No puedo asimilar la intimidad de tu belleza,
la pausa de tu cabello que se mece insinuante,
que me atrapa en su misterio;
como un óleo de celestes impresiones doradas
me invitas, enamorada, a la deriva de los deseos.
Tu beso frondoso disipa las tinieblas de mi espíritu,
tu boca me desmaya en la eternidad
y siento como tu lengua acaricia los recovecos de mi alma.
Me miras a través de tus ojos cerrados
cuando, silenciosa,
te balanceas al guión del amor que me otorgas,
amor inviolable, amor desbocado.
Soy tuyo;
me voy fundiendo a tu piel sedosa con el amarillo fuego de tu pasión,
perdiendo la consciencia entre aromas de placer
cuando tus manos se deslizan sobre mi pecho
y tus pies seducen a mis pies.
Despiertan tus ojos tras el frenesí de los infinitos remolinos
y me regalas una sonrisa anacarada que preludia un paraíso
cada vez más cercano.
Me deseas y me haces desearte.
Embriagas mis instintos para complacerme
con tu mirada rebosante de purezas en lo prohibido;
percutes con sublime tacto los pliegues de mi ardor
y moldeas tu cara al horizonte de los anhelos.
Eres tan maliciosamente bella
que perturbas la frágil silueta del decoro.