde muestra su completa desazón por no encontrar poetas que fueran suficientemente capaces de escribir tanto tragedias como comedias: fue necesaria la llegada de Shakespeare, 19 siglos más tarde, que fue tan buen trágico como excelente comediógrafo; del mismo modo, fue necesaria la llegada de Michelangelo para demostrar que ambos medios, escultura y pintura, pueden converger genialmente en un mismo artista. Entre la escultura y pintura, la polémica se atizó y quizá seguirá atizándose como se atiza entre intérpretes del piano e intérpretes guitarristas: eternos perros y gatos orgullosos de sus medios.
Muy disfrutable entrada, Leiter.
Te abrazo.
Yo creo que fue realmente Lisipo quien conjuntó de una manera extraordinaria la escultura con la pintura, al menos, desde un plano compositivo.
Polignoto, Parrasio, Zeuxis y Apeles… ¡Todavía me acuerdo de este cuarteto de pintores griegos que los escolapios me obligaban a aprender de memoria!
Como bien dices, Otto, qué lástima que de la pintura sólo nos hayan llegado referencias descriptivas.
Un abrazo, amigo
LEITER
Maravillosa escultura. Elegante, honda.
De momento, querido Leiter, veo que compartimos gustos en lo que a escultura se refiere, así que disfruto especialmente de tus entradas.
besos
El Discóbolo no es simplemente un bella obra de arte que ha atravesado el océano de los tiempos, para ser admirada en los fríos salones de un Museo. Esta bellísima imagen es una evocación del prototipo de la perfección y la belleza (el ideal griego) en la figura de un atleta quien es sí mismo, una alabanza a los Dioses antiguos que se representan en todo su esplendor a través de este ideal.
Toda una idea subyace en él. Su figura, perfecta representación del número áureo al que aspiraban las mentes elevadas, capta el momento en que una sóla acción se permite ser una vía de comunicación con el Olimpo. Es una gloria inefable, objetivo primordial que los hombres de entonces llevaban en su mente y su corazón, como el fuego de Vesta que nunca se extingue.
Qué nos trae a la mente El Discóbolo? Los Juegos Olímpicos, por supuesto. Sin embargo, los Juegos de la Antiguedad, la cita de los mejores, de una Aristocracia muy mística, que en la práctica de los deportes, buscaban más que el mero placer de obtener una precea dorada o un reconocimiento de los habitantes de la Polis; era el acto de comunión con Zeus, el que porta la Égida, el Padre de los Dioses. Los Antiguos Juegos Olímpicos fueron instaurados en alabanza y para agrado del Señor del Trueno y el Rayo, que habita en los dorados salones del augusto Olimpo. Y llama era el símbolo de ese noble proceder, una llama que ardía como muestra de los valores presentes en cada uno de los competidores.
Sublime.
Una concepción tal, ya se ha perdido en nuestros días.
Eso es El Discóbolo.
Er kommen aus Olympus.
Un gran abrazo Leiter.
El gran fiasco de los modernos Juegos Olímpicos es que su celebración cada cuatro años no conlleva la paralización absoluta de cualquier conflicto bélico, como antaño.
Entre eso y la maleabilidad de ciertos integrantes del COI, dispuestos a venderse al mejor postor para decidir su voto, los Juegos Olímpicos carecen para mí de cualquier valor con independencia del estrictamente deportivo.
Es que en nuestros días, la filosofía clásica ha sido sustituida por los reality-shows. Así nos va.
Un abrazo, amigos
OH! Mis respetos Leiter: qué frase esta última de la filosofía clásica frente al show…
Cuánta razón tienes. Y lo has dicho simple y bien resumido.
Saludos.