Todo parecía irte viento en popa desde aquella tarde, lluviosa, donde decidiste afiliarte al sindicato que, luego de muchas reflexiones, considerabas el que mejor defendía los derechos de los trabajadores vascos. Allí, en tu Álava natal, iniciaste una carrera de imprevisibles consecuencias personales, sumergiéndote en un oscuro mundo en el que es muy fácil ingresar, pero casi imposible encontrar la salida, aunque ésta sea de emergencia. Sólo pasaron ocho años para que tus méritos se vieran recompensados con un puesto de privilegio en la Mesa Nacional de HB. Pero, al poco, algo falló y nunca pudimos saber cómo llegaste a ser la persona más buscada por el entorno etarra desde que un diario reveló tus contactos con destacados dirigentes del GAL. Te viste obligado a confesar tu doble juego bajo la fría amenaza de la bala plateada que todo pistolero etarra llevaba guardada para homenajear tus infidelidades ideológicas. Y de ti nunca más se supo, incluso se especuló con una muerte secreta, lenta y agónica, como suele ocurrir cuando las venganzas se sirven en un plato frío. Y cuando ya se te había olvidado, apareciste por sorpresa en las cálidas aguas de Cancún durante una redada policial que comenzó en España y terminó en el Caribe mexicano. Nadie se podía creer que formaras, de nuevo, parte del entramado etarra. Por favor, Kinito, no nos dejes con la duda. Cuéntanos cómo les llegaste a convencer. Lo tuyo, desde luego, no tiene desperdicio.