* Nacido el 3 de febrero de 1809 en Hamburgo
* Fallecido el 4 de noviembre de 1847 en Leipzig
Hijo de un acaudalado banquero, nieto de un importantísimo filósofo teórico del judaísmo — Moses Mendelssohn — e hijo de una madre muy culta (Hija también de un banquero, para variar), el pequeño Félix fue educado en la tradición humanística liberal de una familia reconvertida al cristianismo protestante, aunque el músico siempre estuvo orgulloso de sus orígenes judíos. Junto con su hermana mayor, Fanny, recibió una disciplina espartana que no permitía ni un momento de ociosidad y que no sólo abarcaba la música, sino también el resto de materias humanísticas. Su madre y su hermana le dan sus primeras clases musicales y Félix demuestra un talento innato para la misma, siendo capaz de tocar de memoria y perfectamente los 24 Preludios y fugas de Bach con tan solo 11 años. Tras una temporada en París, en donde Félix recibió clases de los mejores pianistas, la familia se instala en Berlín, ciudad en donde el joven músico aprende, además de unos amplios conocimientos de latín y griego, el violín y la viola… Gracias a su profesor Carl Zelter, en Félix empieza a despertar una verdadera admiración por la obra de un casi desconocido Johann Sebastian Bach, circunstancia que a la postre sería decisiva en el desarrollo de la historia de la música. Como toda aquella formación no parecía ser suficiente — aunque también Zelter le enseña teoría de la música y composición — su padre decide que reciba también clases de dibujo y pintura, modalidad artística en la que Mendelssohn también destacó, revelándose como un excelente acuarelista.
En 1820 da a conocer a su familia una primera obra escénica, Amores de soldado, a la que siguió Los dos preceptores. Un año más tarde es introducido, por mediación de Zelter, en la casa de Goethe en Weimar donde conoce también a Hummel, un músico muy en boga en aquel momento y cuya influencia en Mendelssohn será del todo decisiva. De vuelta a Berlín, y para celebrar su decimoquinto cumpleaños, estrena la obra Los dos sobrinos con el conjunto instrumental que el padre disponía en su propia casa. En 1825, ante tales progresos, su padre decide no poner impedimento alguno para que el chico se dedique a la carrera musical — algo verdaderamente excepcional en una familia de banqueros — y le envía de nuevo a París, una ciudad cuyo ambiente no acabó de gustarle mucho, por lo que pronto decide regresar a Berlín. Allí vuelve a visitar a Goethe y éste, tan contento, le dedica unos versos. Fue en esa misma época cuando el padre decide comprarse una mansión idílica, con lujosos salones y bellos jardines, en donde Mendelssohn estrena sus primeras obras maestras, como el Octeto, Op. 20. Dos años más tarde, en 1827, estrena en Polonia la Obertura de El Sueño de una Noche de Verano y el Concierto para dos pianos y orquesta. Paralelamente, sigue con sus estudios en la Universidad de Berlín, añadiendo a su vasta formación unos extensos cursos de estética, geografía e historia. Pero el chico no para: En la Academia de Canto se inicia en instrumentación y conducción de voces, consagrándose además en el estudio de La Pasión según San Mateo de Bach. Así, el 11 de marzo de 1829, se celebró en la Singakademie el retorno a la vida de esta obra maestra, siendo dirigido todo el conjunto instrumental y vocal por un precoz y milagroso Félix Mendelssohn.
Tras el éxito de aquel reestreno, su padre le concedió un tiempo para viajar que se concretó nada menos que en tres años. Inglaterra fue la primera parada del periplo, visitando también Escocia, que le inspira para componer la Sinfonía Escocesa y la Obertura de las Hébridas. Después de un breve retorno para pasar las navidades en Berlín con su familia y luego de rechazar una cátedra de música en la Universidad de Berlín, Mendelssohn parte para Italia, donde visita Venecia, Florencia y Roma. Allí conoce a Berlioz, quién se queda del todo alucinado con las capacidades musicales del joven Félix. Aunque, por el contrario, parece que el sentimiento no fue recíproco. (De cualquier manera, Mendelssohn invitó años más tarde al francés para que dirigiera su Fantástica en el Gewandhaus). Tras recorrer Nápoles, Pompeya, Génova y Milán, Mendelssohn parte para Suiza y después para Munich, donde aprovecha para estrenar su Concierto para piano en sol menor. Luego se instala seis meses en París, en donde además de conocer a Chopin, tuvo la oportunidad de enseñar su Concierto para piano a Liszt quien, derrochando genialidad, lo toca perfectamente ¡A primera vista!, provocando el entusiasmo de Mendelssohn. El largo periplo concluye en Londres, en donde dio un recital de órgano que supuso un importante punto de partida para la moderna historia de este instrumento.
Puede decirse que, con su regreso a Berlín en 1823, los años de aprendizaje de Mendelssohn habían acabado. Después de ser sorprendentemente rechazado para dirigir la Singakademie y de hacerse cargo del Festival de Renania de Düsserldorf, se dedicó de lleno a la actividad musical del Gewandhaus de Leipzig, no sin antes ser nombrado miembro de la Academia de Artes de Berlín, algo insólito en un artista de su joven edad. Puede asegurarse que Mendelssohn, por los testimonios de la época, es el primer gran director de orquesta del Romanticismo, sentando las bases de la moderna escuela de dirección. En 1835 falleció su padre y el artista cae en una profunda depresión que se ve mitigada por su flechazo amoroso con Cécile Jeanrenaud, hija de un pastor protestante, con quién terminaría casándose en 1838, siendo su unión muy dichosa y feliz. Su etapa en el Gewandhaus fue extraordinaria, estrenando muchas obras contemporáneas — aunque Berlioz le reprochó «amar excesivamente a los muertos» — y creando un novedoso sistema de conciertos históricos para abonados donde se interpretaban obras antiguas caídas en desuso. (Volvió a ofrecer completa La Pasión según San Mateo de Bach). Por lo tanto, podemos afirmar sin ningún género de duda que su labor fue fundamental en la historia de la música. Por todo ello, en marzo de 1838 es nombrado Doctor Honoris Causa por la Universidad de Leipzig.
A partir de 1840 y a petición de Friedrich Wilhelm IV de Prusia, Mendelssohn alterna su labor en el Gewandhaus de Leipzig con un nuevo cargo en Berlín, lo que conllevó que viajara con frecuencia a la capital brandemburguesa y que, a instancias del monarca, compusiera música religiosa. En 1842 el rey le propone el cargo de director de música religiosa de Prusia y, como contrapartida, Félix solicita total libertad de movimientos y la posibilidad de seguir residiendo en Leipzig, ya que la vida de Berlín no le gustaba. El compositor aprovechó este período de libertad para consolidar el viejo proyecto de levantar un conservatorio musical en Leipzig, circunstancia que vio la luz en abril de 1843, con profesores de la talla del propio Mendelssohn y Schumann. En muy poco tiempo, el Conservatorio se convirtió en el centro de formación musical más importante de Alemania, procediendo sus alumnos de todos los rincones de Europa.
Entre 1844 y 1846, Mendelssohn realizó dos breves viajes a Inglaterra en donde, gracias a sus modos y habilidades para dirigir una orquesta, pudo rescatar a la Philharmonia de la difícil situación económica que por entonces atravesaba (Desde luego, lo de este hombre no tenía desperdicio). Su prestigio era inmenso, siendo unánimemente considerado como el mejor compositor germano de la época y teniendo una influencia incuestionable en el panorama musical europeo. De esta forma, aprovechó también para estrenar en Londres su oratorio Elías. Pero tanta incesante actividad tenía que pasarle factura tarde o temprano y así, a su regreso a Leipzig en 1847, el médico le recomendó abandonar las tareas menos importantes, entre ellas, la de concertista de piano. Aunque lo peor ocurrió en mayo del mismo año, cuando su hermana Fanny falleció a causa de una embolia cerebral. Fue un durísimo golpe del que Félix ya no se recuperó, provocándole la luctuosa noticia hasta un síncope. Renunció entonces a la dirección de los conciertos de la Gewandhaus, limitándose en exclusiva a supervisar los exámenes del conservatorio. Físicamente derrotado, aún tuvo fuerzas como para componer alguna obra más. Finalmente, tras una etapa donde se repitieron unos fuertes dolores de cabeza que le provocaban desvanecimientos, falleció en Leipzig el 4 de noviembre de 1847, a los 38 años de edad.
La música de Mendelssohn, sobre todo la escrita entre los diez y los treinta años, es inspirada y está repleta del mismo entusiasmo que la de Schubert, haciendo gala de una extraordinaria destreza sonora. Le gustaban más las formas disciplinadas del siglo XVIII que las exploraciones expresivas a las que se dedicaron los románticos. Su música es sinónimo de buen gusto y encanto, además de poseer una extraordinaria capacidad para levantar el espíritu. En sus últimos y ajetreados años, sus composiciones perdieron parte de su temprana frescura. Su aportación a la historia de la música, en su calidad de intérprete y gestor, es fundamental y decisiva.
OBRAS
– 5 Sinfonías, destacando la nº3, escocesa, y la nº4, Italiana
– 6 Oberturas, destacando El Sueño de una Noche de Verano, la Gruta del Fingal y Mar en Calma y Viaje Feliz
– 12 Sinfonías cortas para cuerda
– 3 Conciertos para piano
– 2 Conciertos para violín, destacando el nº2, Op. 64
– Un Concierto para dos pianos
– Obras breves para solista y orquesta
– Una Ópera
– Música incidental, destacando El Sueño de una Noche de Verano
– 6 Obras extensas para coro y orquesta, destacando el oratorio Elías
– 6 Cuartetos de cuerda
– 2 Cuartetos con piano
– 2 Quintetos de cuerda
– Sexteto y Octeto
– 2 Sonatas para violín
– 2 Tríos para violín, piano y violoncelo
– 3 Sonatas para piano
– 6 Sonatas para órgano
– 25 Obras para teclado, destacando Romanza sin Palabras
– 55 Canciones para coro
– 68 Canciones para voz sola
Grandísimo post, para variar.
Hace unos días escuché en Radio Clásica que la idea de «El sueño de una noche de Verano» le vino a Félix en el transcurso de una de las reuniones literarias que se celebraban con cierta frecuencia en la nueva mansión de los Mendelssohn. A esas veladas acudía, al parecer, la flor y nata de la sociedad alemana. Y se leía, entre otros, al gran Shakespeare.
En cuanto al personaje en sí, yo creo que Mendelssohn era hipersensible, lo que le hacía sufrir muchísimo. Por otra parte, se ve que era un tipo muy influido por el ambiente romántico de su época (para algo era amigo de Goethe), todo lo cual se trasluce lógicamente en su obra. Por otra parte, era un erudito, para mí quisiera yo esa formación. Y efectivamente su música es expresión de buen gusto (hace un par de años escuché la obertura de «La Gruta de Fingal» en el teatro Guerra de Lorca y me fascinó).
A mí me parece uno de los más grandes, justo detrás de los tres monstruos, y compartiendo la categoría de plata, es un decir, con Schubert, Brahms, Wagner o Haendel.
Para colmo, fue quien rescató a Bach. Su aportación es impagable.
Un abrazo.
Gracias por tu comentario, Ángel.
A mi, particularmemte, Mendelssohn me encanta. Pero estoy obsesionado con una partitura suya — no el famoso Concierto para violín o la Sinfonía italiana — sino la Obertura de El Sueño de una noche de Verano. Si realmente la compuso a esa edad tan precoz, es algo realmente prodigioso.
Por cierto, observo con rubor que de los compositores mencionados en tu «categoria» de plata no hemos aún hablado en GALERÍA DE MÚSICOS. Prometo solventar ese defecto antes del corte veraniego. Mucho trabajo me espera…
Un abrazo, Ángel