* Óleo sobre lienzo
* 210 x 533 Cms
* Realizado en 1547
* Ubicado en el Museo del Prado
A Jacopo Robusti, más conocido como Tintoretto, le tocó asumir — al contrario que a Tiziano — la incertidumbre e inquietud de una Venecia antaño fortalecida en la mente de Italia y ahora amenazada por la flota turca y una hambruna inimaginable años atrás. La dilatada actividad de Tintoretto y sus continuos tanteos artísticos nos dejan entrever en su obra la tremenda conmoción histórica que sacudirá la península italiana cuando quede abierto el conflicto entre Reforma y Contrarreforma. Por ello, este contenido histórico precipitó la inclinación de Tintoretto hacia todo lo que fuese novedad o radicalismo, no ya inventando un nuevo procedimiento, sino más bien apropiándose del vocabulario de los manieristas en el que, por medio de los grabados llegados de Roma a Venecia, el artista encontró los elementos necesarios para expresar sus primeras inquietudes artísticas. Pese a esta circunstancia, existe también en Tintoretto una fuerte influencia miguelangelesca desde sus comienzos, lo cual evidencia un más que probable viaje a Roma y quizá a Florencia en su primera etapa de actividad.
Ciertamente, Tintoretto funde como ningún otro pintor las notas de su enérgico miguelangelismo con los elementos tomados de los manieristas, todo ello interpretado con extraordinaria originalidad. De esta manera, el manierismo adoptado por Tintoretto desde fechas tempranas está en relación dialéctica con el cromatismo cuyo sentido ya había sido demostrado por Tiziano, con lo que sus obras pueden aún enmarcarse en el ámbito veneciano por la riqueza del color y de superficies. Pero Tintoretto va a avanzar y profundizar en las posibilidades que le ofrecen los pintores manieristas, adoptando consecuentemente un método tan brillante como arbitrario. De esta manera, el color va a ser mágicamente expresado con una dimensión poética a la que se llega mediante recursos ópticos también muy originales. Sin embargo, esta primera fase da paso a un comportamiento mucho más moderado que le conecta directamente con el clasicismo veneciano. Ello no implica que el pintor haya desistido en la búsqueda de insólitos efectos, sino supone que la obra de Tintoretto va a aparecer dominada por la preocupación de inventar y desarrollar artificios estéticos, pero desde una concepción absolutamente intelectual. Así, Tintoretto transforma la solución anteriormente dada a la estructuración perspectiva del espacio otorgando al mismo una vida agitada y excéntrica, paralela a la de sus figuras, mediante el empleo del dibujo y el color. El Lavatorio, cuadro que hoy comentamos, es una de las mejores pruebas de lo anteriormente expuesto.
Con el paso de los años, Tintoretto aumentó no sólo la gama y maestría de sus recursos pictóricos, sino la propia estructura compositiva, vivificada con actitudes llenas de originalidad: Espacios profundos, intensa y casi dramática perspectiva iluminado por claroscuros del todo extravagantes, y continua subordinación del color a la luz, quedando reducido aquel a un mero esquema de pálidas irradiaciones. A partir de ahora, la luz va asumir el completo protagonismo de su obra, sobre todo en la decoración de la Scuola de San Roco; una luz nocturna con la que Tintoretto quiso representar, seguramente, las crisis que le tocó vivir, traduciendo con ello en su pintura las incertidumbres y las dudas que el mundo le ofrecía como modelo.
El Lavatorio corresponde a una época en la que Tintoretto se aproximó a Andrea Schiavone, un pintor más joven que él y que ya se había abierto camino dentro de la pintura. Es una fase en la que Tintoretto dispone sus figuras con acusado movimiento dentro de un marco de estructuras arquitectónicas, reflejo del interés del artista por los temas narrativos y la vivacidad cromática asimilada de Schiavone. En El Lavatorio, Tintoretto va a separar el esquema manierista de la superficie, enlazando sus sinuosidades con las formas que distribuye en el espacio. Dichas formas se adentran en la perspectiva, enlazando cada una de ellas con la anterior y formando una silueta continua que parece controlada por cierto impulso rítmico. Pintado para el presbiterio de San Marcuola en Venecia, el cuadro fue comprado por Felipe IV al rey de Inglaterra y colgado en El Escorial. Posteriormente pasó a su actual emplazamiento en el Museo del Prado. Su compleja disposición espacial, en función de una visión lateral desarrollada en profundidad con secuencias de zonas luminosas y sombreadas, se apoya en un audaz y complicado montaje escénico con detalladas arquitecturas como fondo. La disposición en abanico de los personajes, caracterizados de forma vigorosa y realista, se completa por el enlace e intersección de los mismos, según se adentren en la perspectiva, formando así una silueta continua controlada según el impulso rítmico impuesto. Los esquemas cromáticos, fruto de un estudio cuidadosamente elaborado, parecen el producto de un diseño netamente florentino. Toda la conjunción de estos elementos — complejidad espacial, estudio del color, alternancia de zonas luminosas con sombreadas, inserción de los personajes en un gran aparato escénico — se nos presenta como una genial solución para resolver la composición en un lienzo de grandes proporciones como este. Pero además, podríamos afirmar sin reservas que Tintoretto utiliza un componente, llamémosle «abstracto», y que no es otro que la estilización de la maniera, evitando que se repriman las formas en aras de un preciosismo estéril, y otorgando a la composición un rebosante vigor y energía. En El Lavatorio, todas las figuras tienen su propio valor independiente. Su colocación ha sido cuidadosamente elaborada hasta conseguir un conjunto de gran efecto visual, dotado además de una cierta y serena melancolía. He de reconocer que esta pintura resulta algo compleja de analizar, pero ello no justifica de ninguna manera que numerosos visitantes que acuden al Museo del Prado pasen casi de puntillas por ella. En mi humilde opinión, el cuadro ganaría muchos enteros si se colgase en un fondo adecuado y no en el lateral del pasillo donde a día de hoy se encuentra ubicado.
Sigo adentrándome en los archivos de este Bar de copas y realmente tu universalismo me deja gratamente impresionado. Una de mis más grandes inclinaciones es precisamente la pintura del Tintoretto que analizas muy cabalmente. Me parece que aciertas cuando describes el procedimiento compositivo de Robusti como un «estructuración perspectiva del espacio» que otorga al cuadro «una vida agitada y excéntrica». Jacopo Robusti es un pintor de una fuerza insólita, excéntrica, estrambótica. Tengo para mí que se trata de una pintura tan activa que resulta un verdadero laboratorio de experimentación visual. Pienso, por ejemplo, en el agitadísimo ciclo de pinturas de la Scuola Grande de San Rocco (que citas en tu entrada) donde ninguna pintura repite la formulación y la estructuración de la contigüa: cada uno de los enormes lienzos es un universo independiente con sus propias leyes. Recuerdo haber visto un catálogo completo de sus pinturas navales y de temas bélicos y se trata de una auténtica efervescencia plástica incluso un poco difícil de ver: se trata en mi opinión, de una ratio dificilis que requiere un ojo iniciado o por lo menos, un ojo espiritualmente agitado. Tintoretto-el rayo, como lo llamó Jean Paul Sartre en su brillante ensayo, pide de su espectador una recíproca agitación. No hay espacio para Apolo en este aquelarre de vectores y de tensiones ¿y qué más tensión (pictórica y conceptual) que expulsar del centro de la composición a Cristo, llevarlo al extremo derecho de la composición y colocar en su lugar a un noble perrito que observa al desplazado?
Salud, Leiter. Un abrazo