No sé si fue debido a la febril pasión adolescente o a tu mirada que no mira, sino que simplemente, enamora. Te instalé en la poltrona de mis más bellas y deseadas aspiraciones, con el afán propio de quién no ve más siluetas que las que tu inolvidable recuerdo inspira. No llegaste a ser la mujer de mis sueños porque sólo en ese estado inconsciente dejaba de soñar con tus labios de eterna primavera. Y suspiraba con poder mirarte a los ojos sin la disciplina de los prejuicios que cobijan los temores más punzantes, embriagarme con tu expresión de tierna melancolía que cautivaba lo más indecoroso de mi agitado espíritu. Y, sin embargo…

 Las dudas no dejaron de atormentarme cuando te cogí de la mano aquella tarde junto al estanque de El Retiro. Tanto te deseaba que me sentí incapaz de regalarte el beso afrutado que seguramente esperabas y que tenía guardado en una esquinita de mi corazón, sólo para ti. Ya me advirtieron que el verdadero amor no concede segundas oportunidades pero tú no merecías tal demostración de fuerza. Luego de componer un millón de cartas enamoradas te regalé la más sincera, invitándote a que la leyeras en mi presencia. Observé que las manos te temblaban y tus ojos se envolvían bajo una nube de incierta humedad. Yo quería hacerte feliz pero, a duras penas, luchabas por evitar derramar las lágrimas del desamor. Te despediste con una estela de incógnitas que perturbaron mi expectante silencio, como atrapada entre lo impredecible y lo inevitable. Sólo dos días después, con un rictus que alguien te hubo de prestar para la ocasión, me obligaste a beber del más amargo cáliz que el destino quiso otorgarme como castigo a mis indecisiones. Y desde entonces comprendí que para odiar hay que haber amado previamente, porque sólo así podía comprender tu inesperado odio hacia todo lo que llevase el sello de mi condición. A las pocas horas de aquel dramático encuentro, un ángel me confesó que habías decidido unir tus destinos con otro que, desgraciadamente, no era yo. Y hasta donde he podido averiguar, hoy en día sigues con él, después de tantos y tantos años. Mi enhorabuena a los dos.