Las bodas de Fígaro argumento resumido
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Las bodas de Fígaro fue una ópera ideada como una continuación de El barbero de Sevilla de Paisiello, de igual forma en que los dos textos de Beaumarchais en los que ambos compositores se basan constituyen dos partes de una misma historia. La ópera de Paisiello cosechó tal éxito histórico en su presentación vienesa, hecho ocurrido en 1784, que el propio emperador José II instigó al compositor italiano para que crease una nueva ópera para la ciudad de Viena.
Fruto de este encargo, Paisiello compuso Il re Teodoro in Venezia, una ópera que también obtuvo un rotundo éxito en Viena en el mismo año de 1784. Mozart no dejó escapar la oportunidad que se le ofrecía de componer una continuación de El barbero de Sevilla y junto con el libretista Lorenzo da Ponte planificó una verdadera obra maestra de una radical modernidad para su tiempo. Hasta el momento, no sabemos cuánto hay del propio Mozart en la elaboración del libreto pero de lo que sí tenemos relativa constancia es que ambos, Mozart y Da Ponte, perseguían un sonado triunfo. Además, Mozart y Da Ponte encontraron en la historia de Beaumarchais un vehículo perfecto para la propagación de ciertos ideales morales.
La obra se estrena con enorme éxito en el Burgtheater de Viena el 1 de mayo de 1786.
Las bodas de Fígaro es una obra maestra inmarchitable que oculta, tras una apariencia engañosa, bombas cargadas de feliz fuerza moral y alegre mensaje social, aspectos en los que Mozart era un verdadero especialista. Las deudas contraídas por Mozart con la mencionada obra de Paisiello deben ser tomadas única y exclusivamente como juegos o guiños de un compositor que en absoluto pretende mirar hacia atrás y que, con su especial y propia retórica, constituye un valiente alarde de inventiva.
Mozart resulta tan genuinamente genial que cuando recurre a fórmulas un tanto retrógradas lo hace para atribuirlas a los personajes nobiliarios — el conde o la condesa — y así insistir en la naturaleza obsoleta de dicha condición social. El procedimiento contrario es utilizado cuando retrata a personajes de extracción plebeya — Fígaro o Susana — los cuales deben a menudo sus estructuras formales y líneas melódicas a técnicas más próximas a la música popular. Personajes mixtos, como Cherubino, suponen un acicate para el ingenio mozartiano a la hora de mezclar simbolismos y mecanismos musicales.
Producto del más elevado Clasicismo, la prodigiosa ópera mozartiana nace, se desarrolla y finaliza en los esquemas de la más intelectual forma sonata, sucumbiendo a los principios de una unidad tonal sometida a múltiples variantes (Re mayor). Estas formulaciones musicales encuentran significado en los condicionantes dramáticos de cada personaje aunque quizás nos pueda cegar el espejismo de una aparente sencillez exterior que no refleja sino una complejidad ardua y muy elaborada. Particularmente atractivo resulta el trato dado por Mozart a los timbres orquestales, transformándose según crece la materia dramática y ejerciendo, en ocasiones, de verdadera voz interior de los personajes. Un ejemplo de ello es el portentoso papel otorgado por Mozart a la sección de maderas dulcemente gobernadas por el clarinete, el instrumento predilecto del compositor.
En opinión unánime de la crítica musical, Las bodas de Fígaro es una de las pocas, grandes y auténticas obras maestras del teatro lírico de todos los tiempos, de la música en sí misma y del arte en su dimensión más profunda y pura. Para que esta obra portentosa surta todo su efecto se ha de contar, aparte de un elenco de voces que conozca a la perfección el estilo belcantista dieciochesco, con un director de escena que sepa plasmar con toda claridad y sin ninguna pretenciosidad ideológica todos los hilos del enredo, de modo que antes que cualquier otra cosa parezcan lógicas y espontáneas las acciones de unos personajes que, por encima de cualquier otra consideración, son seres humanos desde el momento en que se alza el telón.
* Comedia en cuatro actos
* Libreto de Lorenzo da Ponte basado en la obra teatral Le marriage de Figaro de Beaumarchais
* Estrenada en Viena el 1 de mayo de 1786
* Lugar de la acción: Pasaje campestre cercano a Sevilla en el siglo XVIII
Personajes
- CONDE ALMAVIVA – Barítono
- FÍGARO, su sirviente – Barítono bajo
- CHERUBINO, paje de la condesa – Mezzosoprano
- DON BARTOLO, médico – Bajo bufo
- ANTONIO, jardinero – Tenor ligero
- CURCIO, juez – Tenor
- CONDESA ALMAVIVA – Soprano lírica
- SUSANA, su criada – Soprano ligera
- MARCELINA, gobernanta – Contralto
- BARBARINA, sobrina de Antonio – Soprano o mezzosoprano
- DON BASILIO, profesor de música – Tenor ligero
Las bodas de Fígaro argumento
Por imposibilidad, enlazamos distintas versiones interpretativas aun siguiendo la trama argumental
ACTO I
Habitación del palacio del conde. Tras la obertura, la escena muestra a Fígaro rogando a su prometida, Susana, que se pruebe el sombrero que habrá de llevar el día de su boda. El hombre explica que ese será su aposento de casados, mas Susana le pide que se niegue a aceptarlo ya que, si bien ella puede acudir a la condesa a toda prisa, también puede llegar con igual prisa el conde cuando la desee. Luego le cuenta que el conde pretende ejercer el derecho de pernada a pesar de que este sospechoso derecho ya está abolido. Cuando se escucha la campanilla de la condesa, Susana sale y Fígaro se da cuenta del motivo que anima al conde para tratarlo tan bien, prometiéndole tantas cosas, aunque en su interior jura que no se saldrá con la suya. Para ello aplicará la astucia. Cuando se marcha, aparecen Marcelina y don Bartolo, quienes maquinan una trama para que Fígaro se case con la primera ya que todavía no le ha pagado un dinero que le debe. Para ello, el médico se va a encargar de que todo sea de acuerdo con lo que marcan las leyes. Además, así se vengará, con la ayuda de Fígaro, de cuando el conde se hizo con su sobrina, la actual condesa. Sale Bartolo por una puerta y Susana entra por otra, tropezándose con Marcelina. Ambas entonan un dúo en el que se ceden el paso mientras revientan de rabia. Cuando Susana por fin se queda sola, aparece Cherubino y le suplica que hable con el conde para que le vuelva a nombrar paje de la señora, ya que fue descubierto con Barbarina en una situación harto comprometida. Ello es debido a que, dada su corta edad, ama a todas las mujeres y no sabe por cuál decidirse. Entonces, le da una canción a Susana para que se la entregue a la condesa. Al oír que alguien se acerca, se esconde detrás de una butaca y descubre que quien aparece es el propio conde que viene a hablarle de amor a Susana. Cuando escucha la voz de Basilio detrás de una puerta — ya que también quiere entrar — intenta esconderse tras la misma butaca. Cherubino corre sin ser descubierto y se acurruca en la butaca. Susana lo cubre con una bata en el momento en que entra Basilio en busca del conde. En la conversación sale a relucir Cherubino, quien según el profesor de música mira a todas las mujeres de modo descarado, incluida la condesa. Entonces, el conde sale de su escondite y estalla de rabia. Es cuando los tres entonan un trío para expresar sus reacciones ante la situación que están viviendo. El conde quiere largar a Cherubino ante los intentos de justificación por parte de Susana y Basilio. Entonces el conde cuenta como lo descubrió con Barbarina y con la consiguiente gesticulación arrebata la bata que ocultaba al paje acurrucado en la butaca. Cherubino, avergonzado, se intenta disculpar arguyendo que ha hecho todo lo posible por no oír nada. De pronto aparece Fígaro con un grupo de campesinos que cantan en agradecimiento al conde por la abolición del derecho de pernada. Ante tal enredo, el conde opta por quitarse de en medio a Cherubino y decide enviarlo a un regimiento de soldados bajo su mando. Es entonces cuando Fígaro le instruye sobre las artes militares en una de las mejores arias de toda la historia de la ópera.
ACTO II
Habitación privada de la condesa. La aristócrata entona sus quejas de amor y Susana le confiesa que el conde quiere seducirla de igual manera que ha hecho con otras. La señora manda llamar a Fígaro y éste le confirma el dudoso comportamiento de su marido. Pero entonces, al criado se le ocurre un plan para darle una lección: Por medio de Basilio le ha enviado un anónimo en el que le dice que la condesa se verá esa misma noche en el jardín con un amante. Al mismo tiempo, Susana debe citar al conde para la misma hora y lugar. El sitio de la muchacha lo va a ocupar Cherubino, que todavía no ha partido con el ejército. Fígaro se marcha a buscar al paje, a quien la condesa y Susana vestirán de jovencita. Entra entonces el chico, al que le obligan a cantar la canción que le entregó anteriormente a Susana, y proceden a disfrazarle con un traje de Susana. A esto, Cherubino les enseña el nombramiento de militar que le ha dado el conde, aunque al papel le falta el sello. Posteriormente, Susana le instruye sobre el comportamiento que en todo momento ha de mantener. Llega el noble y Cherubino se oculta en el dormitorio mientras que Susana hace otro tanto tras la puerta. El conde presiente que algo pasa por el nerviosismo de su mujer. Cuando va a enseñarle la carta que Basilio le ha dado algo cae al suelo. El conde tiene entonces la certeza de que hay alguien oculto. La condesa dice que es Susana y consecuentemente el conde la llama. En el trío que entonan, la condesa afirma que se está probando el traje de novia pero su marido no la cree y Susana no sabe cómo escurrir el bulto. El noble se lleva a la condesa con el propósito de buscar herramientas para abrir la puerta. Cuando al fin se quedan solos, Cherubino y Susana tratan de escapar pero se dan cuenta de que no pueden. En su nerviosismo, Cherubino salta por una ventana y poco después regresan el conde y la condesa. Esta confiesa que era Cherubino quien se ocultaba y para ello aduce a una broma que quería gastar esa noche. El conde ya no puede soportar por más tiempo al muchacho y, pese a que su esposa trata de justificarlo, ciego de celos jura venganza. Al abrir la puerta se encuentran con Susana, quien insinúa que el paje ha intentado propasarse con ella. El conde le pide perdón a su esposa, quien se niega a excusarle, aunque las zalamerías de éste terminan por ablandarla. Entra Fígaro y avisa de que ya han llegado los músicos, pero el conde quiere saber a quién pertenece la nota que le dio Basilio. Entra también Antonio, quien se queja de que un hombre ha saltado por la ventana y le ha destrozado los claveles. Las mujeres dicen que el jardinero está borracho y en un aparte le cuentan a Fígaro lo que ha pasado. Éste confiesa que fue él quien saltó pero Antonio sigue sosteniendo que fue Cherubino y enseña el nombramiento del paje para después salir. Cuando el conde esgrime el papel, Fígaro le dice que el muchacho se lo dio porque le falta el sello. Aparecen entonces Marcelina, Basilio y Bartolo con la pretensión de que se cumpla el compromiso nupcial de la primera con Fígaro o que éste pague la deuda. Las dos parejas quedan consternadas.
ACTO III
Salón de palacio. El conde todavía medita sobre cómo podría obtener los favores de Susana. La muchacha entra a buscar el frasco de sales para su señora y, ante la insistencia del hombre, acepta verle esa noche en el jardín. Al salir, Susana se tropieza con Fígaro y le dice que ahora sí que ganará el pleito contra Marcelina. Mientras, el conde, en soledad, se queja de que un criado pueda gozar al tiempo que él sufre, mas jura que no será así. Fígaro, seguido por Bartolo, Marcelina y Curcio, apela al buen juicio del conde para que no le obliguen a casarse con la gobernanta, afirmando ser de buena cuna. Tras las cómicas averiguaciones pertinentes resulta que el criado es hijo de Marcelina y de Bartolo, quienes deciden casarse ese mismo día junto a su hijo. Susana se presenta dispuesta a pagar la deuda de su futuro esposo y se entera de todo lo sucedido. Cuando todos se marchan entra la condesa y espera a Susana para saber el resultado de lo tramado. Al reflexionar sobre lo que su esposo la obliga a pasar, se pone melancólica y empieza a echar de menos el amor que éste antes sentía por ella. Tras un breve diálogo con Antonio y el conde, en el que el primero le confiesa que Cherubino aún sigue en la casa, aparece Susana. La condesa le dicta una carta para su marido confirmándole la cita de esa noche y le da un broche para sellarla. Luego le hace escribir que debe devolver la joya. Entonces, se acercan los campesinos — entre ellos está Cherubino disfrazado de muchacha — y ofrecen flores a la señora. Cuando el conde lo descubre, Barbarina le pide que se lo dé por marido en cumplimiento de las promesas que le hace el noble cuando la besa y abraza. El conde, ruborizado, no sabe cómo ocultar el rostro. Llega el cortejo y dos muchachas entonan alabanzas al conde por la abolición del derecho de pernada. Es el momento de las bodas. Susana le entrega la carta al conde y éste se pincha con el broche y lo tira al suelo. Luego de leer la misiva recoge la joya. Mientras los novios bailan un fandango, el noble promete una gran fiesta nupcial para esa noche.
ACTO IV
Por la noche en el jardín del palacio. Aparece Barbarina buscando el broche que el conde le ha dado para que se lo devuelva a Susana. Fígaro, al enterarse de la pérdida, le quita un adorno al traje de Marcelina y se lo entrega a la muchacha. Marcelina confirma todo lo que esta cuenta pues lo escuchó de viva voz por el conde. Fígaro se queda con su madre, quien le aconseja que tenga paciencia y esté atento, a pesar de que los celos enfurecen al criado. Cuando se queda sola, Marcelina decide ayudar a Susana aunque ésta no sea honrada, declarando que es la maldad de los hombres la que provoca que todas las mujeres sean fáciles. Barbarina, que tiene una cita con Cherubino, se oculta en unos arbustos mientras Fígaro convoca a Basilio y Bartolo para que sean testigos del engaño de su esposa. Aparece Fígaro y piensa en el supuesto engaño de Susana y en la naturaleza frívola de todas las mujeres. Se retira y entran la condesa, Susana (ambas disfrazadas) y Marcelina. Susana, quien se hace pasar por su señora, decide dar una lección a Fígaro, aunque sabe que su esposo la escucha. Cherubino entra y, creyendo que la condesa es Susana, empieza a agasajarla. A esto, se acerca el conde; Fígaro lo vigila sin darse cuenta de que Susana y la condesa están presentes. El conde, creyendo que la condesa es Susana, la besa. Fígaro, también confundido, toma a Susana por la condesa y le declara su amor pero pronto se da cuenta de que se encuentra ante su propia esposa. Por fin se descubre el enredo: El conde ha sido la víctima de todos, los que se niegan a perdonarle, con excepción de la condesa. Tras la reconciliación, todos felices se disponen a disfrutar de la fiesta nupcial.
VERSIONES RECOMENDADAS
- London, Schwarzkopf, Seefried, Kunz, Jurinac. Coro y Orquesta Filarmónica de Viena. Herbert von Karajan. EMI
- Poell, Della Casa, Güden, Siepi, Danco. Coro y Orquesta Filarmónica de Viena. Erich Kleiber. DECCA
- Gilfry, Martinpelto, Hagley, Terfel, Stephen, McCulloch, Feller. Coro Monteverdi y English Baroque Soloists. John Elliot Gardiner. ARCHIV
- Brownlee, Steber, Sayao, Pinza, Novotna. Coro y Orquesta del Metropolitan de Nueva York. Bruno Walter. AS DISCS
- Miles, Focile. Coro y Orquesta Nacional de Escocia. Sir Charles Mackerras. TELARC
- Hampson, Magiorno, Bonney, Scharinger, Lang, Murray. Coro de la Ópera holandesa y Orquesta del Concertgebouw. Nikolaus Harnoncourt. TELDEC
- Wächter, Schwarzkopf, Moffo, Taddei, Cossotto. Coro y Orquesta Philharmonia. Carlo Maria Giulini. EMI
- Fischer-Dieskau, Stader, Seefried, Capecchi, Töpper, Benningsen. Coro Cámara RIAS y Orquesta RIAS de Berlín. Ferenc Fricsay. DG
La obertura de Las Bodas de Fígaro, en mi concepto, es una de las páginas musicales más electrizantes – pero no por ello menos agraciada – de toda la historia de la Música. El oyente sucumbe a las características modulaciones mozartianas, mientras que en el resto de la Ópera, especialmente en el texto cantado, hay una muy fuerte sensación mozart-dieciochesca, diría yo, esto es, una Música fuertemente cargada del espíritu musical del referido siglo, revestido con el estilo propio de su compositor, quien aquí lo plasmó de una manera mucho más evidente que en cualquiera de sus demás obras.
Tuve problemas para escuchar y ver los videos…se detienen insoportablemente como si hubiera débil señal de internet. No es posible que en pleno siglo XXI, con la presunción de un mundo dominado por la tecnología, un simple video de Youtube sea de tan difícil acceso. Qué les pasa a sus dueños que no corrigen estos errores tan simples?
He tenido mucho trabajo hoy, cosas complicadas de resolver (no tanto como los videos de Youtube), sin embargo lo he hecho y mañana he de entregar todo el informe. De manera que iré a dormir, no sin antes enviar un abrazo a todos mis amigos, por supuesto.
Gracias por estas Bodas de Figaro, mi queido Leiter.
«En opinión unánime de la crítica musical, Las bodas de Fígaro es una de las pocas, grandes y auténticas obras maestras del teatro lírico de todos los tiempos, de la música en sí misma y del arte en su dimensión más profunda y pura.»
Bueno, yo creo que con eso está todo dicho.
Ya he comentado alguna vez que no me gusta demasiado el género operístico, pues encuentro que la trama, la historia cantada, suele ser, o al menos a mí me lo parece, un poco convencional, y en todo caso muy inferior a la de cualquier buena obra de teatro.
Las óperas de Mozart son eternas precisamente por la música.
Yo, desde luego, prefiero escucharlas a verlas.
Me parece increíble que en una obra tan larga como Las Bodas de Fígaro no haya ni un sólo pasaje musical que no merezca la pena. Esto se debe, seguramente, al hecho de que Mozart no sabía escribir música mala. Y quizá también a un momento de especial inspiración en el artista.
Lleva razón Iván, cuyos comentarios siempre resultan reconfortantes e iluminadores, cuando dice que la parte cantada (aunque en realidad yo creo que también el resto) tiene mucha sensación Mozart.
Es cierto, esa felicidad, esa ligereza, esa alegría de vivir es inequívocamente mozartiana.
Para mí, precisamente ésa es la gran lección de Mozart: ser capaz de trascender también desde lo alegre o mediante la alegría, no sólo a través de la música, digamos seria.
Sublimar lo pequeño, lo cómico, lo bufo. Crear sin impostura ni afectación. Sin limitaciones.
En esto veo cuán equivocado estaba mi admirado Beethoven, quien, según he leído aquí, detestaba la «superficialidad» de las óperas de Mozart.
Quizá porque Beethoven creía que para ser profundo, para trascender, hay que ser serio.
Si es así, el equivocado era él.
En fin, un gozo leer y comentar esta entrada.
Un abrazo a todos.
¡Vaya pedazo de comentario, Kapellmeister!
Lo tuyo no es un simple comentario, sino una reflexión artística-filosófica en toda regla, un verdadero ensayo. Me quito el sombrero, buen amigo.
Yo creo, y es verdad que así lo expresé, que lo que Beethoven realmente detestaba era la superficialidad «argumental» de las óperas del tiempo de Mozart, no así la música del más grande prodigio surgido jamás en este universo. Con Beethoven se enlaza ya directamente al pleno Romanticismo — puede ser que a partir de ciertos cuartetos y de la Tercera Sinfonía, al menos en su estructura sobredimensional — y es del todo lógico que con esa incipiente mentalidad romántica viese las cosas de otro modo. En la historia del arte, generalmente los epígonos entre dos movimientos se suceden como reacción más que como complemento, aunque a veces el desarrollo implique también este último componente. Así que, tranquilo Kapellmeister, que el amigo Beethoven sabía lo que decía o, al menos, yo entiendo su postura al respecto.
Y, como dice Iván, la música de Mozart trasciende cualquier aspecto por banal que sea. Mozart se reía hasta de su padre cuando componía, sabedor de su increíble talento musical. Pero Mozart también sabía depositar su alma en la música a través de geniales modulaciones que cambiaban radicalmente toda la atmósfera y que evidenciaban su inestable carácter personal. En una ocasión, Mozart comentó que su música era alegre porque esa era la manera que tenía de sublimar toda su tristeza existencial, la de un hombre que vivió como un niño y de un niño que vivió como un adulto. La música era su válvula de escape psicológica. Aún así, en diversas piezas, Mozart se derrumbaba y dejaba todo su pathos en la partitura (Y eso, teniendo en cuenta que Mozart no puede ser considerado un romántico de ninguna de las maneras. De ahí el prodigio)
Un abrazo, Iván y Ángel
LEITER
Efectivamente, ya lo dijo el «artesano» Böhm: «Mozart era cualquier cosa menos sentimental».
Gracias por la aclaración, Leiter. Ya decía yo….
De todas formas, ahora que lo pienso, creo que también debemos de tener en cuenta el carácter de cada uno, no sólo la corriente artística en la que se inscriben.
En ese sentido, y como bien dices, Mozart tenía una vis cómica que le hacía reírse hasta de su sombra, mientras que Beethoven da la sensación de que era una persona mucho más seria e introspectiva, no digamos ya a partir de su enfermedad.
Bueno, un abrazo y buen finde a todos.
¡Por supuesto, Ángel, por supuesto! Por desgracia, las biografías de los compositores y otros artistas se han venido tomando como un mero ejercicio biográfico sin mayores pretensiones. Nada más falso. Un artista, como SER HUMANO, se debe PRIMERO a su ser en sí y luego a su corriente adscrita. El error consiste en cambiar los términos de esta simple variable. ¿Músicos como John Field, Ravel, Rachmaninov… habrían tenido lugar de tomar al pie de la letra la premisa de que lo PRIMERO es la circunstancia artística? Ni de coña…
Compara a los padres de Beethoven con los de Mozart… ¿De veras no tuvo nada que ver esto en su desarrollo musical?
Por eso mismo me alegra sobremanera tu impresión al respecto, ya perfilada en otros comentarios tuyos anteriores. Cada artista tuvo lo que tuvo en su vida y su genio reside, precisamente, en cómo supieron explotar esas capacidades. Mozart, partiéndose de risa (No siempre); Beethoven dando puñetazos sobre la mesa (Casi siempre); y Schubert, obviando que pasaba hambre e intentando vivir a su manera (SIEMPRE). Ángel, a mí es que Schubert… Me pone. Cada día admiro más su figura. Perdona mi favoritismo hacia su persona.
Es todo un honor para esta casa que seas el Kapellmeister a tenor con el elevado fundamento de tus extraordinarios comentarios.
Un fortísimo abrazo, buen amigo
LEITER
Pues a propósito de temperamentos, justamente allí radica la concepción del mundo de cada compositor. Es un realidad de la individualidad y la realidad, no es buena ni mala, fea o bonita, clara u oscura…es la realidad. Lo que para Beethoven era ridículo, para Mozart no, para Bach talvez, para Chopin ni lo uno ni lo otro…y así, hasta el infinito. Son modelos de expresión de una misma verdad, si se quiere, objetiva, pero que en el plano en que nos encontramos no se traduce con único y exclusivo lenguaje y, sin embargo, tiende a la unificación, la totalidad, el Hombre Absoluto. E PLURIBUS UNUM.
Diferente es la admiración que un personaje despierte en otro habida cuenta del talento y las capacidades de cada quien, que frecuentemente sirven como modelos de formación. Beethoven admiraba muchísimo a Mozart, pero su temperamento era diferente, por lo que él prefería modelos como Haydn y Händel. Schubert era incondicional seguidor de Beethoven. Wagner reverenciaba a Mozart pero su modelo era Beethoven, en una admiración rayana en la deificación; Richard Strauss era devoto de Mozart pero se inspiraba en Wagner…
Precisamente cuenta una anécdota que alguien se acercó a Wagner y le preguntó: «Maestro, quien considera usted como el mejor compositor de la Historia?» A lo que el Mago de Bayreuth respondió sin titubear: «YO SOY». «Cómo!», exclamó el otro; «Y Beethoven?». Wagner sin alterarse respondió:»Beethoven es la Música misma!».
Cómo veis, son temperamentos que generan opiniones, las cuales, lejos de ser equivocadas, mas bien son expresiones de una misma verdad.
Son Sinfonías Inconclusas.
Vaya, Franz me va a tener que reconocer algo…
Y no olviden que para mí, Beethoven y Wagner son la expresión suma de la Música.
BRAVI, BRAVI, TUTTI BRAVI!
¿Y Mozart?
Te adelanto que en este mes de febrero hablaremos de don Rafael Puyana… Seguro que le conoces, Iván.
De verdad, que vuestros comentarios elevan la categoría de este bar, muy por encima de las entradas firmadas por el autor. Gracias, amigos, sois los verdaderos protagonistas de este humilde bar.
Un fuerte abrazo, Iván
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Esperaré con ansiedad al amigo Puyana. COLOMBIANÍSIMO.
Abrazos a tí también.
Buenos días, Leiter, quiero hacerte una pregunta de neófito: ¿La Marcha nupcial de esta ópera siempre debe interpretarse con el fandango intercalado?, ¿o puede prescindirse del fandango?
Saludos desde Don Orione, sur del Gran Buenos Aires, sur del mundo.
Saludos, Mario, y bienvenido al blog:
Que yo sepa, el fandango ha de interpretarse siempre tras el número Ecco la marcia. Andiamo. Puede que alguna versión prescinda del mismo pero yo, desde mi humilde punto de vista, jamás lo suprimiría. Creo que no se puede entender el final del III Acto sin ese baile del fandango, absolutamente delicioso y genial.
Muchas gracias por el comentario, Mario Linares, y saludos españoles para la hermana tierra argentina.
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Muchas gracias por la respuesta, Leiter, y gracias por darme la bienvenida al blog. Es la primera vez que dejo un comentario, pero hace tiempo lo descubrí.
Con respecto a mi pregunta. La segunda versión que escuché sí tiene el fandango, y (es mi opinión) es uno de los grandes momentos de la humanidad, en que todos nos elevamos y somos más puros y sublimes.
Muchas gracias de nuevo por la respuesta, Leiter. Te mando un gran saludo desde Don Orione, el Sur donde todo termina (o donde todo comienza)
Gracias a ti por el comentario, Mario. De cualquier forma, espero que alguno de los especialistas que suelen venir por aquí nos amplíe un poco más la información respectiva a la ejecución de ese fandango..
Saludos a más de doce horas de avión… Pero en Madrid decimos que el mundo es un pañuelo.
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Final del acto III: Ecco la marcia – Amanti costanti – Eh già, la solita usanza. No más palabras, dejemos brillar la música:
http://www.youtube.com/watch?v=tFzmrarJfEg
Gracias por el vídeo, Mario.
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