* Nacido el 1 de abril de 1873 en Semionovo
* Fallecido el 28 de marzo de 1943 en Beverly Hills, California
Su padre, Vasili Rachmaninov, era un visionario que había logrado una gran fortuna merced a su matrimonio con Liubov Petrovna Butakova, riqueza que no tardaría en dilapidar para posteriormente abandonar a su esposa y a sus dos hijos. De esta manera, los planes iniciales que la familia tenía para el joven Sergei — una distinguida carrera militar en la Escuela Imperial — se vieron del todo trastocados. El chiquillo había manifestado una buena predisposición para la música — de hecho, el borrachín de su padre era el autor de una conocida polka — por lo que fue puesto con siete años al cuidado de una profesora de piano llamada Anna Ornatzkaia, quien logró extraer un sensacional rendimiento del chico. Un primo de éste, Alexander Ziloti, sorprendido por los grandes progresos del chico, consiguió que Sergei fuese aceptado posteriormente por el profesor Nikolai Zverev, un severo docente que sólo cobraba a los alumnos de familias ricas, acogiendo en su domicilio sin ningún tipo de exigencia económica a los jóvenes pobres que musicalmente prometían. Eso sí, en reprocidad, Zverev exigía a sus alumnos obediencia absoluta. Finalmente, el joven Sergei consiguió ser uno de ellos.
Tres años pasó el joven Rachmaninov en casa de Zverev, rompiéndose la relación por causas nunca aclaradas. Sin embargo, el ya adolescente Rachmaninov prosiguió sus estudios con su primo Ziloti, ahora flamante profesor del Conservatorio de Moscú. Con apenas veinte años, Rachmaninov logró graduarse en dicha institución, obteniendo la Gran Medalla de Oro del Conservatorio merced a la composición de su ópera Aleko, trabajo fin de carrera del compositor que durante la puesta en escena suscitó la admiración nada más y nada menos que de Chaikovski. De esta etapa es también su famoso Preludio en do sostenido menor, Op. 3, una pieza que le granjeó ya por entonces mucha popularidad. Rachmaninov, quien se reveló tras finalizar su formación musical como un pianista virtuoso, emprendió entonces una gira de conciertos por las principales ciudades rusas que culmina en 1894, ingresando como catedrático en el Conservatorio de San Petersburgo (¡Con sólo 21 años!) para tres años después aceptar el cargo de director de la Ópera Imperial Rusa. Fue allí donde Rachmaninov conoció a Fiodor Chaliapin, un joven de origen humilde y gran talento que habría de convertirse en la gran figura de la escena rusa y con quien el compositor entabló una entrañable amistad. En 1897, sin embargo, Rachmaninov presenta su Primera sinfonía, abucheada por el público y denostada por la crítica. La decepción del músico fue tan grande que cayó en una profunda depresión, enfermedad que acompañó a Rachmaninov durante el resto de su vida. En vista de que su salud mental no mejoraba, Rachmaninov se dejó convencer por sus amigos y se puso al amparo del eminente psiquiatra Nicolai Dahl, quien logró recuperar en parte el ánimo del compositor mediante complicadas sesiones de autosugestión e hipnotismo. En prueba de su gratitud, Rachmaninov le dedicó su Concierto nº2 para piano. Posteriormente el músico viajó a Italia y permaneció allí durante varios meses.
En 1902, Rachmaninov se casó con una prima suya, Natalia Satina, hecho que provocó no pocos comentarios maledicentes y por el que la pareja tuvo que recibir una dispensa especial del propio Zar. El matrimonio, de cualquier manera, constituyó un rotundo éxito y la pareja vivió amorosamente feliz el resto de sus días. En 1904, y gracias a la influencia de un ya famoso Chaliapin, Rachmaninov consigue una plaza de director en el mítico Teatro Bolshoi. En los dos años en los que Rachmaninov permaneció como director musical de dicho teatro, demostró un gran talento para preparar y representar los distintos montajes de las obras que tendrían lugar, destacando especialmente la memorable puesta en escena de La vida por el Zar, de Glinka, en conmemoración del primer centenario del compositor. Pese a todo, en 1906, y debido a una serie de denuncias que obedecían a razones de índole político, Rachmaninov presentó su dimisión. Tras numerosas giras de conciertos, en 1908 la pareja se afirmó en Dresde a la espera de que se normalizasen los acontecimientos que se estaban viviendo en Rusia. Durante aquella estancia, el compositor trabajó con empeño en la composición de nuevas obras, como las óperas El caballero avariento y Francesca da Rímini. Pero en su faceta mucho más conocida de pianista y director, Rachmaninov ofreció también numerosos conciertos por Inglaterra, Alemania y Holanda, adquiriendo una enorme popularidad en toda Europa. En 1910 realiza su primera gira por los EEUU, actuando como pianista en Nueva York, donde hizo su presentación, y obteniendo un clamoroso éxito que se prolongó durante tres meses por ciudades como Filadelfia, Chicago y Boston. Entre su repertorio, figuraban su Segunda sinfonía y su Concierto nº3 para piano, compuesto meses atrás en Dresde con miras a la proyectada visita a América.
Ya de vuelta en Europa, Rachmaninov se dirigió nuevamente a Rusia. Allí consiguió a duras penas mantenerse al margen de las preocupaciones derivadas de la tensión política y social en la que estaba inmerso un país en el que empezaban a manifestarse los primeros brotes revolucionarios. Tampoco fue ajeno al conocido como pleito musical moscovita, controversia que dio lugar a graves situaciones de orden laboral y político en los ambientes musicales rusos y que, al parecer, había propiciado su colega Koussevitzki. Durante varios años, Rachmaninov se limitó a actuar en los conciertos de la Filarmónica de Moscú, refugiándose en la finca de Ivankova, estancia rural en donde Rachmaninov vivía sus momentos más tranquilos y felices. En lo referente a la composición, Rachmaninov prestó en aquellos años poca dedicación a la misma debido mayormente a una natural inclinación perezosa para dicho menester.
El estallido de la Primera Guerra Mundial precipitó sobremanera los acontecimientos políticos en Rusia. Poco después de haberse iniciado la Revolución Rusa de 1917, Rachmaninov aceptó un providencial ofrecimiento para realizar una larga gira por los países escandinavos. El compositor, junto con toda su familia, abandonó Rusia el 25 de diciembre de 1917 y ya nunca más regresó a su patria, por la que desde entonces sintió una más que profunda nostalgia. Desde Noruega, los Rachmaninov — luego de terminada la gira escandinava — embarcaron rumbo al que habría de convertirse en su nuevo país de adopción, los EEUU de América, pisando suelo norteamericano el 3 de noviembre de 1918, horas antes de firmarse el armisticio que ponía punto y final a la Guerra.
Rachmaninov no tuvo ningún problema para instalarse en América y centró su actividad en su carrera de virtuoso del piano, llegando a rechazar por dos veces los requerimientos de la Boston Symphony para hacerse cargo de su titularidad. La imposibilidad de regresar a Rusia, en donde parecían estar triunfando los bolcheviques en su guerra contra los rusos blancos, fue lo único que atormentó al compositor en sus años americanos. Su fama como concertista le posibilitó llegar a tener un caché mínimo de 3.000 dólares por actuación, cantidad del todo desorbitada, y sus giras de conciertos fueron prácticamente continuas hasta su muerte. Sus viajes a Europa — a excepción de Rusia, claro está — fueron periódicos y el compositor llegó a adquirir una lujosa propiedad junto al lago de Lucerna, donde en 1934 compuso la popular Rapsodia sobre un tema de Paganini. Otra de las pasiones del músico fueron los automóviles, llegando a reunir una numerosa flota de vehículos. Su vida fue dichosa en compañía de su mujer y sólo el melancólico recuerdo de su Rusia natal le hacía caer en circunstanciales depresiones. Residió principalmente en California, en donde adquirió una espléndida mansión, y allí falleció el 28 de mayo de 1943.
Adorado por el gran público y discutido por una buena parte de la crítica, Rachmaninov ejemplifica el estereotipo de músico «polémico». Para sus partidarios, su música es deliciosamente nostálgica, aterciopelada y rebosante de la melancolía que envolvió a su autor durante buena parte de su existencia. Por contra, los críticos le tachan de relamido y anacrónico, de ser un compositor ajeno a las principales corrientes modernistas. Sea como fuere, es indudable que sus obras, de fuerte carga emotiva, convocan grandes audiencias y suscitan el agradecimiento de los intérpretes. Su aportación a la literatura pianística es incuestionable, planteando muchas de sus obras para este instrumento tremendas y en ocasiones insalvables dificultades técnicas — ¡Intervalos de 14ª! — Independientemente de su polémica faceta como compositor, Rachmaninov fue uno de los más grandes pianistas de la primera mitad del siglo XX.
OBRAS
– 3 Sinfonías, destacando la nº2
– La isla de los muertos
– Danzas sinfónicas
– Otras obras orquestales más breves
– 4 Conciertos para piano, destacando el nº2 y nº3
– Rapsodia sobre un tema de Paganini
– 2 Sonatas para piano
– 24 Preludios, destacando el nº3 Op. 2
– 15 Études-Tableaux
– Variaciones sobre un tema de Chopin
– Variaciones sobre un tema de Corelli
– Otras obras para piano más breves
– Diversa música coral
– 2 Tríos
– Sonata para violoncelo
– Otras obras de cámara
– 55 Canciones
Qué buena entrada, Leiter! Podés creer que no tenía al Rachmaninov pianista?
A pesar del poco éxito del momento, la Primera sinfonía no deja de parecerme fantástica! Y que bella música coral!
Algo deben tener esas estepas rusas para que germinen tan grandísimos compositores, no? Has visitado Rusia, Leiter?
—
Cuando no es mi estómago, es la Timofónica, como dicen ustedes; resulta que se descompuso un cable dentro de casa y en principio me dijeron que iba a estar sin servicio nada menos que 47 días! Por suerte luego de unas 48hs sin servicio hoy me lo han arreglado, pero gracias a que tengo un conocido en la compañía. Es increíble los tiempos que manejan las grandes empresas!
Un abrazo.
Frank.
¡47 días! Hubiéramos cerrado el bar una semana por «presumible defunción a causa de una dolencia estomacal derivada de los excesos navideños del Caballero de la Orden Albiceleste de BLUES». Si esto te vuelve a ocurrir, acude a un servidor y dinos «Hola», por lo menos… Ya veo que tienes tu propia red de contactos y, por cierto, celebro que te encuentres reestablecido del todo. Yo ya no digo TIMOFÓNICA (jé, je) por que el Kapellmeister Ángel me reprendió y lo que dice el Kapellmeister es de obligado cumplimiento.
No, en la actual Rusia no he estado nunca… Pero sí que he estado tres veces en la antigua URSS. Bueno, dos. La primera fue tan estrambótica que no merece ser contabilizada… ¿Te has fijado en que las melodías tradicionales rusas son, por regla general, muy amplias y tienen un enorme desarrollo? Aquí tienes un conocido ejemplo (La melodía que entona el coro parece que no va a terminar nunca). En la expresión artística, y no digamos en la musical, TODO cuenta…
Un abrazo, amigo Frank
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Ah, perdoname, se me pasó esta respuesta tuya.
Efectivamente, coincido en lo de los extensos desarrollos (ay esas danzas polovtiasanas me fascinan). Y has notado que si hablamos de piezas musicales en general, dos de tres codas rusas son apoteósicas?: los rusos sí que saben terminar una composición (bueno, por lo menos así lo veo yo).
Un abrazo.
p.d.: me encanta Gergiev, pero no sé porqué me da la sensación de que nunca se baña.
Frank.
¡Es un marrano!
¿Tú te crees que se puede dirigir un concierto sin afeitar y sin peinarse? ¿Y con esos palillos como batuta?
Pese a que en alguna ocasión le he puesto por las nubes, cada día me gusta menos el ruso. Le veo muy snob, muy acaparador.
El pueblo ruso, históricamente oprimido por unos y otros, se sirvió de la música para expresar sus escasas alegrías. No es nada extraño, pues, lo de las codas. Buen apunte, Frank.
Un abrazo, amigo
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Con orígenes asturianos y gustos musicales tan parecidos… como decimos por aquí «Puxa la Música»
¡Puxa la Música! ¡Puxa Asturies!
Es un honor para esta casa recibir tus comentarios, Pablo.
Te felicito por tu estupendo blog, lleno de ventanas para informarse de todo. Un lujo.
Un fuerte abrazo
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