Prejubilado: Los «homeless» de la economía…
Últimamente estoy volviéndome monotemático con algunas cosas y una de ellas es el laboral.
El periódico, EL PAÍS, en su versión digital, publica un artículo sobre la situación en nuestro país de los prejubilados. Resulta inexplicable que cuando se ha trasladado a la sociedad la idea de alargar los años de cotización e incentivar la jubilación tardía para evitar la “quiebra” del sistema de pensiones, todavía exista la posibilidad de prejubilar trabajadores y lo único que el gobierno cuestione es la edad de corte (propuesta de Telefónica a los 48 años). No analizaré las opiniones de los entrevistados sobre su situación personal y me concentraré en el aspecto socio-emotivo de la cuestión.
Mal que nos pese, la vida laboral con sus alegrías y tristezas, forma parte de nuestra realidad como individuos. Su interrupción cuando es prolongada, sin importar el motivo, implica una alteración de nuestra rutina que impacta enormemente en nuestra conducta de distintas formas de acuerdo a nuestra estructura psíquica. Los psicólogos comentan que la sensación del individuo ante el nuevo escenario es como la de la madre cuando los hijos empiezan a abandonar la casa materna y definen como el síndrome del nido vacío. El choque emocional es aún más fuerte cuando como en el caso que detallamos la voluntad del individuo se reduce a la mínima expresión. Puede entenderse el mecanismo desde la óptica empresaria cuando, acuerdo de partes mediante, el fin perseguido es la adecuación de la plantilla de la empresa a una nueva realidad de gestión del negocio sea por causas tecnológicas, mercado, localización u otras. Aún en los escenarios planteados, esta posibilidad debería ser la última instancia cuando estén agotadas todas las otras vías que existen para salvaguardar la continuidad económica de la empresa y todo ello acompañado por la incorporación de nuevos trabajadores que cubran el déficit de expertise de la plantilla. Cualquier situación que no se encuadre en lo antedicho es lisa y llanamente una reducción de plantilla encubierta para atemperar la alarma social, que las autoridades no deberían permitir.
Como he expresado antes el aspecto más importante es la afectación socio-emotiva del involucrado en el proceso. Son innumerables los relatos de aquellos que al concluir su etapa laboral y pasan a ser pensionistas no encuentran la forma de llenar el vacío que ello representa. Cual puede ser entonces el sentimiento de impotencia, frustración y menoscabo de los que contra su voluntad son obligados a prejubilarse. Muchas veces las empresas que utilizan este artilugio legal cuando hablan de su papel en la economía bastardean la expresión “responsabilidad social” haciendo énfasis en lo que ellos “generando empleo” aportan a la sociedad, al punto que en algunos casos llegan a enaltecer este accionar como un aporte más. Y es que es tal la alienación de sus dirigentes que creen que la única expectativa de sus trabajadores es económica sin pensar en lo que significa para el ser humano sentirse útil. Mas allá de algunos pocos afectados que pueden ver esto como la “oportunidad de su vida”, mayoritariamente el resto siente que ha pasado a engrosar la lista de los descastados y su única expectativa es convertirse en profesional de la petanca o el mus.
Para más INRI, según los relatos del citado artículo, el marco legal les impide prácticamente realizar actividad económica alguna en términos de sociedad (aún sin remunerar) donde puedan volcar su experiencia y deseos de contribuir. Creo entonces que ahora que las patronales insisten en la reforma laboral este sería un tema de discusión impostergable para encausar este tema y evitar el destierro involuntario de personas útiles socialmente, desperdiciando su conocimiento. En esta sociedad tan globalizada deberíamos adoptar las costumbres de ciertas culturas orientales que hacen de los mayores un objeto de culto por lo que transmiten a las nuevas generaciones, máxime si pueden como en este caso aportar su conocimiento laboral, experiencia y se encuentran en la plenitud de su etapa productiva.
Un abrazo y buen fin de semana.
THENIGER
Estoy de acuerdo con la tesis del post (la pérdida de valor, en términos de conocimiento y experiencia, que para la sociedad suponen las prejubilaciones, además de ir en contra del sistema de pensiones), pero me resisto a creer que a los prejubilados no les quede otra opción que dedicarse a jugar a los bolos o al mus.
A lo mejor es que no sabemos vivir sin trabajar.
Saludos y buen fin de semana
El post es estupendo, THENIGER, y está magníficamente trabajado pero me sumo a lo apuntado por Ángel punto por punto. El problema de no saber qué hacer cuando uno deja de trabajar por haberse jubilado u otro motivo similar es propio y exclusivo de cada persona. La gente que se «aburre» cuando finaliza su vida laboral delata un sospechoso estereotipo de insufrible alineamiento y una total carencia de inquietudes culturales. Como bien dice Ángel, algunas personas no conocen otro mundo que el de su trabajo. Allá ellos; ese es su problema.
LEITER
Gracias por vuestros comentarios Angel y Leiter. Quizás no expresé claramente el párrafo de jugar al mus o la petanca. Me refería a aquellos que queriendo seguir trabajando no lo pueden hacer por las restricciones legales que el sistema les impone.
Particularmente coincido con Uds en que no todo es trabajo, y cumplidos los requisitos para acceder a mi pensión no dudaré en acceder a ella de forma inmediata pues hay mucho por hacer que no sea trabajar.
un abrazo
Lo más curioso y por mi profesión conozco el tema de las jubilaciones y prejubilaciones, es que muchas de esas personas que se prejubilan (por obligación o por voluntad propia) anticipadamente es que están en lo mejor de su carrera profesional y posiblemente cuando más pueden enseñar a compañeros o gente de menor rango. Personas jubiladas con 55 años y con una media de vida de 80, es de locos, nunca lo entenderé, además que es un sistema insostenible a medio plazo.