En el enlace al vídeo que hoy os dejo podemos escuchar el famosísimo Adagio para cuerdas, Op. 11, del compositor norteamericano Samuel Barber. La versión del vídeo se corresponde a una excepcional lectura debida a la Orquesta Filarmónica de Nueva York bajo la dirección de Leonard Bernstein y dicha grabación se encuentra disponible en el sello SONY (ref 90390). La pieza presenta un tema solemne que se va ampliando a través de las distintas secciones de la cuerda hasta alcanzar una cima de intensidad y expresividad antes de la vuelta conclusiva al silencio. De esta manera, la obra asemeja la forma de un amplio arco en donde se va esparciendo el tema con trazos de pasión contenida y logrando un conmovedor efecto. Su escritura compositiva es realmente hábil pero en absoluto original. En 1936, Barber se encontraba en Roma asistiendo a un curso cuando compuso su Cuarteto de cuerdas nº1 del cual formaba parte este adagio como movimiento lento. Fue entonces cuando Arturo Toscanini sugirió a Barber que trascribiera dicho movimiento lento para una orquesta de cuerda y, de esta forma, el nuevo adagio como movimiento autónomo fue estrenado por el propio Toscanini durante la transmisión radiofónica de un concierto ofrecido el 5 de enero de 1938 en Nueva York al frente de la Orquesta Sinfónica NBC. Sobra decir que el Adagio es una de las piezas más populares y famosas del conocido como mundo de la música clásica.
Puede afirmarse con total rotundidad que al comienzo del siglo XX EEUU era ya una potencia tanto en el campo del consumo como en el de la producción musical. Desde su nacimiento en 1880, el Metropolitan Opera House de Nueva York había ido creciendo en importancia de igual manera en que lo hacían salas de conciertos, orquestas e intérpretes. Y, por supuesto, también aparecieron compositores integrados en la vanguardia junto a otros nombres en donde el neoclasicismo se cruzó con un cierto nacionalismo. Ya en torno a 1936, una serie de autores reunidos en torno a Copland (Harris, Sessions, Thompson y Piston) dio paso a un auténtico batallón en los años cuarenta con la suma de otros nombres como Gould, Diamond, Blitzstein y Bowles. Todos estos compositores parecían escribir con una sola voz, empleando sincopaciones jazzísticas en movimientos animados y vacíos quejumbrosos en los propiamente lentos. Los clímax eran subrayados por fanfarrias al estilo de Shostakovich, tan de moda por aquella época, y con el acompañamiento de timbales aporreando con precisión. Con todo, esta lingua franca de estilo común contaba también con sus variables estilísticas atendiendo al público al que iban dirigidas. Por un lado, un público teatral de trabajadores urbanos que querían también portavoces urbanos para sus ideales; por el otro, el público capitalista, amante del lujo y de Toscanini que se aferra a un repertorio generalmente acotado entre Beethoven y Sibelius. A esta última tendencia se asoció Samuel Barber.
Samuel Osborne Barber nació el 9 de marzo de 1910 en West Chester, Pensilvania, y cursó sus estudios musicales en el Curtis Institute de Filadelfia entre 1924 y 1932, estudiando piano con Isabelle Vengerova, canto con Emilio de Gogorza y composición con Rosario Scalero. Tras haber dado a conocer alguna relevante creación, en 1935 Barber obtiene el Premio Americano de Roma y un año después el Pulitzer Scholarship. De esta forma, ese mismo año Barber viajó hasta Roma y allí conoció a Toscanini, con quien entablaría una cierta relación. Tra estrenar el mítico director italiano algunas de las obras más célebres de Barber en Nueva York, a partir de 1939 Barber ejerce como profesor de orquestación en Filadelfia hasta que es reclutado por el Ejército Norteamericano en 1942. La propia institución militar le encarga una sinfonía y ya finalizada la guerra Barber reemprende su carrera como compositor abordando diversos géneros, incluido el lírico, y siempre desde una perspectiva musicalmente muy conservadora a pesar de que solía recurrir a la disonancia y a una orquestación del todo inventiva. Tras el fracaso de una ópera suya estrenada en Nueva York en 1966, la producción musical de Barber, no muy extensa de por sí, decayó del todo. Con problemas de depresión y cierta tendencia al alcoholismo, Barber siguió componiendo aunque sus obras nunca pasaron el ámbito de una popularidad más bien reducida. Durante sus últimos años también se dedicó a organizar y presidir eventos destinados a favorecer y mejorar la educación musical. Finalmente, Barber falleció el 23 de enero de 1981 en Nueva York tras no superar un proceso cancerígeno.
Si bien durante muchos años Samuel Barber fue considerado como uno de los grandes compositores de EEUU, lo cierto es que su obra es mucho menos grandiosa de lo que dicha afirmación puede sugerir. Autor de producción no muy extensa, Barber caló fácilmente al principio entre el público más conservador por su facilidad melódica y el refinamiento compositivo, aspectos que de alguna manera enmascararon el empleo de un lenguaje en ocasiones disonante o politonal. Su repertorio es a día de hoy ciertamente reducido en cuanto a popularidad y, aparte de su célebre Adagio, de cuando en cuando se interpretan otras obras orquestales (particularmente buena es su Sinfonía nº1) concertantes e instrumentales, incluyendo música vocal. Sirva desde aquí nuestro humilde homenaje a su figura.