* Nacido el 11 de junio de 1864 en Munich
* Fallecido el 8 de septiembre de 1949 en Garmisch, Baviera
Hijo de un reputado trompista de la época y de una mujer dotada de fina sensibilidad artística, Richard pasó su niñez rodeado de música y no sólo por lo que atañe a sus padres, sino por los muchos parientes que tocaban los más variados instrumentos y entre los que se encontraba una tía que era una destacada cantante de lieder. De esta manera, en su casa se interpretaba música de cámara a todas horas y Richard comienza su formación musical a los cuatro años, de tal manera que aprende a leer música antes que a leer literatura propiamente dicha. Ya de niño compone sus primeras piezas y a los quince años conoce perfectamente a los grandes autores alemanes, desde Bach a Wagner. Con 17 años estrena su Sinfonía en re menor, dirigida por Hermann Levi, con notable éxito aunque posteriormente Strauss renegó de esta obra por considerarla inmadura. A partir de 1882 Strauss cursó filosofía e historia del arte en la Universidad de Munich y viaja hasta Viena para interpretar una versión reducida de su Concierto para violín, Op. 8, obra que logra los elogios de un crítico tan vehementemente anti wagneriano como Hanslick. El inmenso talento juvenil de Strauss no pasa desapercibido para nadie y así, antes de cumplir los veinte años, el compositor ve como son estrenadas su Serenata, Op. 7 y su Sinfonía en Fa mayor, Op. 12, esta última nada menos que por la Filarmónica de Nueva York dirigida por Theodore Thomas. Decididamente, los comienzos de Richard Strauss son del todo impactantes.
A instancias de Von Bülow, Strauss se vio obligado a dirigir su Suite, Op. 4 de tal manera que el director alemán al que Wagner le birló la esposa le recomienda como maestro de coro y sustituto suyo en la Orquesta de Meiningen. Allí aprendió Strauss los secretos de la dirección orquestal y, sobre todo, a amar la música de su tocayo Wagner. Tras esta aventura en Meiningen, Strauss aceptó el puesto de maestro de coro y tercer director de orquesta del Teatro de la Ópera de la Corte de Munich. Antes de incorporarse al puesto viajó hasta Italia, lugar que le sirvió de inspiración para componer su fantasía sinfónica Aus Italien, estrenada en 1887 en el Odeón de Munich y que provoca un enorme escándalo por su modernidad. Strauss permaneció en Munich hasta 1889 y durante esta etapa compuso sus tres primeros poemas sinfónicos, Macbeth, Don Juan y Muerte y Transfiguración, aparte de conocer a quien más tarde sería su esposa, Pauline de Ahna, una cantante a la que el compositor encauzó hasta convertirla en una excepcional intérprete de sus obras. También por mediación de Von Bülow, Strauss fue nombrado en 1889 asistente musical del Festival de Bayreuth y posteriormente director de la Ópera del Gran Ducado de Sajonia-Weimar. Allí, aparte de empaparse de la música de Wagner, se emplea con tal ímpetu en sus dotes interpretativas — llegó a actuar también como pianista — que acaba enfermando de los pulmones, viéndose obligado a interrumpir su actividad entre noviembre de 1892 y junio de 1893. Este receso lo aprovecha el compositor para viajar por Italia, Grecia y Egipto; para estrenar su primera ópera, Guntram; y para pasar por la vicaría el 10 de septiembre de 1894. A partir de ese mismo año se incorpora de nuevo a la Ópera de Munich llegando a ser titular dos años más tarde. Allí ofreció unas representaciones tan modélicas que fue incluso llamado como director invitado de la Filarmónica de Berlín.
El 1 de noviembre de 1898 Strauss abandona Munich y acepta el cargo de director de la Orquesta Real de Prusia ofrecido por el mismísimo káiser Guillermo II (Extrañamente, un hombre de ideas musicales ultraconservadoras). Su intensa labor allí la alternó con repetidas giras a muchas ciudades europeas, entre ellas Madrid y Barcelona. Casi al tiempo de llegar a Berlín, Strauss había terminado sus poemas sinfónicos Till Eulenspiegel, Así habló Zaratustra y Don Quijote, empezando a esbozar su última gran obra de estas características, Una vida de héroe. Estas obras supusieron un punto y seguido en su producción, ya que a partir de entonces Strauss volcó su vena creativa hacia la ópera. Ya en 1901, y luego de ser nombrado presidente de la Asociación General de Música — ¡Vaya carrerón que llevaba este hombre con sólo 37 años! — estrena en Dresde su segunda ópera, Feuersnot, una producción excesivamente wagneriana que fracasó con estrépito y que sumió al compositor en una gran crisis personal. Pese a todo, en 1903 Strauss es investido doctor honoris causa por la Universidad de Heidelberg y para la ocasión compone Taillefer, una pieza coral. Un importante acontecimiento tiene lugar en 1904 cuando Strauss viaja por primera vez a los EEUU y ofrece 21 conciertos aparte de estrenar en el Carnegie Hall su Sinfonía doméstica. Inteligente como pocos, Strauss llevó consigo a su esposa para darla a conocer en numerosos recitales de lieder. Pero sin duda el mayor reconocimiento a nivel mundial, y eso que Strauss era ya toda una figura en Alemania, se produce con el estreno de su ópera Salomé en Dresde el 9 de diciembre de 1905. Un admirado Mahler quiso dirigirla en Viena pero la censura se lo impidió. Luego del éxito obtenido con esta ópera, la primera auténticamente personal y conseguida de Richard Strauss, realiza una serie de conciertos dirigiendo por toda Europa a la Filarmónica de Berlín, siendo además reelegido por otros diez años como director de la Orquesta Real, nombrado Generalmusikdirektor de Prusia e incorporado a la Academia de las Artes en sustitución del fallecido Joachim (¡Vaya currículum!).
Su siguiente ópera, Elektra, levantó las mayores expectativas posibles antes de su estreno en Dresde el 29 de enero de 1909. Sin embargo, la acogida de la obra fue bastante fría. Strauss fue acusado por la crítica de ser extravagante, frío y de crear una partitura auténticamente incomprensible. Fue entonces cuando Strauss emprendió un rumbo distinto, suavizando los dentados compases de Elektra, y para ello compuso El caballero de la rosa, una ópera de claros guiños al clasicista mundo vienés y que obtuvo un inenarrable éxito el día de su estreno, el 26 de enero de 1911. Con 47 años, Strauss había ya compuesto la mayor parte de su producción total y desde entonces dio luz a obras que, si bien no lograron alcanzar la popularidad de las anteriores, sí sirvieron para mantener con vida la llama creativa que al final de su vida se reavivará de forma extraordinaria. Pero ciertamente, en 1911 y con 47 años, Strauss ya había pasado a la historia de la música con la producción realizada hasta entonces. Pese a todo, a Richard Strauss le quedaban aún 38 años por vivir.
Poco después de recibir el doctorado honoris causa por la Universidad de Oxford, en 1914 estalla la Primera Guerra Mundial y Strauss decide trasladarse a su residencia de Garmisch. Allí termina de perfilar su monumental Sinfonía Alpina, estrenada en 1915 en Berlín por el propio compositor. Sin embargo, Strauss desatendió en parte sus obligaciones con la Ópera Real de Prusia y al finalizar la contienda dicha institución fue rebautizada como Ópera Estatal Republicana. Pese a que se ofreció en 1919 para dirigirla, su petición no fue aceptada y así se desvinculó de una entidad a la que había estado asociado durante más de veinte años. Fue entonces cuando la Ópera de Viena realizó múltiples gestiones para atraérselo a su causa. De hecho en dicha institución, considerada como el primer escenario lírico mundial gracias al fecundo período en que estuvo dirigida por Gustav Mahler, se estrenó en 1916 una versión renovada de Ariadna en Naxos, la misma que actualmente se interpreta en todos los teatros de ópera. Strauss aceptó y se hizo cargo de su dirección el 1 de mayo de 1919, instalándose en Viena junto con toda su familia en una lujosa residencia cedida por el Ayuntamiento. Su labor allí resultó extraordinaria, con memorables interpretaciones de Mozart, Beethoven, Von Weber, Wagner y, por supuesto, de las suyas propias. Allí estrenó el 10 de octubre de 1919 La mujer sin sombra que, bajo la dirección de Franz Schalk, obtiene un éxito unánime. En 1920 Strauss viajó hasta Sudamérica, repitiendo allí de nuevo gira en 1923, esta vez con la Filarmónica de Viena y alternándose en la dirección con Franz Schalk. Algo raro debió ocurrir a la vuelta, ya que al año siguiente Strauss rescindió su contrato con la Ópera de Viena y fue precisamente Franz Schalk quien continuó en solitario.
El 4 de noviembre de 1924 Fritz Busch estrena en Dresde Intermezzo, ópera finalizada el año anterior en Buenos Aires. Ese mismo año, y con motivo de su sesenta aniversario, Viena y Munich nombran a Strauss ciudadano de honor y se interpretan casi todas sus obras. Si bien La Helena egipcia pasó un tanto desapercibida, el estreno de Arabella el 1 de julio de 1933 constituyó todo un éxito. Ese mismo año Strauss acepta sustituir a un vetado Bruno Walter en Bayreuth y el 15 de noviembre es nombrado presidente de la Cámara Musical del Tercer Reich. Al parecer, Strauss pensó que desde su indiscutible autoridad musical podría servir para evitar males mayores; otros, sin embargo, criticaron este ingenuo colaboracionismo de Strauss. Ciertamente, Strauss pretendió separar arte de la política e incurrió en un grave error al no ser consciente de la realidad política en la que estaba viviendo. Pese a declararse inequívocamente conservador, Strauss nunca fue un activista político ni mucho menos un antisemita. Poco antes de iniciarse la Segunda Guerra Mundial se negó a firmar un manifiesto anti-francés que sí rubricaron Pfitzner, Weingartner, Hauptmann y Thomas Mann entre otros. Es más, durante el estreno en 1935 de La mujer callada, basada en el libreto del judío Stefan Zweig, Strauss exigió en todo momento que se mantuviese el nombre del libretista en el cartel pese a ser un «no ario». Una posterior carta interceptada por la GESTAPO provocó la dimisión «por razones de salud» de Strauss como presidente de la Cámara Musical del Tercer Reich. Además, la propia GESTAPO amenazó al compositor al advertirle sobre la ascendencia judía de su nuera. Aquel episodio conllevó que Strauss se viese obligado a mantener un difícil equilibrio con las autoridades nazis. La situación empeoró en plena guerra, cuando en 1943 a Strauss se le prohíbe salir de Alemania. Un año después, les fue vetado a los más altos miembros del partido nazi mantener trato alguno con él. Gracias a Furtwängler, el acto de homenaje a su octogésimo aniversario pudo celebrarse aunque sólo se permitió alabar la obra de Strauss, no así su persona. Con todo, en esos peligrosos años Strauss compuso Día de paz, Dafne, El amor de Danae y su última ópera, Capriccio. Junto a esta producción operística también compuso música instrumental, como algunos conciertos para instrumentos de viento y su maravillosa Metamorfosis, una de las cumbres de toda su producción. Finalizada la guerra y trasladado a Suiza, Strauss compuso los Cuatro últimos lieder, una obra excepcional. Tras un viaje a Londres invitado por Sir Thomas Beecham, Strauss volvió a Garmisch con su familia. Luego de una serie de ataques cardíacos murió el 8 de septiembre de 1949 y su cuerpo fue incinerado tres días después en Munich.
La carrera de Richard Strauss abarcó desde los últimos días del Imperio Austríaco hasta el final de la Alemania nazi. Su estilo no presentó nunca una evolución lineal, sino que fue del todo circular: Del estilo sinfónico de Liszt pasó a las asonancias de Salomé y Elektra para retornar con El caballero de la rosa a una serenidad más próxima a Wagner que a los sonidos del siglo XX. Así continuó, dedicado exclusivamente a la producción operística, hasta que al final de su vida volvió a la música instrumental. Dotado de un talento fuera de lo común, Strauss tuvo el coraje y la personalidad suficiente para no someterse a ningún obligado dictado estilístico y siempre compuso como le vino en gana y en la forma en la que realmente le apetecía. Para ello supo aprovecharse como pocos de su paralela fama como reputado director de orquesta para promocionar sus obras en el momento más oportuno. Excelente orquestador, se manejó a las mil maravillas tanto en las grandes formas musicales como en la lírica intimidad de los lieder, dejándonos un buen puñado de inigualables obras maestras en este género. Supo sobrevivir al romanticismo tardío asimilando las novedades de Stravinski y de otros compositores vanguardistas con tal grado de maestría que en ocasiones daba la impresión de situarse por encima de la propia música. Adentrarse en la obra de Richard Strauss implica, aparte de experimentar una maravillosa y gozosa sensación, sumergirse en un océano sonoro de casi dos siglos de extensión. Para quien esto escribe, Richard Strauss es uno de esos compositores cuya manifestación musical supone un acto del todo trascendente.
OBRAS
– 4 Sinfonías, destacando la Sinfonía Alpina y la Sinfonía doméstica
– 10 Poemas sinfónicos, destacando Don Juan, Muerte y transfiguración, Till Eulenspiegel y Una vida de héroe
– Suites, serenatas y otras obras orquestales, destacando Metamorfosis
– 2 Conciertos para trompa
– Concierto para óboe
– Concierto para violín
– Otras obras para solista y orquesta
– 15 Óperas, destacando Salomé, Elektra, El caballero de la rosa, Ariadna en Naxos, Arabella y Capriccio
– 2 Ballets
– 12 Obras corales
– 200 Lieder, destacando los Cuatro últimos lieder
creo leiter que la obra de richard strauss, por lo menos en sus comienzos, donde salvo «metamorfosis», dijo todo lo que tenía que decir, no puede separarse de ese momento único y complejo a la vez que fue la viena «fin de siglo» y que habría de cancelar la primera guerra mundial.
probablemente no sea nada original al decir que los últimos quince minutos de «el caballero de la rosa» son probablemente uno de los puntos más altos de todo el repertorio operístico.-
Toda la ópera de Der Rosenkavalier es una verdadera obra de arte y mucho más si la escuchas en cualquier versión de Carlos Kleiber. Por otra parte, Metamorfosis me parece una de sus creaciones cumbres. Si te digo la verdad, amigo Hugo, a mi de Richard Strauss me gustan hasta las fotos… Me parece uno de los más talentosos autores de toda la historia musical.
Un abrazo, Hugo
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Y a mi tú me has convencido de que sea trascendente para mi también. Qué maravilla!
Besos
Como decía la Schwarzkopf para hablar de música alemana hay que pensar en alemán…a mi me prohibieron aprender el alemán debido a Adolf y todavía estoy en ello…total, que para los que piensan en alemán Strauss no es una piedra más del edificio, es una de las paredes sin la cual el edificio no se sostiene.Para mi Strauss es un cumul de contradicciones alucinantes. No hay nada más aburrido que verlo dirigir y sin embargo la orquesta suena que no sabes…compone dos operas, Salome y Elektra, que son dos obras maestras,con una orquesta alucinante y un sentido dramático absolutamente genial y sin embargo a nivel melódico las dos están repletas de horteradas, faltas increibles de «bon gout», anda que la «tanz» de Elektra, ese medio vals….y bueno tenemos uno de estos fenómenos humanos antropologicamente apasionantes, dividido entre un pequeño burgues bávaro bastante cachondo que quería reirse jugando a las cartas sin nunca comprometerse en nada, esto por una parte…y por otra un gigante capaz de sacar el segundo acto de Ariadne, El caballero y Die Frau Ohne Shatten,siendo esta última mi opera preferida.Un alma de gigante encerrada en una pequeña realidad…el resultado es más o menos iguel, ed decir: lo mejor y lo menos mejor…Don Juan y Tod und verklärung son dos piezas geniales para mi, el resto pasa de lo bueno a lo absolutamente aburrido en medio de un mar de paranoia. De verdad, hay que pensar en alemán para poder tragarselo todo !!! Pero cuando Strauss es bueno me quito el sombrero,y finalmente, al final del camino nos dejó los 4 útimos lieder y cerró la puerta de toda una era de música con un lenguaje absolutamente genial e intemporal.
Si tuviera que plantearme el compromiso de rechazar alguna obra de Richard Strauss, posiblemente me decantaría por Also Sprach Zarathustra. Creo que es de lo más flojo de su producción, dicho esto con todas las reservas y desde un punto de vista comparativo. La Sinfonía Doméstica tampoco me dice mucho.
Un abrazo, buena gente
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«Cuando el 11 de junio de 1864 nació en München Richard Strauss, hacía ocho años que había muerto Robert Schumann y sólo un mes Giacomo Meyerbeer. Aún le quedaban cinco años de vida a Hector Berlioz, once a Georges Bizet y diecinueve a Richard Wagner. Este no había estrenado todavía Tristan und Isolde, ni Anton Bruckner había compuesto su Primera Sinfonía, y faltaban trece largos años para que Johannes Brahms concluyera la Primera de las suyas».
«Muy distinto era el panorama musical a la muerte de Strauss en 1949: Hans Werner Henze, Pierre Boulez, Luciano Berio y Luigi Nono estaban componiendo sus primeras obras y Michael Schäffer iniciaba sus investigaciones en torno a la música electrónica con su Sinfonía para un Hombre Sólo. Los ochenta y cinco años de la vida de Strauss conocieron pues, una constante y profunda evolución artística impulsada por varias generaciones».
Con estos dos párrafos que transcribí, quiero poner de presente la importancia de un Compositor tan notable como Richard Strauss. Su figura como Músico y como Hombre en mi parecer, son dignos de ejemplo y emulación.
Incluso el propio Strauss fue sujeto de una profunda evolución a lo largo de su vida. Admirador incondicional de Mozart y Beethoven rechazaba la Música producida en su juventud. Sin embargo poco a poco fue conociendo a sus colegas Brahms, Schumann y Berlioz, para finalmente convertirse a la Suma Religión Wagneriana. Despúes de afirmar que Wagner sería prontamente olvidado, inició su ascención a las altas cumbres de la Música del Porvenir y se convirtió en uno de los wagnerianos más reconocidos de su tiempo, gracias a Alexander Ritter, un hombre que mucho le enseñó. De hecho su obra es una clara herencia de la Música del Mago de Bayreuth. Guntram, su primer acercamiento operístico tiene claras influencias provenientes del Festspielhaus.
Apreciad todos esta joya incomparable: desde todos los ángulos es un tesoro celestial:
http://youtu.be/VcQsvw5DkVc
Manifiestas Leiter, en tu (nuestro) reconocimiento a Strauss, su notable palmarés musical a los 41 años! Pocos pueden darse tal lujo. Y esto es así porque -no me cansaré de repetir- Richard Strauss era un hombre de mente privilegiada. Aunque hay quienes digan lo contrario, era un hombre de suma inteligencia, además de haber nacido bajo la Égida de la Musa: el Canto Órfico no era extraño para Él, pues así como Richard Wagner era un elegido del Walhall, Strauss lo era del Olimpo Clásico, en su visión Germánica, esto es, también el Walhall.
Yo creo que sus relaciones con el Tercer Reich no restan un ápice a lo que he dicho. Strauss era un Músico ante todo; la política poco le importaba, yo diría que nada en absoluto. Al ser nombrado presidente de la Reichskammermusik, lo hizo bajo la convicción de servir a la Música y nada más: «Habría aceptado el cargo bajo cualquier gobierno», manifestó. Y yo le creo.
Al final de la Segunda Guerra Mundial, se enfrentó tantísimas veces con los Oficiales de la SS que no creo que simpatizara mucho con el Nacionalsocialismo. Las acusaciones de colaboracionismo no me parecen del todo justas, máxime si se tiene en cuenta la tirantez de sus relaciones con los altos jerarcas del Partido.
Y sobre su obra es difícil hablar. No encuentro las palabras apropiadas para describirla. Prefiero que cada quien escuche y saque sus conclusiones. «Ein Heldenleben» me lo he dedicado a mí mismo en varias ocasiones. Su hermanamiento con «Also Sprach Zarathustra» es evidente: al final del primero, resuena potentemente el tema principal del segundo, otorgándole coherencia al sentido y el mensaje que la obra se propone transmitir. «Till Eulenspiegel» produce una sensación de irreverencia incontenible. «Salomé», con su fuerte carga sexual es una mirada a la turbulencia de la naturaleza del ser humano. «Elektra» es la Tragedia hecha Música en su forma más agresiva; qué Mujer es Elektra…
Y existe una anécdota interesante de uno de los pupilos predilectos de Strauss: como no, Herbert von Karajan. Que hable el Maestro de Salzburgo: «En su juventud buscó una salida en la tragedia que veía en la historia de Elektra. Y ya había tenido bastante en su vida. Así me consta, porque Strauss asistió en Berlín a la representación de Elektra que organizamos por su 75º aniversario; al término de ésta le fui presentado, y me dijo que siempre decía a todos los directores: que había sido una interpretación maravillosa, la mejor interpretación de la obra que había escuchado en su vida. Yo le dije: “Doctor, yo no quiero oír eso, quiero que me diga que lo que he hecho mal”: Así que me miró muy de cerca y me dijo: “Venga a almorzar conmigo mañana”. Almorzamos juntos y charlamos, y me dio pequeños consejos como “ya habrá visto que he escrito piano aquí en este o aquel sitio porque quería que se escuchara a los cantantes, pero usted los ha seguido demasiado de cerca. No lo haga, porque altera la línea musical. Pero hay algo mucho más importante: sé que lleva más de dos meses estudiando, ensayando, dirigiendo y viviendo con la obra. ¿No le parece que, después de tantos años, está usted más cerca de ella que yo? Siga dirigiéndola exactamente como lo hizo anoche”. Y tras un breve silencio añadió; “Además, en cinco años la dirigirá de modo distinto”. Qué anciano tan sabio. Aquello me conmovió».
Sobra decir que para mí, Karajan era uno de sus mejores intérpretes -el mejor-, aunque un amigo mío seguramente va a contradecirme.
No quiero dejar de hacer mi reconocimiento a cuatro obras que resultan indispensables en Strauss: «Eine Alpensinfonie», «Methamorphosen», «Morgen» y «Vier letzte Lieder». Son obras que siguen conmoviéndome hasta las lágrimas. De estas últimas, realmente lloro cuando escucho «Beim Schlafengehen» y su sólo de violín. Es emocionante.
Richard Strauss dejó su existencia material en 1949, para convertirse en Mito. Razón tenían los que profirieron el discurso fúnebre: «Su Música vivirá por siempre».
Así ha sido, para dicha nuestra.
Cuando estuve en los Alpes Bávaros, no podía dejar de imaginar que quizás ese majestuoso halcón que cruzaba los cielos era el propio Strauss.
«Bienvenido a casa hijo», alcancé a escuchar.
Mil saludos buen amigo Leiter.
Amigo Iván, no dejes de escuchar la música de Richard Strauss bajo la batuta de Clemens Krauss, Rudolf Kempe y el doctor Böhm. Estos tres mestros están muy por encima del resto en la interpretación de Strauss. Son INSUPERABLES.
Dejo el enlace a un vídeo — de una serie de tres — en donde se observa como el doctor Böhm va cincelando poco a poco el Don Juan. Una joya.
Mi abrazo y mi deseo de tu pronta recuperación, estimado Iván
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Concuerdo Leiter. El que yo diga lo que he dicho respecto a Karajan no me excluye los Directores que has indicado, especialmente el Doctor Böhm. Sus grabaciones de Elektra y Salomé son de absoluta referencia.
Gran abrazo.
Viajando anoche por el baúl del recuerdo, por las épocas inolvidables de los seres que más admiro, me deparé con una joya en mi colección musical. No la había olvidado; tan sólo no la había vuelto a escuchar. Pero repentinamente brotó en toda su magnitud, como si hubiese sido grabada ayer mismo:
http://youtu.be/gbPeiRUJvW8
http://youtu.be/MikyWi04h8s
http://youtu.be/3ZP2vRzwrIA
http://youtu.be/x1xBBq5jMNk
No puede ignorarse la faceta de Strauss como Director. Esta interpretación que Él hizo de la Quinta de Beethoven me resulta increible, toda una referencia. Y la claridad del sonido es excelente, perfecto estado de conservación para una grabación de 1928.
La dejo completa para deleite de todos los cofrades. Blues se merece una joya así.
Excelente toma sonora para la fecha de la grabación. Gracias por dejarnos estos enlaces tan valiosos. En mi opinión, es una versión estupenda aunque dotada de ciertos arcaísmos interpretativos (portamento de cuerda en algunas fases y cambios de tempi muy bruscos). Richard Strauss fue un gran director también pero no llegó nunca a alcanzar las cotas de Furtwängler o de Nikisch. De cualquier forma, es una muy digna versión de la época.
Buen aporte, amigo Iván
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